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MISTERIO

El fantasma de la dictadura

Durante casi cuatro décadas se pensó que el poeta Pablo Neruda había muerto víctima de un cáncer. Pero ahora su chofer dice que el régimen militar de Augusto Pinochet lo asesinó.

10 de diciembre de 2011

El 23 de septiembre de 1973, Pablo Neruda llamó angustiado a su esposa, Matilde Urrutia, y a su fiel chofer, Manuel del Carmen Araya. El poeta estaba solo en la clínica Santa María, en Santiago de Chile, mientras ellos ultimaban los detalles del viaje a México, adonde planeaban exiliarse para escapar de la dictadura del general Augusto Pinochet. "Nos pidió que regresáramos de inmediato porque se sentía muy mal", contó el conductor al diario El País de España hace unos días. Dijo que, mientras dormitaba, un médico había entrado a su habitación y le había puesto una inyección. "Regresamos de inmediato a la clínica. Lo encontramos afiebrado, rojo, hinchado".

Neruda fallecería pocas horas más tarde, según indica el certificado de defunción, por un cáncer de próstata. Esa verdad parecía incontrovertible, pues todo el mundo sabía que el escritor libraba una batalla contra esa enfermedad. Sin embargo, 38 años después, Araya asegura que el Nobel de Literatura no murió por causas naturales, sino que agentes del régimen militar de Pinochet lo envenenaron. Dado que el escritor entabló una buena amistad con su empleado en sus últimos meses de vida, el Partido Comunista de Chile (PCCh) decidió darle crédito a su testimonio y pedirle a la justicia exhumar el cuerpo del escritor para esclarecer el caso, la semana pasada.

El tema empezó a retumbar en los medios a mediados del año, cuando el chofer dio por primera vez su versión a la revista mexicana Proceso. En ella cuenta que después de acudir al llamado de Neruda, el doctor le pidió que fuera a comprar un fármaco que no había en la clínica en ese momento. Araya le hizo caso, pero en su camino a la droguería dos carros lo interceptaron. Unos hombres lo bajaron del auto, le pegaron un tiro en la pierna y luego se lo llevaron al Estadio Nacional, donde permaneció detenido durante más de un mes. Cuando salió, tocó mil puertas, pero nadie le creyó: "Tras el retorno a la democracia, fui muchas veces al Partido Comunista de Chile. Nunca me hicieron caso".

Según el conductor, Neruda pasó sus últimos días en la clínica de Santiago, no porque estuviera grave de salud, sino porque suponía que era el único lugar seguro donde podía esperar mientras el gobierno de Luis Echeverría enviaba el avión que lo llevaría a México. En ese entonces el ambiente político estaba tan tenso que el escritor no tuvo otra opción que dejar su casa en Isla Negra. Pinochet acababa de derrocar al presidente socialista Salvador Allende y apenas empezaba la cacería de brujas.

El autor de Crepusculario era un blanco predecible, pues no solo era amigo personal de Allende, sino que también militaba en el Partido Comunista (de hecho, en las elecciones presidenciales de 1970 había sonado como precandidato de ese movimiento). Desde el exilio, Neruda habría sido una piedra en el zapato para la dictadura. "Su plan era derrocar al tirano desde el extranjero en menos de tres meses. Le iba a pedir ayuda al mundo para echar a Pinochet", sostiene Araya. 

Otro detalle que le ha dado fuerza a la teoría del homicidio es que el expresidente Eduardo Frei, otro enemigo declarado del régimen, murió en circunstancias similares. Frei ingresó a la misma clínica donde atendieron a Neruda, el 22 de enero de 1982, para someterse a una cirugía rutinaria de hernia, pero falleció inesperadamente pocas horas después. Siempre se pensó que la causa había sido un choque séptico, hasta que hace dos años la justicia chilena determinó que el exmandatario había sido envenenado con un insecticida. Los seguidores de Neruda prevén un desenlace semejante, pero el juez que lleva el caso tiene la última palabra.