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EL MAESTRO Y SU SILLA

24 de febrero de 1992

EL PRIMERO DE OCTUBRE DE 1960 FERnando Botero, entonces un artista sin plata y lleno de ilusiones, llegó a Nueva York con la idea de hacerse un nombre en el mundo de la pintura. Lo primero que hizo fue alquilar un estudio totalmente vacío al que llevó sólo una maleta con ropa.
Al salir a la calle ese mismo día a tomarse un café, se encontró en un callejón una vieja silla abandonada. El pintor se echó la silla al hombro y se la llevó a su nueva casa en donde se convirtió, no solamente en su primer mueble sino en su única compañía durante esos primeros y duros días.
Años después cuando emigró para París, se la regaló a un pintor uruguayo con quien hace pocos días se encontró accidentalmente en Nueva York. El amigo, al verlo, le gritó: "Tengo todavía la silla", y al otro día se la mandó al hoy archifamoso pintor, envuelta en papel celofán. Así volvió a manos de Botero el destartalado mueble que hace honor a los viejos y duros tiempos idos, y que lleva muchos años dando vueltas por ahí.