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Charles Spencer Chaplin comenzó a actuar desde que tenía 6 años. Toda su familia estaba dedicada a la vida artística en Londres

aniversario

El placer de la risa

Al cumplirse 30 años de la muerte de Charles Chaplin, el escritor y crítico de cine Luis Carlos Muñoz Sarmiento hace una semblanza del genio del humor silente.

22 de diciembre de 2007

ENTRE LAS? imágenes más recordadas del séptimo arte está aquel vagabundo de sombrero, bastón, bigote y gracioso caminar a quien su creador Charles Chaplin bautizó con el nombre de Charlot. Para que su cine hable por él, ahora que el 25 de diciembre se cumplen 30 años de su muerte, vale la pena recordar tres escenas de sus obras, una de Luces de la ciudad y dos de Tiempos modernos. La niña que acaba de recobrar la vista lanza un balde de agua sobre Charlot. El hecho causa risa cuando por el tacto lo reconoce como aquel que la ama y le ha ayudado a ver de nuevo. En la segunda película, el oficio fabril de Charlot consiste en apretar unas tuercas que pasan veloces por una cadena de producción, hasta que se rasca la nariz y comienza a saltarse tuercas hasta que lo despiden. Luego sale de la fábrica a buscar empleo, se dirige en contravía de una huelga y al devolverse, queda encabezándola, por lo que los policías lo apalean y se lo llevan a la cárcel.

Charles Spencer Chaplin nació en Londres el 16 de abril de 1889, en una familia judía de actores de music-hall, y comenzó a actuar desde los 6 años. Conoció la miseria tras la muerte de su padre por alcoholismo, el mismo que llevó a su madre al manicomio. Gracias a su hermano Sidney entró a la compañía de teatro de Fred Karno. Con ella viajó en 1910 a Estados Unidos y regresó dos años después convertido en un prestigioso actor de varietés. En 1913 lo descubrió Mack Sennett, quien dirigió a los cómicos mudos más famosos, entre ellos el actor y director Buster Keaton, para muchos un genio superior a Chaplin.

En 1919 participó en la fundación de la United Artists, origen del cine de autor. Entonces era actor, productor y director de sus filmes. Entre los más importantes aportes que hizo al cine mudo se destaca La quimera del oro, una metáfora sobre la avaricia. En Una mujer de París, cinta que no protagoniza, advierte que no hay división entre héroes y traidores, sino entre hombres y mujeres dotados de pasiones buenas o malas. Lo expresa porque ya siente sobre él el estigma de pedófilo, que lo llevará a dar un nuevo rumbo y encarnar al asesino Landrú en Monsieur Verdoux, que a su vez es la última aparición de Charlot. Después en 1952 vino Candilejas, de la que dijo: "Creo en la libertad; esta es toda mi política; soy del partido de los hombres, tal es mi naturaleza. No creo en la técnica, ni en el paseo de las cámaras por delante de las narices de las estrellas; creo en la mímica, en el estilo. No tengo ninguna misión: mi objetivo es el de proporcionar placer a la gente". Luego rodó Un rey en Nueva York, un ajuste de cuentas fallido con la sociedad norteamericana por la caza de brujas que dirigió el senador Joseph McCarthy y que cobró la vida artística de varios guionistas y el exilio, entre otros, del propio Chaplin: "No soy comunista; nunca me he afiliado a un partido político u organización. Soy lo que ustedes llaman un traficante de paz". Abandonó Estados Unidos en 1952 y se estableció en Suiza. Sólo volvió en 1972 para recibir un Oscar por sus aportes al cine. Antes había dicho que, "no volvería ni aunque Jesucristo fuera presidente". Pero la vanidad muere por la boca. Falleció el día de Navidad en 1977, en Vevey, Suiza.

¿Importa si a alguien no le parece simpático Chaplin? El genio rara vez agrada, de por sí es excéntrico, antítesis de la masa. Y era además vanidoso. El historiador del arte francés Élie Faure dijo, "si Chaplin se inclina hacia el lado de la risa, como Shakespeare hacia el lado del éxtasis lírico es, de nuevo como éste, para evadir la realidad que acongoja". Cualidad del artista marginal, del genio enajenado de la sociedad. Y sólo a través de su arte estableció un puente con ella. Faure también señaló, "¿Qué debe decirse de su modo de caminar, de la silueta de este bizarro payaso mecánico ante el cual la humanidad entera tiembla de la risa?". Pero Chaplin es poeta antes que payaso. El que sienta y piense lo hace conceptualista, un artista que emplea el cuerpo en función de las ideas. Un ideólogo del humor con una honda

preocupación social. Sin embargo, para Guillermo Cabrera Infante, el escritor, guionista y crítico de origen cubano que se dio a conocer por su seudónimo 'Caín', Charles Chaplin era el artista más antipático, quizá porque él mismo lo era, y su autobiografía, un libro para olvidar, pues no la escribió él mismo. Para el director y guionista español Fernando Trueba no es simpático, quizá porque el ganador del Goya y del Oscar es igual. Según Jorge Luis Borges el comediante era, "como cineasta, una porquería".

Aparte de Faure, nadie como Buster Keaton se acerca tanto al arte de Chaplin ni con tanta autoridad como certeza. "Me temo que la avalancha de elogios a su brillante dirección trastornaron a Charlie. Su desgracia fue creer lo que los críticos escribieron sobre él. Dijeron que era un genio, cosa que yo sería el último en negar y, a partir de entonces, el payaso divino intentó comportarse, pensar y hablar como un intelectual".

Otro genio, el director español Luis Buñuel, afirmó en 1929 que "Charlot ha desertado del bando de los niños y ahora se dirige a los intelectuales. Pero en recuerdo de los tiempos en que no pretendía ser más que un payaso, tengamos para él un piadoso 'merde', y no volvamos ya nunca a verlo". Error, porque vendrían City Lights, Modern Times, The Great Dictator, obras maestras que obligan a no dejar de verlo en adelante. Como diría el actor mudo 'Fatty' Arbuckle, su colega era el único del que se hablaría un siglo después. Mientras tanto, va su plegaria en El gran dictador: "Queremos vivir de nuestra mutua dicha, no de mutua desdicha. No queremos despreciarnos y odiarnos mutuamente. En este mundo hay sitio para todos. El odio de los hombres pasará y los dictadores perecerán, y el poder que han usurpado al pueblo, al pueblo volverá".

Con su obra Chaplin dinamitó las instituciones a través de la ironía. Es decir, un autor político en el más concreto y a la vez amplio sentido del término, que había perdido su inocencia en el sórdido East End londinense y que no la iría a recuperar donde no hay inocencia que sobreviva: Hollywood. El lugar en el que, dijo el poeta Blaise Cendrars, "¡si no viene rodeado de gran pompa y ceremonia, no conseguirá gran cosa!". Chaplin se cansó de conseguir todo lo que se propuso y por eso se fue a Suiza; críticos de diversas nacionalidades le erigieron un castillo de la envidia tras su muerte, cuando él sólo quería divertir a la gente. El humor de Chaplin es el reverso de su amargura infantil. Y su genio, un medio para dar placer, el único objetivo de su vida y de su arte. n