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EL SHOW DEBE CONTINUAR

Fallece el autor de My Fair Lady, la mejor comedia musical de la historia.

21 de marzo de 1988


No le bastó con ser un niño genio que a los 4 años ya tocaba con fluidez el piano, ni haber compuesto a los 15 una de las canciones populares más exitosas de la Europa de los primeros años del siglo. Cuando Frederick Loewe llegó a los Estados Unidos dispuesto a conquistar el sueño americano, debió trabajar en toda clase de oficios antes de convertirse en uno de los músicos más aclamados de ese país. Su larga vida, que terminó la semana pasada en Palm Springs, California, tuvo su cúspide cuando compuso las partituras de My Fair Lady, considerada por muchos como la más perfecta comedia musical de todos los tiempos.

Pero el camino fue largo. Nació en Berlín en 1901, hijo de uno de los tenores vieneses más exitosos de una época en que la opereta brillaba en las principales capitales del continente. El joven Loewe estudió piano con maestros de la talla de Ferruccio Busoni y Eugene D'albert, y a los 13 años se convirtió en el solista más joven de la Orquesta Sinfónica de Berlín.

Con semejante experiencia, Loewe se consideró lo suficientemente maduro como para conquistar los Estados Unidos, y lleno de confianza se marchó al "país de las oportunidades" en 1924. Aunque en un comienzo presentó conciertos y estuvo vinculado al teatro Rivoli, su pobre conocimiento del inglés y una sensibilidad musical que para sus contemporáneos no era lo "suficientemente americana", le apartaron de la escena.

Fue entonces cuando el niño prodigio de la música tuvo que desempeñarse en una larga serie de trabajos extraños para poder sobrevivir. Fueron más de 10 años de vagabundeo en los que trabajó como mensajero, instructor de equitación, transportador de correo y hasta ordeñador de vacas. De regreso a Nueva York, luego de algunos años en el oeste, tocó el piano en tabernas y el órgano en los cinematógrafos, un renglón que perdió al aparecer el cine parlante.

Para mantener su contacto con el mundo de la música popular, adhirió al famoso Lambs Club, y finalmente vendió, por 25 dólares, su primera canción para Broadway. Habían pasado casi 12 años desde que vio por primera vez la Estatua de la Libertad. Aunque de allí en adelante pudo mantenerse con cierta notoriedad en el medio farandulero de la música neoyorquina, no fue sino hasta 1942 cuando encontró el camino del éxito. Un encuentro fortuito lo puso a trabajar al lado del libretista Alan J. Lerner, pero los comienzos del equipo recién formado tampoco fueron auspiciosos. La diferencia de edad-Loewe le llevaba 17 años a Lerner-y de origen, hizo que la colaboración entre los dos, en un campo en que la simbiosis debe ser total, fuera difícil en un principio. Su primera obra conjunta, What's up, dirigida por George Balanchine, solamente aguantó 63 presentaciones y la segunda, The day before Spring, 165, pero los convenció de que la sintonía entre los dos daría mucho que hablar.

La fama hizo su aparición con Brigadoon, en 1947, cuando ganaron el título al mejor musical del año en Broadway. Estaban preparados, sin saberlo, para afrontar el reto de su vida, la adaptación del drama de George Bernard Shaw, Pigmalion, una tarea que había sido ya rechazada por los autores más importantes de la época, incluido Noel Coward, Cole Porter y la pareja de Rodgers y Hammestein.

El proyecto, llamado originalmente My Lady Liza, llegó a Broadway en marzo de 1956, con Rex Harrison en el papel del caballero inglés que quiere convertir en gran dama a una chica del mercado londinense, representada en la escena por una jovencísima Julie Andrews. El éxito fue instantáneo, y los ingresos superaron en los 2 primeros años de presentaciones los 12 millones de dólares.

Llevada al cine en la década siguiente, con Audrey Hepburn en el papel que representara Julie Andrews en la escena, la obra de Loewe se encaramó al pináculo de la gloria. Finalmente, el compositor alemán había conquistado los Estados Unidos, el país donde Loewe tuvo su oportunidad, la aprovechó, y donde finalmente murió la semana pasada.