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En sus más de 30 años de carrera Ernesto McCausland se le midió a todo, pero sin duda el Caribe fue su mayor pasión, especialmente Barranquilla, donde nació y descubrió su amor por el periodismo. | Foto: PATRICIA GONZÁLEZ/JET SET

OBITUARIO

El narrador del Caribe

La muerte de Ernesto McCausland, uno de los cronistas más destacados de los últimos tiempos, hizo recordar a los colombianos por qué es tan importante contar el país desde la región. SEMANA le rinde un homenaje.

24 de noviembre de 2012

Desde el primer día que Ernesto McCausland pisó la redacción de El Heraldo empezó su larga lucha por darle a la crónica un lugar privilegiado. Siendo aprendiz peleó varias veces con su editor porque no seguía al pie de la letra todo lo que le pedía. “Como apenas estaba empezando en el medio solo lo ponían a hacer noticias, pero él se empeñaba en escribir crónicas”, recuerda Mauricio Vargas, con quien trabajó en el periódico barranquillero durante esa época dorada de la que también hicieron parte Juan Gossaín y Roberto Pombo. Con el tiempo McCausland le ganó la batalla a la premura y, de paso, conquistó la confianza del diario y de otros colegas que hoy lo consideran un referente del periodismo nacional.

Por eso, el miércoles pasado cuando se conoció la noticia de su muerte, los medios no ahorraron en homenajes y semblanzas. Ernesto asumió el cargo de editor general de El Heraldo en 2010 y, aunque desde hace unos meses dejó de ir a la redacción para concentrarse en su tratamiento contra el cáncer de páncreas, siempre estaba conectado con sus periodistas. “Nunca se retiró espiritual ni electrónicamente –asegura José Granados, editor de investigaciones del diario–. Estaba pendiente de todo y nos enviaba correos diciéndonos: ‘¡Qué temazo! No lo dejes morir’”. No solo sus amigos reconocen que tenía un gran olfato, sino también el jurado de los Premios Simón Bolívar que lo galardonó en cinco ocasiones y el mes pasado le entregó el Premio a la Vida y Obra de un Periodista.

En sus más de 30 años de carrera se le midió a todo, pero sin duda el Caribe era su mayor pasión, especialmente Barranquilla, donde nació y descubrió su amor por las historias cotidianas y absurdas. Entre 1987 y 2007 se dedicó a narrar su región desde el programa Mundo Costeño y, como buen amante de esa cultura, también era hincha furibundo del Atlético Junior y adoraba el vallenato (él mismo se describía en su página como un “cantante frustrado” y en varias oportunidades presentó el Festival de la Leyenda Vallenata).

McCausland se convirtió en uno de los pocos cronistas que se dio el lujo de ser tan prolífico en prensa escrita como en radio, cine y televisión. Empezó como reportero de judiciales en El Heraldo, y a pesar de trabajar temas duros, en la redacción nunca se respiró un ambiente solemne. “Era el más alto, joven e ingenuo del grupo –cuenta Vargas–. En ese entonces la norma para sobrevivir en el periódico era tener un buen sentido del humor, algo con lo que él cumplía a la perfección”.

 Pronto, el barranquillero se aventuró en otros campos y fue desde presentador de noticieros televisivos y locutor de radio hasta director audiovisual y un apasionado por los medios digitales. Era capaz de producir para todos los formatos porque en cada calle, en cada personaje y en cada voz encontraba un ángulo novedoso. Como lo explicó en el discurso que sus hijas, Natalia y Marcela, leyeron por él en la ceremonia de los Simón Bolívar: “A una fría noticia cotidiana, en virtud precisamente al fuero que me he ganado, me doy el lujo de verterla en una paila y llevarla al fogón de la crónica. Pero no soy cronista por alguna recóndita verdad culinaria. Lo soy más bien porque instintivamente considero que con mi producto me aproximo más a la verdad”.

También le huía a los lugares comunes y, pese a su delicado estado de salud, alcanzó a estrenar en septiembre El eterno nómada, su último documental. Su extensa obra le mereció 16 premios de periodismo. “Él sabía que en este oficio uno siempre tiene que estar en la jugada. Aun como editor, él seguía siendo un incansable reportero y si veía que podía conseguir un detalle más, lo hacía.”, agrega Granados.

Esa es solo una pequeña muestra de la admiración que sus amigos, colegas y lectores sienten por este gran relator de historias que será recordado por su dedicación aun en las más extenuantes jornadas. Su prematura muerte a los 51 años deja un gran vacío en el periodismo y en todos aquellos que lo conocieron. Después de todo, como también señala Óscar Montes, jefe de redacción de El Heraldo: “Más que una fuente de información, era una fuente de sabiduría”.