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El Campeón

Después de 40 años de éxitos como técnico de fútbol, el médico Gabriel Ochoa cambia la camiseta por la bata blanca.

17 de febrero de 1992

ERA UNA TARDE DE DICIEMBRE DE 1979. El Pascual Guerrero de Cali estaba a reventar. No menos de 60 mil aficionados se confundían en un solo grito: Ochoa.
¡Ochoa!... ¡Dios te bendiga, Ochoa!...
Pero él, parado en la mitad de la pista atlética, permanecía impávido, ajeno a la locura colectiva. Sólo tenía oídos y ojos para lo que estaba pasando en el campo de juego. Ni siquiera se inmutó cuando, unos minutos después, el Pascual Guerrero se convirtió en un manicomio porque América de Cali, la "mechita roja", el equipo del pueblo lograba, por primera vez en 30 años de existencia, el título de campeón.
Esa hazaña tenía el sello inconfundible de Gabriel Ochoa Uribe. El hombre que comenzó en su juventud como jinete de hipódromo y que en el fútbol conseguía imposibles. Como cuando el América necesitaba 12 puntos de 12 para convertirse de nuevo en campeón y, ante la incredulidad de todo el mundo, lo logró. "Soy como los caballos de pura sangre, voy de atrás para adelante", dijo cuando el equipo de Cali se colgaba su tercer título consecutivo, de los seis que consiguió durante la era Ochoa.
Quizás es el técnico de fútbol que más títulos ha logrado: 17 obtenidos como jugador y como técnico. Y tres subcampeonatos de la Copa Libertadores de América. Fue también uno de los pocos jugadores de "exportación" que tuvo éxito en otras tierras. Ochoa jugó en el fútbol brasileño como arquero y allí, además, estudió medicina.
Millonarios y Santa Fe fueron los otros dos equipos colombianos que tuvieron al "duro " Ochoa blandiendo la batuta técnica.
"El médico" es uno de los mejores entrenadores que ha tenido el país, pero también el más arrogante e irreverente que haya pisado un estadio. Siempre estuvo involucrado en fuertes polémicas. Cuando no era con los árbitros, era con los periodistas y dirigentes nacionales. Este paisa nunca ha tenido pelos en la lengua para llamar las cosas por su nombre.
Pero detrás de ese hombre frío y calculador se esconde un ser bondadoso que se derrumba cada vez que recuerda a su hijo menor, quien estaba en vía de seguir sus pasos, cuando murió trágicamente.
Es consejero y amigo de sus jugadores y entre ellos tiene fama de ser una especie de "gran papá" que los orienta dentro y fuera de la cancha.
Todos los jugadores que estuvieron bajo sus órdenes se sometieron a su disciplina de sargento que, en términos de triunfos deportivos, le dio buenos resultados
Después de 40 años de estar metido en el futbol jugándosela toda, Gabriel Ochoa deja los guayos y la camiseta sudada, por el bisturí y la bata blanca.