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EL MALO DEL PASEO

EN BRASIL NADIE CREE QUE EL MAYOR VILLANO DE LAS ULTIMAS DECADAS, PAULO CESAR FARIAS, HAYA MUERTO EN UNA PROSAICA RIÑA DE ALCOBA

29 de julio de 1996

A Paulo Cesar Farías le gustaba citar una frase de León Trotsky: "Aquel que tiene algo para dividir nunca se olvida de sí mismo". Había mucho de autobiográfico en esa confesión, un toque de honestidad inusitado en alguien considerado el hombre más deshonesto de Brasil. Por lo que se sabe, Paulo César Cavalcante Farías 'PC'como le dicen en Brasil murió de una bala en el pecho. Un disparo certero que la Policía de Maceió, su ciudad natal, asegura salió de las manos de su novia Suzana Marcolino da Silva, de 28 años, una exótica morena cuyas reconocidas habilidades nunca incluyeron el tiro al blanco. La historia que surge a partir de la muerte de PC Farías es casi tan apasionante como la crónica de su brillante carrera de delincuente de cuello blanco. Nadie en Brasil cree que el archivo vivo de la corrupción que campeó durante el gobierno de Fernando Collor de Mello haya muerto en una riña de alcoba. Los gamonales del estado de Alagoas, en donde la semana pasada ocurrieron los más recientes episodios de esta telenovela, creyeron que el otro Brasil, el que se enorgullece de ser la novena economía del mundo, aceptaría sin problemas la fábula del crimen pasional. Pero todo indica que resta todavía descubrir uno de los mejores capítulos de la vida y la muerte de un hombre que simboliza toda una época en la política brasileña.
La sombra de Collor
El imperio de Paulo César Farías comenzó, paradójicamente, con el mismo hombre que lo llevó al ocaso. Fue Pedro Collor de Mello quien presentó a su hermano Fernando, entonces aspirante a candidato presidencial, a su futuro tesorero. Farías había trabajado en la campaña electoral del suegro de Pedro Collor, un rico senador. Años después Pedro diría públicamente cuánto se arrepentía de haber cometido ese error. Instalado en el gobierno, PC operó como una especie de intermediario entre el establecimiento empresarial, localizado básicamente en Sao Paulo, el Congreso y el presidente. Antes de ser un hábil abogado Paulo César Farías fue seminarista, discjockey, vendedor de carros y líder estudiantil. La fama le llegó cuando se convirtió en el gerente de un complejo esquema de corrupción que trasladaba ríos de dinero de las mayores empresas brasileñas y varias multinacionales a los bolsillos de la familia Collor y a los suyos propios a cambio de favores del gobierno: "Aquel que tiene algo que dividir nunca se olvida de sí mismo". A través de la intrincada red de depositarios fantasmas, empresas reales y de fachada, además de cuentas bancarias dentro y fuera del país, Farías manejó un esquema de 230 millones de dólares entre 1989 y 1992. El 70 por ciento de ese dinero, se asegura, se lo embolsilló el ex presidente. El resto, algo así como 70 millones de dólares reposan en algún paraíso fiscal a nombre de Paulo César Farías. Bajito, gordo y con una calva que atormenta a todos los hombres de su familia, PC pasó de tesorero que recaudaba fondos para comprar camisetas y pautar comerciales en la televisión, a hombre fuerte del gobierno Collor, que comenzó el primero de enero de 1990 y entronizó en la capital del país el estilo de hacer política con tráfico de influencias, sobornos y extorsiones. La Policía Federal encontró recibos según los cuales el dinero era entregado a cambio de 'asesoría económica y fiscal' a esas empresas. Lo curioso es que la firma de Farías -una supuesta consultoría- no tenía en su nómina economistas ni abogados que prestaran esos servicios. De lo que no hay dudas es de que era el responsable de hacer el trabajo sucio en un engranaje avalado y respaldado por su jefe, el presidente de la República. Desde que Caín mató a Abel, Brasil no asistía a un espectáculo como el que dieron los hermanos Collor de Mello entre mayo y septiembre de 1992. Escandalizado por el espectáculo de corruptela que veía a su alrededor o envidioso por el poder que acumulaba su hermano mayor, Pedro Collor resolvió contar todo a la revista Veja, el semanario más influyente del país que, a partir de entonces, no soltó la bandera de la moralización hasta el día en que de una pequeña palabra hizo un gran titular: ¡Cayó! Impugnado su mandato por el Congreso, Fernando Collor de Mello se recluyó en su babilónica mansión de Brasilia a esperar el dictamen de la justicia común, que terminó por absolverlo. A Paulo César Farías no le fue tan bien. Advertido de que estaba a punto de ser capturado se voló a Buenos Aires a mediados de 1993. De allí viajó a Londres, en donde su afición por la buena vida empezó a traicionarlo. Alojado en un lujoso hotel y asiduo de los mejores restaurantes, su presencia terminó por ser advertida por uno de sus compatriotas que lo denunció a la embajada. Extraditado a Brasil en diciembre de 1993, fue juzgado y condenado a cerca de siete años de prisión en uno de los 120 procesos en que su nombre aparece involucrado. Farías cumplió parte de la pena, primero en Brasilia y después en Maceió, en una cómoda celda desde donde gerenciaba sus empresas, encargaba comida de los mejores restaurantes y recibía visitas. Su esposa Elma murió en 1994. Poco tiempo después, en la misma celda, PC conoció a la agraciada joven que lo llevó o lo acompañó todavía no se sabe a la muerte.
¿Crimen pasional?
Cuando murió asesinado el domingo 23 de junio, Paulo César Farías tenía 50 años. Gozaba de libertad condicional, pero diariamente volvía a la cárcel en donde ejercía la abogacía como parte del trabajo de rehabilitación. Su cuerpo reposa en el cementerio Jardín de las Flores custodiado fuertemente por la Policía para evitar que quienes temían ser delatados y pudieron haberlo silenciado, borren también cualquier evidencia que todavía permanezca oculta en el cadáver. Los bienes que PC tenía en Brasil: lujosas propiedades, carros y aviones, están congelados por la justicia pero si son liberados pasarán a manos de sus hijos de 14 y 16 años, que estudian en un internado de Suiza. Lo mismo ocurrirá con los millones de dólares que se, cree, están bien custodiados en algún banco del exterior. Mientras tanto, Fernando Collor de Mello disfruta de unas agradables vacaciones en Australia y Tahití, desde donde envió un lacónico mensaje tras enterarse de la muerte del amigo: "Lamento profundamente lo ocurrido".