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El cazador de nazis

Después de dedicarse por más de medio siglo a perseguir a los principales secuaces de Hitler el legendario Simon Wiesenthal anuncia su retiro. Esta es su historia.

28 de abril de 2003

La pregunta no tenía ningún sentido en medio de un campo de concentración en 1944, y menos viniendo de un guardia nazi: "Si un tapete mágico te transportara en este mismo instante a Estados Unidos ¿qué dirías?, ¿contarías como te tratamos y cómo somos con los judíos?, interrogó el soldado al prisionero judío que se encontraba recogiendo papas. Este, temeroso, respondió que si pudiera contaría toda la verdad. El alemán soltó una carcajada: "No seas tan ingenuo. Podrías decir todo lo que aquí sucede, pero te creerían loco y te internarían en un manicomio", fue la sentencia.

Sin embargo ocurrió todo lo contrario. Años más tarde aquel prisionero se convirtió en el más famoso cazador de nazis. Su nombre es Simon Wiesenthal, una especie de James Bond judío que durante casi seis décadas de carrera fue el responsable de que más de 1.100 criminales de guerra fueran llevados ante los tribunales. Hoy, con 94 años, acaba de anunciar su retiro, algo lógico a su edad: "Mi trabajo está hecho. He encontrado a los genocidas que busqué y sobreviví a la mayoría. Si queda alguno es demasiado viejo. Ya no hay nadie a quién cazar".

Wiesenthal fue uno de los millones de judíos que vivió los horrores de la Segunda Guerra. Su pesadilla comenzó en 1939 cuando Alemania y la Unión Soviética firmaron un pacto de no agresión por medio del cual se repartieron Polonia. La armada rusa ocupó Lvov, donde él vivía, y de inmediato se inició la purga de judíos. Hasta ese entonces tenía una vida normal: se había graduado de arquitectura en Praga, trabajaba en un estudio arquitectónico y tenía un feliz matrimonio de tres años con una mujer llamada Cyla Müller. Con la ocupación su oficina cerró, fue obligado a trabajar en una fábrica de colchones y luego tuvo que sobornar a un oficial de la policía secreta soviética para que ni él, su esposa ni su madre fueran deportados a Siberia.

Pero cuando dos años más tarde los alemanes desplazaron a los rusos comenzó el verdadero calvario. Los nazis empezaron a aniquilar a los judíos que se encontraban en toda la Europa ocupada. Los resultados de la operación fueron devastadores para Wiesenthal: vio a su madre por última vez una tarde de agosto de 1942 cuando la llevaron al campo de la muerte de Belzec. Más tarde se enteraría de que 89 miembros de su familia habían sido asesinados. El inició un tortuoso recorrido por más de 13 campos de concentración (en Janowska, de 149.000 prisioneros sólo sobrevivieron 34, entre ellos Wiesenthal), llegó a pesar 48 kilos e intentó suicidarse en dos oportunidades cortándose las venas.

Podría decirse que Cyla contó con mejor suerte. Como su pelo era rubio y podía pasar por aria, cambió de identidad y se convirtió en Irene Kowalska gracias a un trato que Wiesenthal, quien trabajaba en los ferrocarriles, hizo con un grupo de guerrilleros polacos anti- nazis: ellos le dieron los papeles falsos a cambio de un plano de las vías de los trenes para que pudieran sabotearlos. De esta manera su esposa huyó.

Un episodio al final de la guerra fue decisivo en el rumbo que tomaría su vida. Cuando trabajaba sacando los contenedores de basura del hospital una enfermera lo tomó del brazo y lo llevó a un cuarto. En medio de la oscuridad distinguió a un hombre totalmente vendado que agonizaba. Era un nazi. El herido le pidió que se sentara a su lado y con dificultad empezó a contarle que había participado en la ejecución de 300 judíos, que había cumplido las órdenes de obligarlos a entrar en una edificación que luego incendiaron con ellos adentro, que tuvo que dispararles a los que saltaban ardiendo por las ventanas. "Quiero morir en paz, por eso necesito que me perdones", fue la petición del moribundo. Wiesenthal, en medio de su consternación, sólo guardó silencio y se marchó. "¿Cuántos de ellos mantuvieron silencio mientras veían pasar a hombres, mujeres y niños judíos camino a los mataderos que infestaban Europa?", se pregunta en su libro Los límites del perdón.

Muchos han calificado su labor como una venganza metódica. Para él es justicia. Después de que, en mayo de 1945, las tropas norteamericanas liberaron a los prisioneros que se encontraban en el campo de Mauthausen, Austria, se dedicó a reunir la evidencia contra líderes de la Gestapo y la SS y más tarde creó el Centro Judío de Documentación Histórica, en el que se organizaba la información para futuros juicios contra los nazis.

Años más tarde el sabueso comenzó a rastrear a su principal presa: Adolf Eichmann, quien había sido el coordinador de "La solución final" y el gerente de la organización logística y tecnológica que permitió la eliminación de cerca de seis millones de judíos. Wiesenthal recibió información de que Eichmann estaba en Argentina pero el FBI negó el dato y afirmó que estaba en Siria. Pero su olfato de cazador no se equivocaba. Uno de sus colaboradores sedujo a una antigua amante del nazi, quien le reveló su paradero y le obsequió una foto suya posando en un campo de concentración. Eichmann vivía en Buenos Aires, donde trabajaba anónimamente como mecánico de la Mercedes-Benz bajo el nombre de Ricardo Klement. La información recogida por Wiesenthal logró que el 11 de mayo de 1960 un grupo de agentes de la Mossad (servicio secreto israelí) lo encontrara cuando se bajaba de un bus en la calle Garibaldi, lo secuestrara y lo sacara en forma ilegal de Argentina para ser juzgado en Israel. El juicio, que duró un año, conmocionó al mundo y después de docenas de testimonios fue condenado a muerte. Como la Constitución de Israel prohibía la pena capital ésta fue transformada por 24 horas para poder ahorcarlo.

Si Eichmann fue el más importante de sus logros, su principal fracaso fue no poder encontrar a Josef Mengele, el doctor de Auschwitz que realizó experimentos con humanos y cuyo ideal era crear el perfecto ario.

Sin embargo hoy se siente satisfecho: condujo la investigación que llevó a la captura de Franz Stangl, el comandante del campo de exterminio de Treblinka, quien se había escondido en Brasil. Fue condenado a cadena perpetua y llevado a una prisión en Alemania Occidental, donde murió. También dio con el paradero de Karl Silberbauer, el general de la Gestapo que arrestó a Ana Frank, la niña que durante dos años permaneció escondida en un ático de Amsterdam escribiendo su famoso diario. Uno de sus casos más recientes ocurrió en 1998 cuando, a los 77 años, fue detenido en Argentina Dinko Sakic, quien dirigió un campo de concentración en Croacia y fue pedido en extradición por ese país.

Wiesenthal, el cazador, no disparaba, sólo apuntaba. "Su esfuerzo fue llevar a los criminales ante los tribunales, pero nunca impartió justicia con su propia mano", explicó a SEMANA Sergio Widder, representante para América Latina del Centro Simon Wiesenthal. Sin embargo no todos han visto sus métodos con buenos ojos: algunos hablan de falsificación de documentos y otros incluso, de condenas a inocentes. "Si usted quiere sacar beneficio de sus pérdidas nunca permita que su enemigo muera. Este es el principio del Simon Wiesenthal Center, una organización que obtiene millones de dólares de instituciones de sobrevivientes del Holocausto para perseguir a villanos ficticios", afirmó Charles Fischbein, quien fue director del Fondo Nacional Judío en Estados Unidos.

Pero las críticas no han acabado con su reputación. Por ello ha ganado múltiples reconocimientos en todo el mundo e inspirado películas, libros y documentales. Ahora, después de tantos años, piensa tener una vida tranquila en Viena con su esposa (con quien se reencontró al terminar la guerra después de pensar que estaba muerta) y descansar de una labor inspirada por su sufrimiento, pero también por una pregunta. En 1964 contó al The New York Times que una vez un ex compañero de campo de concentración dedicado a la joyería le preguntó por qué no volvía a construir casas como lo hacía antes de la guerra. Simon Wiesenthal le contestó: "Yo creo que cuando nos vayamos al otro mundo y nos encontremos con los millones de judíos que murieron en los campos y nos pregunten '¿qué hiciste con tu vida?' habrá varias respuestas. Tú vas a decir: 'Yo me convertí en joyero', algunos dirán 'yo construí casas'. Pero yo voy a decir 'no me olvidé de ustedes".