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El show debe continuar

Después de 40 años de actividad artística, Fanny Mikey sigue hincándole el diente a grandes proyectos.

4 de diciembre de 1989

La semana pasada Fanny Mikey logró lo que muy pocos han conseguido en el auditorio León de Greiff de la Universidad Nacional: llenarlo de bote en bote y recibir una cerrada ovación, solamente comparable a la que reciben los revoltosos ídolos de los estudiantes. Con lágrimas en los ojos, la artista colombiana de origen argentino devolvió 40 años la película de su vida.
Cuando el 7 de noviembre de 1949 Fanny Mikey pisó por primera vez el escenario en "La Dama del Alba", su actuación no partió en dos la historia del teatro argentino, pero sí le permitió llegar a la conclusión de que la profesión de su vida era la actuación y de que su campo de acción estaba en el escenario de uno de los muchos teatros de la calle Corrientes de Buenos Aires. Hoy, después de cuatro décadas, sus cálculos se han quedado cortos. Fanny no sólo se ha convertido en una señora actriz, sino que ha logrado ser una de las poquísimas empresarias artísticas con éxito en cuanto proyecto se ha embarcado. Y por la magia del amor, su escenario cambió en menos de 10 años de la Argentina a Colombia, en forma tan radical y contundente que inclusive adquirió la ciudadanía colombiana.
Como en los cuentos de hadas, Fanny llegó a Colombia tras la huella de un gran amor: Pedro I. Su novio había viajado a Bogotá para colaborar con la naciente televisión y le enviaba cada día cartas de 20 páginas invitándola a viajar a la que él pintaba como el centro cultural de América Latina. Fanny no lo dudó dos veces. Sacó sus ahorros del banco, arrendó su apartamento y consiguió dos compañeros de viaje: Boris Roth y Esteban Cabezas. Pero el que se anunciaba como un viaje de luna de miel lleno de gratas sorpresas, se convirtió en una pesadilla. El panorama artístico que Pedro I le pintó tan bueno o mejor que el de Buenos Aires, le resultó a Fanny triste y melancólico. En la Bogotá de entonces el que una mujer entrara a un café a tomarse una cerveza era visto con malos ojos. Para rematar, los ahorros se los ferió su novio que, además de porteño, era un jugador empedernido. Sus apuestas cada ocho días en los caballos terminaron rápidamente con la dote que Fanny había puesto. Pero cuando estaba a punto de desfallecer se le apareció la Virgen en la persona de Enrique Buenaventura, quien se la llevó a trabajar en el Teatro Experimental de Cali, TEC.
La vida de Fanny cambió. Tan pronto puso un pie en esa ciudad se enamoró de su gente risueña, del olor a tierra caliente, del río y, sobre todo, de Juanchito. Como Pedro I ya no tenía hipódromo disponible, jugaba póker tres veces por semana. Fanny tenía entonces licencia para irse a bailar salsa. Muchas veces, las radiopatrullas de Policía se la encontraban y le decían: "Doña Fanny, nosotros la llevamos para que no le vaya a pasar nada". Fanny se movía en Cali entre el piso 7° del Hotel Aristi, donde tenía un apartamento, la Escuela de Bellas Artes, el Teatro Municipal y, claro, los bailaderos de salsa.
Y fue en Cali donde comenzó la que se convertiría en una de sus más importantes actividades: la de organizar festivales de la cultura con el auspicio de la empresa privada. El Festival de Cali tiene en ella su pionera e inspiradora. Con el TEC Fanny duró ocho años, al cabo de los cuales decidió con su esposo, el famoso Pedro I devolverse a Buenos Aires. Sin embargo, al llegar a su ciudad todo le resultó extraño: los olores y los sabores no eran los mismos y se encontró con que era como cualquier hijo de vecino, una persona más a quien nadie reconocía. Decidió entonces empacar sus maletas y devolverse para no regresar jamás.
De nuevo en Colombia, se radicó en Bogotá y entró a trabajar con el grupo de planta del Teatro Popular de Bogotá, que para esa época hacía un teatro diferente al universitario o al de los grupos políticos, que eran los únicos que contaban con auditorio.
Pronto el TPB consiguió público y Fanny comenzó a mostrar sus habilidades financieras. Embarcó a la empresa privada en la actividad teatral y logró que le compraran funciones. La primera persona que le tendió la mano fue Jorge Cárdenas, cuando era vicepresidente de Ecopetrol. Fanny cada vez actuaba menos, pero recogía más dinero. Entonces decidió que era la oportunidad para abrirse camino por su cuenta y riesgo. Sin un peso en el bolsillo consiguió, a comienzos de los años 70, un local en la llamada calle de los hippies, a espaldas del Hotel Hilton, y organizó el primer café concierto de que se tenga noticia en estas tierras.
"La Gata Caliente", como bautizó a su "boliche", se convirtió desde el primer día en el sitio "in" de Bogotá.
Desde presidentes y ministros hasta intelectuales bohemios fueron sus clientes habituales. El negocio se volvió próspero, pero de nuevo el gusanillo de la actuación en grupo la llevó a meterse en un proyecto que sonaba loco: construír un teatro en el norte de Bogotá y hacer que las funciones de bluyín y de mochila se convirtierar en noches de gala.
En 1979 consiguió un depósito en inmediaciones de la Avenida de Chile, y giró un cheque posfechado por la suma de 200 mil pesos para pisar el negocio. El local costó dos millones y medio de pesos. Involucró en el proyecto a un grupo de personas que no sólo se convirtieron en socios, sino en sus mejores amigos, a la cabeza de los cuales estaba Ramón de Zubiría.
El Teatro Nacional se hizo entonces realidad. Allí no sólo Fanny ha hecho teatro, sino que ha posibilitado que decenas de grupos internacionales y nacionales presenten sus obras.
En este loco trabajo de conseguir dinero, de montar obras, de contratar artistas, Fanny hizo un alto en el camino y decidió que había llegado la hora de tener un hijo: adoptó a Daniel, hoy de 13 años, el gran amor de su vida, su compañero y su amigo. Pero la Mikey no se quedó con su felicidad familiar ni con su realización profesional. El año pasado, contra viento y marea, organizó y sacó adelante el Primer Festival Iberoamericano de Teatro que tuvo como sede a Bogotá. Y no pudo ser mayor su satisfacción: teatros repletos, grupos de diferentes partes del mundo y una organización impecable le probaron que el esfuerzo había valido la pena y que ni siquiera una bomba puesta por manos criminales en el Teatro Nacional había podido dañar el espectáculo."Si cuando Dios me regaló a Daniel -dice Fanny- me volví creyente, con la bomba me volví fanática. Haber salido airosa de esa prueba era, ni más ni menos, que la mano de Dios detrás de mí".
Pero la historia de esta mujer no para ahí. Ante el crecimiento de Bogotá hacia el norte y la acogida del público, decidió construír un nuevo teatro en La Castellana. Como los fondos no son suficientes ya tiene organizado un Teatrón para el 25 de noviembre y ha logrado la colaboración de artistas y programadoras de TV que tienen fe en ella.
De Fanny se puede escribir mucho. De sus obras y realizaciones también, lo mismo que de su desbordante y extraordinaria personalidad. Con 50 años y pucho, como ella misma dice, asegura que la fuente de su juventud es mantenerse ocupada y, sobre todo rodeada de gente buena, feliz y emprendedora. Para Fanny, la actividad nunca termina. El show debe continuar.