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Pablo Carbonell dando declaraciones a la prensa. | Foto: Fernando Alvarado/EFE

MEMORIA

El insólito concierto de Los Toreros Muertos para narcos colombianos

Pablo Carbonell, uno de los autores de 'Mi agüita amarilla', recuerda una delirante fiesta en los tiempos bravos del Cartel de Medellín.

9 de agosto de 2012

El español Pablo Carbonell, quien en 1985 formó el grupo musical Los Toreros Muertos, con canciones tan conocidas como Mi agüita amarilla, y reconocida estrella de la televisión ibérica con el Gran Wyoming y Caiga quien caiga, dio una entrevista a la revista digital Jot Down en la que relata detalles de un insólito concierto en los tiempos bravos del Cartel de Medellín. Semana.com reproduce fragmentos de la conversación.
 
Pablo Carbonell: Habría que remontarse más atrás para entender el fenómeno de Toreros muertos y por qué yo hice un grupo como ese.
 
Pregunta: ¿Por divertirte?
 
Pablo Carbonell: Primero para divertirme. Me lo pasaba muy bien actuando con Pedro Reyes en el Rockola. Fuimos la única pareja de cómicos que estuvimos cinco o seis meses, actuando sin micro para seiscientas personas, a pleno pulmón. Y veía a la gente que tenía grupos como a una especie de semidioses. Entonces pensé humorísticamente en hacer un grupo que hiciera canciones que fueran “la esencia de los estilos”: la balada más llorona, el twist más retorcido, la salsa más caliente… hacer una orquesta —un combo punk, como lo denominó Rubén Blades— que sintetizara y a la vez desnudara el estilo de cada canción. En fin: hacer una parodia. Y aunque ahora no nos prodigamos mucho en Madrid, en Colombia hemos estado actuando en tres polideportivos petados.
 
Pregunta: Allí Mi agüita amarilla es todo un himno. ¿A qué se debe ese éxito en Colombia en particular?
 
Pablo Carbonell: Es que nosotros actuamos en un concierto en el año 88, en plena guerra de los narcos contra el gobierno. Entonces Bogotá era una ciudad sometida a la lucha de Pablo Escobar exigiendo la no expatriación de él mismo y de sus “compañeros de trabajo” a EEUU. El único grupo español que actuó en el estadio El Campín fuimos los Toreros muertos, aquel concierto se llamaba Rock en tu idioma, y de una manera subliminal había un mensaje en el que se le daba a la juventud la oportunidad de decir “no queremos injerencias de los EEUU en nuestra política interna”. Políticamente eso significaron los Toreros muertos allí. Por otra parte, nuestro lenguaje descarnado, nuestra actitud en las entrevistas, todo aquello caló muy bien.
 
Pregunta: Actuasteis en una fiesta para unos narcos, ¿no es cierto? ¿Cómo fue aquello?
 
Pablo Carbonell: Sí. Estuvimos actuando para los hermanos Ochoa, algunos ya han desaparecido, otros están encarcelados. A mí no me cayeron mal, a pesar de que me llevaron a punta de pistola. Yo era el canje: cuando el dinero estuviera fuera de la finca, entonces iba el cantante; mientras tanto habían ido los músicos a hacer la prueba, se había instalado el equipo y tal. Y vinieron a por mí, pero no trajeron el dinero. Entonces mi manager, que era un hombre de Talavera, dijo que si no llevaban el dinero yo no iba. Le avisaron que esta gente se podía enfadar si no llevaban al cantante. “Pues me da igual”, les dijo. Se fueron y yo me fui a tomar algo a una terracita del complejo hotelero y al poco vi llegar un montón de coches a gran velocidad, bajarse cuatro tíos montando las metralletas y entrando en el bungalow donde había estado hacía un momento. Yo iba vestido de Alberto Cortez, todo de negro, como cantante a respetar, y por eso no me identificaron. Entonces ya vi a Carlos, nuestro manager, salir gritando: “Pablo, Pablo, dónde estás, que nos vamos”. Así que fuimos sin dinero ni nada. Empezamos a cantar y a las dos o tres canciones se levantó un montón de gente con la pistola en alto y se empezó a llevar a las familias. El intermediario estaba detrás del escenario llorando y diciendo: “Ha llegado el ejército, va a ser una matanza, vámonos”. ¡A mí! que me encanta estar en un escenario, me iba a bajar. Empezó a desaparecer gente y nos quedamos actuando para un grupo de mariachis que estaban totalmente aterrorizados, unas prostitutas que había por allí no sé por qué y algunos camareros. Cuando acabamos me preguntaron: “¿Cuánto cuesta que empiecen de nuevo?” Y yo les decía: “No cuesta nada, si quieren más, que digan ¡otra, otra, otra!” Pero es que en realidad no había nadie. Volvimos al hotel y cuando el intermediario trajo el dinero los dólares estaban mojados. Yo le dije al manager: “Nos han dado los dólares mojados para que no nos demos cuenta de que son falsos”, y me contestó: “Mira, Pablo, da igual, vámonos”. Así que empezamos a despegar billetes para pagar a nuestro equipo y los pegamos por las paredes, el suelo, las camas… para que secaran; entonces entró la que luego fue la madre de mi primera hija diciendo: “Ha venido el ejército, saben que hemos estado allí” y se desmayó. Todo el mundo recogiendo los billetes como locos y luego resultó ser una broma del intermediario que se había emborrachado para celebrar que había vuelto a nacer. De cualquier forma, vuelvo a Colombia siempre que puedo porque, aparte de todo el dolor que hayan pasado, son una gente estupenda, de lo mejorcito que he visto en seres humanos.