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El perfil del asesino

Juan Roa Sierra, el hombre que se hizo célebre por el asesinato de Gaitán, habría sido gaitanista y se creía la reencarnación de Santander.

8 de abril de 2006

La vida y la muer-te de Jorge Eliécer Gaitán estarían fatalmente enlazadas con las del hombre que pasaría a la historia como su asesino. No sólo se encontrarían el 9 de abril de 1948, cuando en Bogotá el primero fue abatido por tres tiros y el segundo linchado por la multitud vengativa. Por casualidades del destino, Juan Roa Sierra vino al mundo en el barrio Egipto, a media cuadra de la humilde residencia en la que una placa señala que nació el caudillo. Esa es una de las coincidencias que el escritor y dramaturgo Miguel Torres relata en su libro El crimen del siglo. Aunque es una novela, la obra contiene varios episodios reales que 58 años después reconstruyen un perfil sicológico del perpetrador.

El autor argumenta que después de comparar crónicas de la época, en su investigación de cuatro años pudo establecer que la familia de Roa era gaitanista y que incluso hay indicios de que él mismo pudo haber hecho proselitismo a favor del político liberal en las elecciones de 1946. Quizá por eso cuando las autoridades revisaron su casa encontraron algunos botones con la foto del candidato. "A veces oía por radio las conferencias del doctor Gaitán", dijo entonces al periódico El Tiempo María de Jesús Forero, amante de Roa y con quien tuvo una hija.

Sin embargo, es posible que la decepción del admirador tuviera su origen en un episodio que entonces fue revelado por testigos entre los que se encontraba la secretaria de Gaitán. Torres cuenta que el joven de 26 años habría visitado al político y abogado en su oficina para pedirle ayuda por su desesperada situación económica. Al parecer, Gaitán le contestó que su tarea no era buscarle puesto a la gente, y le aconsejó escribirle al gobierno. Algunas biografías sostienen que este hecho habría sido el detonante del asesinato. "Hay muchas hipótesis, pero si fuera por esto, habría tenido que matar a su amante, quien lo echó de la casa por mantenido, y a sus hermanos por darle la espalda", opina Torres, quien en la novela pone en duda que Roa cometió el crimen, pero también presenta la posibilidad de que haya sido obligado por fuerzas políticas o extranjeras a eliminar al "seguro próximo Presidente".

Roa Sierra era un joven albañil desempleado, descrito por algunos como holgazán, soñador, en exceso reservado y tranquilo. Era el menor de los 14 hijos de Encarnación Sierra y Rafael Roa, también albañil y quien murió de una enfermedad respiratoria producida por su oficio. Cuando ocurrieron los hechos, Juan vivía con su mamá en el barrio Ricaurte, mantenido por ella. Ocho de sus hermanos habían muerto y otro había sido recluido en Sibaté por problemas mentales. Quizá Juan también los padecía, porque solía afirmar ser la reencarnación de Gonzalo Jiménez de Quesada y de Francisco de Paula Santander. En ocasiones se peinaba igual que el prócer y se contemplaba en un espejo durante horas.

Todo indica que esta costumbre empezó cuando, desesperado por su mala suerte, se volvió cliente de un astrólogo alemán llamado Johan Umland Gert, quien lo habría iniciado en el Rosacrucismo, un culto que cree en la reencarnación. A su nuevo guía espiritual le manifestó que le esperaban grandes cosas y le contó sus planes de buscar tesoros en Facatativá y Monserrate. Dos compañeros de trabajo de Roa, los hermanos Luis Enrique y José Ignacio Rincón, testificaron que él les había comprado la maltrecha arma homicida por 75 pesos, con la excusa de que la necesitaba para un viaje con unos extranjeros en busca de guacas.

Frente a los sucesos del trágico 9 de abril, las versiones de los testigos van desde cuando Roa estuvo merodeando por la oficina de Gaitán, hasta cuando el asesino era otro y huyó en un tranvía. En su biografía Vivir para contarla, Gabriel García Márquez relata que Encarnación Roa se había enterado por radio del magnicidio y estaba tiñendo de negro su mejor traje para guardar luto, cuando se enteró de que el asesino era Juan. Nunca lo creyó. Su hijo y los hechos que rodearon el crimen siguen siendo el misterio del siglo XX.