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Los Springboks de Sudáfrica, liderados por François Pienaar (Matt Damon en ‘Invictus’), ganaron el Mundial de Rugby en 1995. | Foto: A.F.P.

ENTREVISTA

“El deporte enseña lecciones de vida”

Jacobus François Pienaar lideró la victoria de Sudáfrica en la Copa Mundial de Rugby de 1995 y con eso ayudó a la reconciliación de su país después del ‘apartheid’. El capitán, quien inspiró la película ‘Invictus’, visitó Colombia esta semana.

30 de noviembre de 2013

SEMANA: Usted creció en un país donde el ‘apartheid’ era normal. ¿En qué momento entendió que lo normal es que todas las personas sean tratadas como iguales?

Jacobus François Pienaar: Cuando entré a la universidad. Porque vivía en una sociedad en la que no se hacían preguntas, donde los periódicos decían que era lo normal y las personas se reunían y hablaban de que Mandela era un terrorista. Y, tristemente, uno daba por sentado que era cierto. Mis hijos, en cambio, tienen la libertad de hacer preguntas y cuestionar teorías, sea de raza, religión o nacionalidad. Yo crecí muy miope pero afortunadamente comencé a debatir estas cosas, entendí y pude hacer algo al respecto. Por eso comencé a entrenar niños en los años ochenta.

SEMANA: Según Nelson Mandela, “el deporte tiene el poder de cambiar el mundo, de curar heridas y dar esperanza donde antes solo hubo desesperación”. Pero algunos argumentan que un deporte solo debe ser eso, un deporte. ¿Qué opina?

J.F.P.: Es muy poderoso, sobre todo en una nación que ama su deporte nacional, como la Colombia de los noventa, cuando su equipo de fútbol era uno de los mejores del mundo. Hay un cordón umbilical entre el deporte y la política. Sin la financiación necesaria, el deporte no logrará todo lo que puede y creo que los gobiernos no hacen lo suficiente para promover esa herramienta tan valiosa.

SEMANA: Su fundación Make A Difference apoya la educación de niños desfavorecidos y vino a Colombia a lanzar la Fundación REDassist. ¿Cómo puede ayudar el deporte a cumplir esos objetivos?

J.F.P.: Es un gran mecanismo. Si los niños no están compitiendo entre ellos en el deporte, pueden estar involucrados en muchas otras cosas negativas. El deporte enseña disciplina, esfuerzo para conseguir metas, trabajo en equipo y respeto hacia los demás. Algunas veces es solo un juego, pero a menudo es mucho más que eso: está lleno de lecciones de vida. Una mirada al mundo corporativo muestra que muchos de los gerentes y grandes líderes de compañías participaron en deportes colectivos.

SEMANA: ¿Cree que hubiera seguido este camino de liderazgo y de promoción del deporte sin la victoria de 1995?

J.F.P.: Sí, de hecho yo comencé a trabajar en esto desde 1986. Mientras estudiaba Derecho en la Universidad de Johannesburgo ayudé a entrenar a niños negros en barrios pobres. Antes de la Copa Mundial, los Springboks también enseñamos a jugar rugby en diferentes barriadas. Siempre ha sido una parte de lo que hacemos, no algo que surgió como resultado de 1995. Creo que si fuera consecuencia de ello no sería igual de genuino. Y odiaría que me etiquetaran de oportunista.

SEMANA: Después de 16 años Colombia vuelve al Mundial de la Fifa. También estamos en medio de negociaciones de paz con las Farc. ¿Cree que el equipo de fútbol de Colombia debería tener un papel en la reconciliación?

J.F.P.: En un país donde el deporte es una pasión, tanto los niños como los adultos buscarán modelos por seguir. El deporte definitivamente puede ayudar a la reconciliación, porque los jugadores que representan al país jugarán para todos los colombianos y estoy seguro de que quieren la paz y la reconciliación. Tienen una oportunidad única en 2014 de convertirse en el mejor equipo colombiano en la historia de la Copa Mundial y eso es muy emocionante.

La política del deporte

Como Pienaar, otros grandes atletas también han utilizado su estatus de celebridades para promover las causas políticas y sociales en las que creen.

En 1995 George Weah consiguió algo sin precedentes: ser nombrado Jugador Mundial de la Fifa, recibir el Balón de Oro europeo y coronarse como el Futbolista Africano del Siglo. Con apenas 21 años, Weah salió de una barriada de Monrovia, la capital de Liberia, para jugar en el Mónaco y de ahí pasó a ser la estrella del Paris Saint-Germain y del A. C. Milan.


Colgó los guayos en 2003 y volvió a su país, que acababa de salir de una guerra civil. Se lanzó a la Presidencia en 2005 y, aunque perdió, sigue siendo una gran figura nacional. Weah cree en el fútbol como herramienta para salir de la pobreza, por eso creó un equipo cuyo único requisito de ingreso es estar inscrito y asistir al colegio. También fue embajador de buena voluntad de la Unicef, desde donde participó en iniciativas contra el VIH y para rehabilitar a niños soldados.

“Es solo un trabajo. La grama crece, los pájaros vuelan, las olas golpean la arena. Yo le doy palizas a la gente”, dijo una vez Muhammad Ali de su carrera como boxeador. Pero su visión del mundo es mucho más pacifista: Ali se negó a pelear en la guerra de Vietnam, por lo que le quitaron su título de campeón, y fue uno de los grandes luchadores por los derechos de los negros en Estados Unidos.

Mientras triunfaba como boxeador, también se consagraba como icono antisistema. En los años sesenta Ali se convirtió al islam, que ya era escandaloso, y se atrevió a hablar abiertamente del racismo y la exclusión en su país. En política también cometió errores: fue cercano a los dictadores Mobutu Sese Seko y Ferdinand Marcos. Aun así, su imagen permanece como la de un ídolo que luchó por los oprimidos.

El antílope de ébano le decían desde antes de que arrasara en los Juegos Olímpicos de 1936. Jesse Owens creció pobre y enfermo, por lo que sus compañeros de colegio lo rechazaban. Mientras ellos practicaban deportes, Jesse corría incesantemente alrededor del campo de béisbol, para no aburrirse. En 1936 los Juegos se hicieron en Berlín, donde Hitler esperaba con ansias demostrarle al mundo que la raza aria era superior. Pero llegó Owens y no solo ganó, sino que rompió cuatro récords mundiales. 

Hitler se fue del estadio para no tener que saludarlo. A su regreso a Estados Unidos, siguió padeciendo la discriminación: “Cuando volví no pude viajar en la parte delantera del autobús, ni vivir donde quería. No fui invitado a estrechar la mano de Hitler, pero tampoco a la Casa Blanca a darle la mano al presidente”.