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El monstruo de Fresno

El asesinato de nueve personas en una tranquila ciudad de California tiene a los estadounidenses aterrados e indignados.

21 de marzo de 2004

La escena era tan impresionante que todos los policías que atendieron la emergencia tuvieron que recibir atención sicológica y unos días libres para reponerse. Una pila de cuerpos sin vida entremezclados con ropa, una docena de ataúdes de caoba y un único sospechoso del crimen con ínfulas de dios y la camisa manchada de sangre ambientaban el lugar donde el pasado 12 de marzo ocurrió la peor masacre que se recuerde en Fresno, California.

Ese fue el epílogo de una tragedia que comenzó con una llamada de alerta al 911 sobre una disputa doméstica en un barrio de clase media de la apacible ciudad. Al llegar, la policía se encontró con que el dueño de casa, un afroamericano de 57 años llamado Marcus Wesson, se había encerrado con su familia. Dos horas después, luego de escucharse varios disparos, Wesson salió y se entregó voluntariamente a las autoridades. En la casa quedaron los cadáveres de nueve personas: una mujer de 24 años, una adolescente de 17 y siete niños de entre 1 y 8 años.

Aunque la sola noticia del crimen múltiple paralizó la ciudad, los detalles que se conocieron después le dieron a la situación ribetes cinematográficos. A las pocas horas de los asesinatos, las autoridades de Fresno revelaron que Wesson no sólo era el padre de la mayoría de los menores muertos sino que en por lo menos dos de los casos también era su abuelo, lo que añadió al caso el ingrediente del incesto.

La matanza levantó una ola de arrepentimiento y recriminaciones, tal como suele suceder con las tragedias anunciadas. Después de todo Wesson, que ya fue formalmente acusado de asesinato y podría enfrentar la pena de muerte, era todo menos un vecino ejemplar. No sólo vivía rodeado de varias mujeres y por los menos una docena de niños en una casa que estaba adecuada para el funcionamiento de oficinas, sino que se pasaba el día hurgando el motor de un viejo bus escolar y nunca se le conoció un trabajo estable. Paradójicamente solo ahora, después de los asesinatos, los habitantes del barrio de clase media reconocen que el comportamiento de Wesson siempre fue "un poco raro".

Con 1,75 metros de estatura, 150 kilos de peso y el pelo casi hasta las rodillas, Wesson no pasaba inadvertido, sobre todo cuando caminaba por el barrio seguido de un grupo de mujeres vestidas de negro y con sus cabezas cubiertas con pañoletas. Las autoridades han dicho que ellas trabajaban para sostener a Wesson y que parecían vivir en una especie de comuna en la que todas actuaban como sus esposas. Los niños no asistían al colegio y con frecuencia, los vecinos los veían acompañando a Wesson hasta altas horas de la noche mientras éste trabajaba en el bus.

A pesar de que las pruebas contra Wesson son contundentes, dos personas proclaman su inocencia. Se trata de sus hijos mayores, Dorian y Serafino, de 29 y 19 años. Ambos se resisten a creer que su padre se haya convertido en el mayor asesino en la historia de Fresno y niegan las acusaciones de que sea miembro de una secta dedicada a practicar la poligamia. "Es el mejor padre que cualquier persona podría tener en la vida. Se ve peligroso pero realmente es una persona bondadosa", dijo Serafino a los medios de comunicación. En cuanto al incesto, Dorian aseguró que sus hermanas habían quedado embarazadas por inseminación artificial. Sin embargo, cuando el diario californiano The Fresno Bee le preguntó quién era el padre de los menores, Dorian, confundido, contestó: "Se parecen a mí. No sé qué pensar". Si esos son los únicos argumentos de sus defensores, Wesson puede estar seguro de que su juicio será uno de los más cortos de todos los tiempos.