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El monumental regreso de Damien Hirst

El provocador y multimillonario artista británico vuelve a la carga con una polémica obra con la que pretende retomar un lugar privilegiado dentro del arte.

22 de abril de 2017

Damien Hirst siempre juega a la ruleta rusa. Y su última obra, Tesoros del naufragio del Increíble, no es la excepción. En las reacciones que despierta no hay términos medios: “Es mitad historia, mitad farsa”; “Es un proyecto colosal”; “O es un rotundo éxito o un total fracaso”.

Su historia siempre estuvo marcada por contrastes. El artista, de 51 años, nacido dentro de la clase trabajadora británica, creció sin padre desde los 12 años, pero esto no fue obstáculo para trascender. Hoy es una marca, un torrente de conceptos que no necesariamente se involucra en la hechura final de sus trabajos. Pero su fuerza creativa y disruptiva cambió el panorama del arte británico de los años ochenta. No fue todo: en los años noventa lo llevó a lugares inexplorados por la audiencia, el mercado, los compradores, los curadores y los críticos.

Impulsado por el interés y apoyo del magnate publicitario y coleccionista Charles Saatchi, Hirst fue el artista mejor pagado del mundo. Entre sus obras, presentadas en distintas exposiciones, se destaca el tiburón australiano conservado en formol dentro de una caja transparente que se vendió por 12 millones de dólares (aunque el trabajo original se pudrió y lo obligó a repetirlo antes de entregarlo). También generó admiración y repudio a la vez por exhibir una cabeza de vaca podrida en una caja de cristal con larvas, gusanos y mosquitos. No se queda atrás una calavera forrada en 8.601 de diamantes. Este midas del arte en 2007 vendió una estantería para medicinas en 19 millones de dólares.

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En 2008 transgredió el formato clásico, evitó las galerías y montó una subasta en Sotheby’s. Para muchos fue una propuesta astuta, para otros resultó arrogante y dañina. Hirst vendió más de 200 millones de dólares en los albores de una cruda crisis económica. Pero desde ese pico histórico, la cotización de sus obras sube, pero también baja. Como apunta The Economist, entre la crisis económica y su pérdida de valor en las subastas, pasó de vender más de 200 millones en 2008 a 16 millones el año siguiente. Ese valor, entre 16 y 17 millones, se mantuvo desde 2009, pero no es algo que, desde lo económico, le preocupe: Hirst tiene una mansión de 60 millones de dólares en Londres, su colección alcanza unas 3.000 piezas a nivel mundial, muchas de las cuales muestra en su galería propia de 40 millones de dólares.

Con los Tesoros del naufragio del Increíble (Treasures from the Wreck of the Unbelievable) hace una apuesta ambiciosa y busca una redención. Y puede lograrlo. Más de uno quedó boquiabierto al ver este monumental trabajo que, sin embargo, para algunos resulta kitsch, pomposo, irrelevante y hasta mentiroso.

¿Pero qué ideó Hirst esta vez? Construyó una narrativa fantástica que explica la muestra y que se desarrolla así: Cif Amotan II, un esclavo liberado que vivió hace 2.000 años, congregó obsesivamente una cantidad impresionante de tesoros para llevarlos a un templo al sol. Para esto los cargó en su barco Apistos (Increíble en griego), pero este nunca llegó a su destino y se hundió en las profundidades del océano. El artista cuenta cómo miles de años después, en 2008, el naufragio fue descubierto, las piezas recuperadas y luego dispuestas en esta muestra. En la época de la posverdad, las fake news y Donald Trump, como anota el diario El País, una muestra así cae como anillo al dedo.

La obra, definitivamente, divide a los críticos de arte. Alastair Sooke, del diario The Telegraph, asegura que Hirst juega a dos niveles, el de la historia y el de la farsa, y expresa lo mucho que esto lo indispone. Critica que el mismo Hirst rompe la fantasía con referencias como calzones en una estatua femenina o un logo de Sea World en una espada, detalles que la hacen imposible de creer: “Se trata de una locura espectacular, inflada, y esa enormidad puede marcar el naufragio de la carrera de Hirst”, sentencia.

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A otros les despierta pasión. Jonathan Jones, del diario The Guardian, anota que Hirst convirtió en creyentes a quienes habían perdido la fe. Añade que él, cuya reputación estaba en juego, sí se redime: “La imaginación emocionante e hilarante que lo hizo un artista cautivante en los años noventa ha renacido de forma audaz y hermosa”. Entre tanto, Jonathon Keats, de Forbes, se suma al entusiasmo cuando dice que, en estos tiempos, “un ataque a la credulidad puede resultar más importante que la sutileza estética o la originalidad artística”.

Pero el artista sale al corte de las críticas y de los incrédulos: “Todo tiene que ver con la creencia. Llevo tanto tiempo sumido en esta historia que la siento cierta. Así como se cree en Santa Claus, se puede creer en esto”, aseguró a la BBC, que indagaba sobre su exhibición.

Tesoros del naufragio del Increíble se exhibe en dos notables galerías de Venecia, el Palazzo Grassi y la Punta della Dogana. Ambas pertenecen a François Pinault, el millonario esposo de Salma Hayek, que heredó un emporio de marcas de lujo y no parece afectarlo ninguna crisis. El afortunado hombre es un coleccionista de arte británico y apoya con fervor y dinero el trabajo de Hirst. Así pues, en 50 espacios se presenta esta experiencia compuesta por 190 piezas, todas a la venta, dispuestas en 17.000 metros cuadrados. La magnitud ha hecho pensar a muchos en la Bienal de Venecia, que se ve eclipsada por semejante competencia.

Todos los elementos fueron fabricados en los talleres de Hirst, pero para espantar la idea de que esto es una fantasía algunos fueron sumergidos cerca a las costas de Mozambique. Para darle más credibilidad filmó y fotografió la operación de rescate, e incluyó las imágenes en la exhibición.

Las esfinges y las estatuas muestran cierto deterioro como si hubieran aguantado dos milenios bajo el agua. Hirst en esta historia aparenta ser el gran gestor del rescate. También como musa, pues una de las estatuas tiene la cara de él.

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Los detalles y la escala gigante hacen de esta muestra una producción casi cinematográfica. Esto explica su presupuesto, que osciló entre 50 y 100 millones de dólares. Hirst no reveló el dato exacto, pero no desmintió la cifra: le gusta recordarle a la gente que es uno de los artistas más ricos del planeta. Además, así prepara a los interesados para los precios. Se calcula que las piezas cuestan entre 500.000 y 5 millones de dólares. Aun así, según The

Economist, la muestra, que abrió el pasado 9 de abril, ha vendido bien. Un análisis temprano le anotaría un éxito comercial a Hirst, el regreso por sus fueros.

El gran polarizador del arte volvió y no pasa inadvertido. Damien Hirst no vive del consenso.