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EL INCUNABLE BUCHHOLZ

CON LA MUERTE DE ESTE INTELECTUAL DE ORIGEN ALEMAN, BOGOTA PERDIO, MAS QUE A UN LIBRERO, TODA UNA INSTITUCION CULTURAL.

10 de febrero de 1992

SON POCAS LAS PERSONAS QUE EN SU PASO por este mundo pueden construir en torno de su oficio un templo. Karl Buchholz fue una de ellas. Porque su vieja librería de la Avenida Jiménez estuvo durante varias décadas instalada en el corazón de la ciudad y en el centro del mundo intelectual de Bogotá. No era cualquier librería. Quizás no vuelva a haber otra que se le parezca, como no volverán tampoco esos tiempos en los que ella fue protagonista.

Entrar a la vieja librería Buchholz producía la reverencia que se siente en una iglesia. Era imponente, mágica y bella. Tapizada de madera y papel hasta en sus últimos rincones, el templo del viejo Buchholz ofrecía la más increíble variedad de historias desconocidas empastadas en ediciones de lujo o de bolsillo, y permitía audacias que estaban vedadas en cualquier otra tienda de libros. En la Buchholz, los libros se podían bajar de los estantes, ojear, leer a poquitos y hasta según dice la ya hoy famosa leyenda robar.

Lo inconseguible, se conseguía en la Buchholz. Lo raro, lo nuevo y lo clásico. La librería no era un negocio de venta de libros. Era un centro cultural que alimentaba a todas las mentes ávidas de estar conectadas con este y otros mundos. Por lo mismo se convirtió por derecho propio en un tertuliadero, en donde se ponían cita obligada escritores y poetas consagrados o aficionados, y lectores empedernidos amantes de esa burbuja en eI tiempo que se abría por un rato cuando se entraba a la Buchholz.

La figura del viejo -Karl- atendiendo inquietudes de un lado para otro era, claro, el altar del templo. La especial filosofía que imperaba en su librería y que la hacía distinta de las otras, no era otra cosa que la extensión natural de sus debilidades. A él no sólo le gustaba leer libros. Le gustaba tocarlos, mirarlos, olerlos. Hasta el robo de volúmenes que se había vuelto casi una moda en una época intelectual que se respete tiene que tener alguna anécdota sobre un libro robado en la Buchholzra algo que él controlaba por obvia disciplina, pero que en el fondo entendía. Karl Buchholz era capaz de hacer cualquier cosa por un libro. Y entre las cosas que hizo fue llenar de librerías este y otros países del mundo.

Nació arrancando el siglo, en 1901, en Frankfurt, y murió la semana pasada. La vieja librería del centro había sido cerrada hacía años y otras sucursales "norteñas" mantenían el nombre vivo para los lectores. Pero para los anales de la historia y según diría Alvaro Mutis refiriéndose al templo bibliográfico de Kark Buchholz, "media vida de Bogotá ocurrió allí adentro".