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Stafford invitó a Cho a su casa en Inglaterra después de la expedición. Quiere que termine de aprender inglés y que juegue rugby, deporte que practicaban en la selva con botellas de agua.

HAZAÑA

El aventurero de la selva

Un ex militar inglés caminó por la orilla del río Amazonas desde su nacimiento hasta su desembocadura. En la travesía, de 859 días y 6.500 kilómetros, se enfrentó a animales salvajes e indígenas furibundos.

14 de agosto de 2010

Una leyenda amazónica cuenta que en el corazón de la selva peruana vive un monstruo que se alimenta de bebés, les saca los ojos a los hombres, se lleva sus órganos y les roba la grasa para usarla como combustible. Algunos de los indígenas que habitan la región lo llaman ‘Pelicara’ y dicen que es alto, de piel blanca y ojos claros. Muy parecido a Ed Stafford, el inglés que la semana pasada se convirtió en el primer hombre en caminar por la orilla del río Amazonas desde su nacimiento en los Andes peruanos hasta su desembocadura en la costa atlántica brasileña.

Durante el recorrido de 6.500 kilómetros, muchos lugareños confundieron a Stafford con la bestia mítica y amenazaron con vengarse de él. El aventurero, de 34 años, salió ileso de sus encuentros con los indígenas, pero en su caminata –de 859 días, casi dos años y medio– se encontró con otras amenazas, como serpientes venenosas, abejas asesinas, caimanes, anguilas, pirañas y jaguares. Stafford luchó además contra la humedad, que amenazaba con pudrir su piel, tardó meses cuidando heridas que no sanaban, se salvó de morir ahogado en terrenos inundados y por poco cae deshidratado en mitad del Amazonas.

“Los expertos consideraban la ruta imposible”, dice Ranulph Fiennes, quien, según el libro Guinness de los récords, es el aventurero más importante del mundo. “Como si la distancia no fuera un desafío suficiente, resistió la jungla, los insectos, las culebras, las inundaciones, la incertidumbre de no saber qué había adelante y otras condiciones que habrían intimidado al más intrépido de los exploradores”.

La idea nació cuando Stafford y su amigo Luke Collyer pactaron, mientras se tomaban unos tragos, caminar por el segundo río más largo del mundo (algunos expertos consideran que el Amazonas es el que recorre una mayor distancia, por encima del Nilo). El propósito era, y lo fue hasta el final, “crear una aventura tan excitante” que hiciera que la gente se sintiera parte del Amazonas. También recoger fondos para fundaciones que apoyan la lucha contra el cáncer, los derechos de los niños y la protección del medio ambiente.

El proyecto, que al principio parecía una locura, cobró sentido en abril de 2008, cuando Stafford, ex miembro del ejército británico que lideró expediciones en Belice y otros países, y Collyer, instructor de actividades de aventura, encontraron el nacimiento del Amazonas en el nevado Mismi y entendieron el reto que tenían por delante. “Miré la cuenca desde arriba con el conocimiento de que caminaría a su lado por años. Fue al mismo tiempo irresistible y excitante”, escribió Stafford desde la selva.

La ‘luna de miel’ entre los viajeros duró poco. Primero Stafford publicó en su blog de la expedición que lo más difícil de todo había sido la convivencia, y su colega le respondió: “Hasta ahora hemos lidiado con desiertos, nieve, subidas empinadas, descensos vertiginosos, ríos caudalosos... Pero el verdadero examen ha sido estar el uno con el otro”. Un examen que reprobaron pues, tres meses después del arranque, Collyer desertó.

Stafford puso entonces un aviso clasificado en su página de Internet mediante el cual solicitaba un acompañante que amara la naturaleza, no temiera “a las serpientes ni a los grupos guerrilleros” y estuviera dispuesto a caminar distancias extenuantes sin preguntar: “¿Ya vamos a llegar?”. Fue entonces cuando llegó Gadiel Sánchez Rivera, ‘Cho’, un campesino peruano, conocedor como pocos de la selva amazónica, que lo
acompañó hasta el final del viaje y lo defendió de aquellos que pensaron que era el ‘Pelicara’.

El ex scout y su ayudante se levantaban por lo general alrededor de las seis de la mañana. Mientras Stafford revisaba si había pescados en la red que dejaban en el río durante la noche, ‘Cho’ calentaba un alimento a base de harina. Después de recoger las hamacas de lona con mosquitero (diseñadas por Stafford y fabricadas en su paso por la Amazonía colombiana), empezaban de nuevo la travesía. Caminaban 50 minutos y descansaban 10. Solo hablaban cuando terminaba la jornada. Almorzaban lo que sobraba del desayuno y, en la noche, acompañaban con café los fríjoles enlatados, el arroz o los alimentos menos convencionales que conseguían en el camino, como hígado de tortuga o la cabeza de un animal parecido a un mapache que Stafford todavía no sabe cómo se llama. El inglés escribía los jueves la crónica de la semana para su blog y subía las fotos y los videos a través de un sistema de Internet satelital.

Su hermana Janie contó a SEMANA que la llamaba una vez cada dos meses desde un teléfono, también satelital. Janie aseguró que Stafford, quien estudió Biología en la Universidad de Newcastle y trabajó como consejero de la cadena BBC en un programa sobre el Amazonas, nunca pensó en abandonar la expedición, aunque le dolió perderse su matrimonio y el nacimiento de Archie, su sobrino. “Siempre hemos sabido que nunca tendría un trabajo de 8 a 5”, dijo.

Los planos que el ex militar llevaba al principio resultaron inútiles. Eran inexactos y solo servían para navegación aérea. Por eso le tocó recurrir a imágenes de Google Earth que imprimía en los pueblos que paraba a reabastecerse de comida. Pero muchas de las aldeas que buscaba no existían o ya no estaban ubicadas donde él creía, por lo que pasaba semanas buscando a algún hombre que le enseñara el camino al caserío más cercano. Stafford recuerda que, a mediados de 2009, él y ‘Cho’ solo comían corazones de palma y pirañas, por lo que perdieron una “cantidad considerable” de peso.

Con el paso del tiempo, los días se parecían uno al otro hasta que algo inusual sacaba a los exploradores de la rutina. Una de sus aventuras más apasionantes llegó cuando entraron a territorios de la etnia asháninca. Los locales les habían advertido en más de una ocasión que si pasaban por esas tierras corrían el riesgo de ser asesinados, pero ellos no escucharon los consejos. “‘Cho’ me dijo que mirara por encima del hombro”, relató Stafford. “El escenario era aterrorizante: había hombres y mujeres parados en canoas sosteniendo rifles, machetes o arcos y flechas. Estaba seguro de que nos iban a asesinar”.

Tras una larga discusión en la aldea indígena a la que fueron transportados, el líder de la tribu decidió soltarlos con la única condición de que debían llevarlo a él y a su hermano como guías por sus territorios. El secuestro no solo terminó en una fuerte amistad con los captores, sino que ayudó a la comunidad indígena, pues con el dinero que los guías recibieron por el trabajo compraron un motor para su chalupa.

Stafford llegó a su casa en el condado de Leicestershire el jueves pasado y empezó a hacer todo lo que había soñado en la selva: conocer a su sobrino, tomarse una cerveza fría, comer curry y jugar un partido de rugby con sus amigos. Pero el aventurero es consciente de que con su llegada a Inglaterra comenzó otro difícil reto: adaptarse de nuevo a una vida urbana llena de concreto y de gente.