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Los asesinos envenenaron a Rasputín, pero al ver que la sustancia no hacía efecto, le dispararon varias veces y finalmente lo ahogaron en un río

Historia

El regreso de Rasputín

Nuevos libros sobre la Rusia de los zares reviven el mito del 'monje loco' que llevó a los Romanov a su trágico final.

18 de marzo de 2006

Cuenta la leyenda que sus ojos azules y claros hipnotizaban a quien miraran. Que no importaba que fuera un hombre bebedor y maloliente, de cabellera enmarañada y barba siempre llena de restos de comida, porque su magnetismo superaba su aspecto. Cuenta también que tenía el don de la profecía y que a sus encantos cedieron desde mujeres del pueblo hasta las más nobles y fueron famosas sus orgías sexuales, que supuestamente usaba para exorcizar sus cuerpos del mal. Y una de sus más fieles seguidoras fue Alexandra, la última zarina rusa, sobre quien habría ejercido una fatídica influencia. Grigori Yefimovich Novij, conocido como Rasputín, que significa 'libertino', fue un arribista y excéntrico personaje que despertaba las más extremas pasiones. Así mismo ha cautivado a un gran número de escritores y su historia se sigue contando. Los libros más recientes son Rasputín, el diario secreto, basado en unos manuscritos que el monje le habría dictado a una de sus amantes entre 1914 y 1916, y La profecía Romanov, una novela histórica que habla de sus vaticinios acerca del fin de la dinastía y que plantea el regreso de la monarquía en la Rusia actual.

Cuando Rasputín llegó a la corte del zar Nicolás II, había dejado de ser un simple campesino de Siberia, analfabeta y ladrón. Para entonces, ya había pasado por un monasterio ortodoxo convirtiéndose, como él mismo decía, en un hombre de Dios y lo precedía una fama de místico visionario capaz de hacer curaciones milagrosas, por lo cual era llamado starets, es decir, santo. A su llegada a San Petersburgo no le fue difícil ganarse la confianza de una zarina desesperada porque Alexis, su único hijo varón, el heredero al trono que había nacido luego de cuatro mujeres, sufría de hemofilia.

El diario de la emperatriz cuenta que a finales de 1907, el padre Grigori fue llamado al lecho del zarevich por una hemorragia imparable que lo tenía al borde de la muerte. Sin tocarlo y simplemente rezando junto a él, la sangre dejó de fluir y Alexis sanó. Según el sicólogo Alexandr Kotsiubinski y su hijo Daniil, autores de Rasputín, el diario secreto, hay evidencia que demuestra que el monje había tomado lecciones de hipnosis y que hoy muchos médicos aseguran que esta técnica, así como distraer la atención del enfermo para calmarlo, regula la tensión y se consigue que la hemorragia disminuya. Pero desde ese momento Alexandra lo convirtió en su consejero, aunque muchos biógrafos han sugerido que la relación era aún más estrecha.

El libro de los Kotsiubinski, quienes tuvieron acceso a documentos del Archivo Estatal de la Federación Rusa , pone en duda que él fuera una máquina sexual y más bien lo describe como impotente. Se había dicho que este hombre 'santo' predicaba una doctrina de salvación mediante el pecado según la cual le era necesario tener relaciones sexuales con sus pacientes, prácticas que por lo general tenían lugar en el sofá de su despacho. Los rituales habrían incluido reuniones en baños públicos con desaforadas orgías. Incluso la niñera de los hijos del zar -las duquesas Tatiana, Olga, María y Anastasia y el heredero-, habría acusado a Rasputín de haber abusado de ella y los niños. Él se ufanaba de lo bien dotado que estaba y durante sus borracheras no tenía reparos en exhibir su enorme miembro viril. Al parecer, recientemente éste pudo ser admirado por los visitantes del Museo de la Erótica de San Petersburgo, pues Rasputín fue castrado al ser asesinado y el órgano habría sido preservado.

Pero, según el libro, "sufría de una potencia claramente disminuida y su conducta estaba dirigida a camuflarlo al máximo". Por eso su técnica consistía en seducir con palabras y masajes eróticos a sus devotas, a las que en la mayoría de los casos dejaba iniciadas dándoles un último y casto beso antes de invitarlas a arrodillarse para rezar por su salvación. Probablemente ese fue el método utilizado con la zarina. Incluso Rasputín habría dictado en su diario que el género femenino no le interesaba: "Me da igual tocar mujer que madera". En cambio, los autores ponen de manifiesto su tendencia homosexual: "Con gusto hacía su tratamiento a los hombres con un claro interés sexual". Paradójicamente, se habría enamorado de quien sería su asesino, el príncipe Félix Yusúpov, casado con una sobrina del zar y de quien se dice acostumbraba visitar sitios nocturnos disfrazado de mujer.

El libro también revela que Rasputín pudo ser un espía de Alemania y que habría negociado en secreto la paz con este país en la Primera Guerra Mundial, a espaldas del zar, quien poco a poco le había cedido el poder cuando asumió personalmente el mando del Ejército ruso. Como emperador en la sombra destituyó a varios ministros y los reemplazó por amigos cercanos, lo que llevó al imperio al caos. El descontento del pueblo, que más tarde desencadenaría la revolución rusa, no se hizo esperar, pues además se sospechaba que por su origen alemán, la zarina estaba colaborando con el enemigo.

La profecía Romanov, de Steve Berry, comienza con una predicción que Rasputín habría hecho a los zares: "Siento que debo morir antes de año nuevo (...) Zar de la tierra de Rusia, si oyes el tañido de las campanas que te anuncian que Grigori ha sido asesinado, debes saber esto: si han sido tus parientes quienes han provocado mi muerte, ninguno de tu familia quedará vivo durante más de dos años". El autor tomó las palabras de una biografía del monje escrita por una de sus hijas.

La noche del 29 de diciembre de 1916, Yusúpov, junto con Dimitri Pávlovich, primo del zar, y otros cómplices, le tendieron una trampa. "La leyenda relata que a Rasputín le dieron pasteles con cianuro y vino de Madeira envenenado, pero no murió y que fue necesario dispararle varias veces y arrojarlo al río Neva para acabar con él. Tanta dificultad para matarlo aumentó el mito de sus poderes y de su inmortalidad", explicó Berry a SEMANA.

Como cumpliendo la profecía, los Romanov corrieron una suerte similar. En la madrugada del 16 de julio de 1918, un año después de que fue obligado a abdicar, soldados bolcheviques despertaron al zar y su familia, que se encontraban recluidos en Ekaterimburgo, una ciudad ubicada en los Urales. Les dijeron que les iban a tomar una foto para demostrarle al pueblo que seguían en cautiverio. Pero, como cuenta Berry, no entró ningún fotógrafo, sino un soldado armado que habría dicho: "En vista de que sus parientes insisten en su ataque a la Rusia Soviética, el Comité Ejecutivo del Ural ha decidido darles muerte". Un grupo de 11 hombres abrió fuego contra ellos, pero como las mujeres habían cosido las joyas de la familia en sus corsés, estos sirvieron de escudo y las balas rebotaban. La sangrienta historia cuenta que finalmente las apuñalaron.

En 1991 fueron descubiertos los restos de los Romanov, pero faltaban dos cadáveres: el de una de las hijas, aunque no hubo acuerdo sobre si se trataba de María o de Anastasia, y el de Alexis. ¿Habrían sobrevivido? Basado en uno de los mayores misterios del siglo XX, Berry escribió una novela en la que un sucesor de la familia está a punto de ser proclamado zar. Aunque el escritor duda que esto suceda, cree que no es algo descabellado: "Existen organizaciones monárquicas que se reúnen a partir de la nostalgia. Además, hace unos años ¿quién pensó que el comunismo se fuera a caer?"

Eso puede o no suceder. Pero tal vez nunca se determine qué pasó con los dos hijos de Nicolás y Alexandra, así como es imposible saber si Rasputín, el hombre acusado por la historia de llevarlos a la ruina, fue un iluminado o un farsante, un santo o un demonio.