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Cristián Samper empezó a trabajar en la Wildlife Conservation Society a principios de agosto.

CIENTÍFICO

El guardián de la biodiversidad

Después de custodiar fósiles de más de 400 millones de años en el Museo de Historia Natural de Washington, el colombiano Cristián Samper se retira para dedicarse a proteger las especies que hoy habitan el planeta.

18 de agosto de 2012

Cristián Samper se siente muy afortunado: su nueva oficina en el emblemático Zoológico del Bronx tiene una enorme ventana que da justo a una piscina con focas. Ni los rascacielos, los taxis o el caos típico de Nueva York hacen parte de su rutina, sino varios leones marinos jugando y haciendo piruetas todo el día. Semejante privilegio se debe a que el biólogo colombiano acaba de convertirse en presidente y director ejecutivo de la Wildlife Conservation Society (WCS), una organización dedicada a proteger los paisajes y la vida silvestre desde hace más de un siglo.     

Tras nueve años al frente del Museo de Historia Natural del Instituto Smithsoniano, Samper se dio cuenta de que ya había cumplido su misión. "Llevo 30 años estudiando la naturaleza y creo que tengo la responsabilidad moral de preservar la biodiversidad del planeta", dice. Ahora, en lugar de custodiar fósiles de más de 400 millones de años, el científico debe velar por las especies vivas. El reto es inmenso, pues la WCS cuenta con 500 programas de conservación en 67 países y administra el sistema de parques urbanos más grande del mundo, que incluye el acuario y cuatro zoológicos de Nueva York.

Graduado de Biología de la Universidad de Los Andes y con un doctorado en Harvard, Samper tiene una hoja de vida impresionante. Aparte de ser uno de los fundadores del Instituto Humboldt en Colombia, fue subdirector del Departamento de Investigación Tropical del Smithsoniano en Panamá. Estando allí se enteró de un concurso para dirigir el Museo de Historia Natural y lo ganó. En 2003 se instaló en Washington, donde no solo consiguió aumentar el número de visitantes de la colección, sino renovar las exhibiciones, crear un ambicioso programa de becas y recaudar cerca de 300 millones de dólares en donaciones. Para celebrar su gestión, varios colegas decidieron organizarle una despedida sorpresa. "Me engañaron diciéndome que tenía una reunión y me llevaron a la rotonda del museo -cuenta Samper-. Pero en lugar de eso, había cientos de empleados y visitantes con pancartas de 'Good Luck'. Me hicieron llorar de la emoción". Aunque reconoce que extrañará la vida en la capital estadounidense, está entusiasmado por viajar y conocer los proyectos de la WCS. "He dedicado toda mi vida a la educación, la investigación científica y la conservación, y ahora puedo combinar las tres cosas en un solo trabajo".

 El camino para convertirse en una autoridad medioambiental empezó hace 46 años. Samper nació en San José de Costa Rica, pero creció en Bogotá, donde descubrió su fascinación por la naturaleza. "Cada vez que salía de paseo con mi familia regresaba a la finca con toda clase de bichos raros", recuerda. Al principio, pensó en estudiar Veterinaria, pero se arrepintió luego de pasar unas vacaciones como voluntario lavando y cortándoles las uñas a unos french poodle. "Me di cuenta de que lo mío eran los animales salvajes y la vida silvestre, no solo los perros y los gatos", sentencia. Cuando cumplió 15 años se fue un mes al Chocó con un amigo biólogo. "Fue una de esas experiencia que uno ama u odia. A mí me encantó y desde entonces nunca volví a echar para atrás".

 Además del Pacífico colombiano, también recuerda con especial cariño el Parque Natural Chingaza y los bosques nublados de La Planada, en Nariño, donde hizo su tesis doctoral. Hoy Samper está casado con una abogada ambiental, con quien tiene dos hijos de 6 y 3 años. Para ellos fue difícil dejar Washington, pero no pueden quejarse del nuevo trabajo de su papá. "Pasar de un museo a un zoológico es muy emocionante para los niños; es como estar en una tienda llena de dulces". Aunque apenas están desempacando, el científico reconoce que le gustaría regresar con su familia a Colombia. "De vez en cuando me hacen falta los helados de curuba de San Jerónimo, pero creo que puedo hacer muchas más cosas por el país estando afuera".