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Julián creció escuchando rancheras y pasodobles, al igual que a los compositores clásicos

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El loco del piano

Julián de la Chica, el mejor pianista colombiano, se va del país. Denuncia que la falta de apoyo a los artistas impide acercar la música a las nuevas generaciones.

31 de marzo de 2007

Dicen que la pinta es lo de menos, pero en el caso del pianista colombiano Julián de la Chica su forma de vestir es toda una declaración. Algunos aseguran que de irreverencia o rebeldía, para él simplemente de su personalidad y de lo que quiere imprimir a su música. “Estoy más cómodo en tenis, pero hoy tengo una
reunión medio elegante”, dice a SEMANA. Aun su saco morado, su peinado en cresta y la barba de tres días muestran que la ‘formalidad’ nunca puede ser absoluta, sino no sería él.

Pero cuando mejor deja ver su esencia es cuando se sienta frente al piano de cola restaurado que ocupa gran parte de la sala de su apartamento. Sus manos rozan, acarician, pero también tocan con fuerza la teclas, sus facciones se suavizan y sus pies dirigen con seguridad a los pedales mientras interpreta Balada para un loco de Astor Piazzola. Julián adora las canciones de ese revolucionario del tango. Este manizaleño que va a misa todos los días, disfruta la música de Rachmaninov, Chopin y Beethoven, al igual que las carrileras, las rancheras y los pasodobles con los que se crió. También admira a los ídolos de la canción colombiana como Silva y Villalba, Helenita Vargas y Adolfo Mejía, entre otros. Y tiene claro su sueño: que lo recuerden como el personaje que le quitó el corbatín a la música clásica.

A los 5 años comenzó a tocar el piano de su casa en Manizales, pero fue a los 12, luego de viajar al Vaticano para tocar frente al papa Juan Pablo II, que entendió que la música se convertiría en su vida. Sus padres querían que se convirtiera en abogado o ingeniero, como sus hermanos mayores. Pero Julián viajó por su cuenta a Bogotá a participar en un ciclo de conciertos en la Biblioteca Luis Ángel Arango y a presentar el examen en la Universidad Nacional para estudiar música. Pronto descubrió que no avanzaría ni podría sacar todo su potencial si se quedaba en Colombia. “Peleaba mucho con los profesores, porque sabía que la educación podía ser mejor y que su mentalidad no iba acorde con la realidad del músico hoy en día”. Así que después de unos cuantos meses en Bogotá se retiró de la universidad para aprovechar una beca de estudios en Viena, que había ganado cuando aún estaba en el colegio.

Logró que lo invitaran de nuevo al Vaticano y así pudo llegar a Europa. Les dijo a sus padres que sólo planeaba quedarse un mes, pero ya en Viena llamó a su mamá a avisarle que se quedaba. Austria no era su única meta y después de algunos meses viajó a Alemania y de allí a Rusia. Su meta más grande era estudiar en el Conservatorio Tchaikovski en Moscú, donde es casi imposible conseguir un cupo, sobre todo si se es latinoamericano. Pero mostró sus extraordinarias condiciones y lo logró. Durante los primeros meses no tenía dónde vivir y tuvo que dormir a veces en parques y en los salones de ensayo. “Engañaba a los guardias de seguridad. Les decía que iba a ensayar toda la noche y me quedaba en la sala para tener un poquito de calor”. Pero superó todas las dificultades y se graduó cuatro años y medio más tarde.

Mientras estudiaba pasó también mucho tiempo en España y fue así que conoció a la familia real. Una cosa llevó a la otra, y logró la fama en el Viejo Continente al tocar frente a personalidades como el rey Juan Carlos, la duquesa de Alba y la reina Fabiola de Bélgica.

Siempre quiso regresar a Colombia y lo hizo a los 21 años lleno de ilusiones y proyectos. Uno de sus más grandes orgullos fue tocar en 2005 en el parque Simón Bolívar ante 40.000 personas. A pesar de la lluvia el público se quedó escuchándolo durante dos horas. Porque su mayor deseo es acercar la música clásica a los jóvenes y a la población que no tiene acceso a ella.

Pero poco a poco descubrió que en Colombia los medios estaban más interesados en contar que había tocado frente a reyes y príncipes, que en descubrir el potencial que tenía como artista y lo que podía aportar a la cultura nacional. Además conoció la triste realidad que viven los artistas en Colombia. “Creamos unos cuantos íconos y los demás se mueren de hambre. Se gradúan miles de músicos que terminan repartiendo tarjetas de ‘toco en matrimonios, amenizo fiestas, canto en las misas’ y les pagan 50.000 pesos. La gente no es consciente del valor de la formación”.

Este año participó como invitado en el primer Festival Internacional de Música Clásica en Cartagena. Pero se decepcionó al ver que no habían invitado más artistas nacionales y que los costos de traslado y hospedaje y las boletas eran imposibles de pagar para los músicos colombianos, que hubieran sacado el mayor provecho del evento. Él siente que infortunadamente en Colombia todo lo que involucra al arte se maneja en los mismos círculos de poder, que además de no avanzar al ritmo de los tiempos, no brindan mayores y mejores espacios para la cultura.

Hoy a sus 24 años y después de haber pasado en el país más de un año, ha decidido irse de nuevo. “Acá uno vive en carne propia la injusticia, la soledad, la cachetada que te da la gente que trata de manipular el mundo del arte y de los medios que se enfocan en las cosas banales”, dice, mientras juega con un cigarrillo, su otro compañero inseparable.
Viaja a Estados Unidos, donde ya está en conversaciones para colaborar con Emilio Estefan y Alejandro Sanz, entre otros. Está trabajando en fusiones de música clásica con electrónica, hip-hop y pop, porque tiene claro que el arte al igual que el tiempo van avanzando y no se puede quedar rezagado. Y aunque es un pianista clásico hasta el tuétano, quiere que los jóvenes tengan la oportunidad de formarse un buen criterio musical. Para que sea igual de chévere escuchar conciertos para piano que ir a rumbear.