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“Lo que me ha ayudado a levantarme es que tuve el apoyo de todo el mundo, hasta del presidente de Estados Unidos” | Foto: CORBIS

ENTREVISTA

"Es mentira que los periodistas no tenemos emociones"

La afamada corresponsal de guerra de '60 Minutes', Lara Logan, estuvo en Colombia para hablar sobre su trayectoria profesional y cómo ha superado el ataque sexual del cual fue víctima durante las protestas en Egipto en 2011.

20 de octubre de 2012

SEMANA: ¿Cuál fue la primera guerra que cubrió?

Lara Logan:
Sur África. Para algunas personas lo que sucedió allá no era una guerra, pero la gente se estaba matando en los barrios populares y había violencia. Luego cubrí las guerras civiles en Angola, Mozambique, y el golpe de Estado de Burundi. Por eso me parecía absurdo que otros dijeran que yo era una novata cuando fui a Afganistán.

SEMANA: Mucho del trabajo que usted ha hecho como corresponsal de guerra ha sido 'empotrada' (embedded) en las fuerzas militares, pero también con fuerzas insurgentes. ¿Qué opina sobre esa forma de trabajar?

L.L.:
La gente cuestiona la confiabilidad de un periodista 'empotrado' y su imparcialidad. La forma como yo trabajo siempre es la misma y como periodista debes ser crítico ante cualquier cosa que alguien te diga. Una vez hice una historia con las fuerzas de operaciones especiales y no les gustó. Eso pasó hace años y no me han dejado volver a reportear con ellos, pero mi trabajo es hacer la historia que es, sin importar nada más.

También he pasado mucho tiempo en la guerra sin estar 'empotrada'. Viví en Bagdad por cinco años, en la zona roja, y pasé mucho tiempo en Basrah con las milicias. Quería estar con los iraquíes, saber lo que experimentaban ellos como un pueblo invadido. ¿Qué tan imparcial soy si estoy viviendo entre los iraquíes, dependo de ellos para mi comida y mi seguridad? Es lo mismo que si lo hago con el Ejército estadounidense.

SEMANA: ¿Es inevitable formar vínculos y acercarse demasiado cuando uno está reporteando en condiciones así?

L.L.:
Es inevitable. Somos humanos, nos acercamos, y en el proceso aprendemos otras cosas. No me da miedo involucrarme con lo que me rodea y no pretendo que no me afecte. La mayor mentira del periodismo es que no tenemos emociones. Es difícil admitirlo, pero es así. Lo importante es ser exhaustivo en el trabajo, es hacer las preguntas adecuadas, no aceptar toda la información sin cuestionarla, no quedarte con las fuentes primarias. Siempre me pregunto por qué a alguien le interesa hablar conmigo. Con frecuencia la verdad está en la motivación de las personas, no solo en lo que te están diciendo.

SEMANA: Usted habla de emociones, ¿qué opina de la teoría de que las mujeres son demasiado emocionales y que eso interfiere negativamente en situaciones de alto riesgo?

L.L.:
Es una opinión ridícula. La emoción puede ser buena, si es demasiada puede ser mala, pero no tener emociones puede ser peor. Recuerdo que estuve en una catástrofe con un corresponsal veterano a quien respeto y encontramos a un grupo de niños que se habían perdido. Lloré y recuerdo que él me dijo que necesitaba sacar cuero porque si no, no iba a sobrevivir en este oficio. Eso no me convierte en una mala periodista y no ha incidido negativamente en mi ascenso profesional.

SEMANA: ¿Pero hasta qué punto se debe uno involucrar, especialmente en situaciones donde la propia vida del periodista puede estar en peligro?

L.L.:
He tenido esta discusión con otros periodistas. Que si alguien se está muriendo delante de nosotros, debemos o no debemos interferir, porque se supone que nuestro rol es el de ser testigos objetivos. Yo creo que si puedo salvar una vida, debería hacerlo. En ese punto ya la historia no importa. Pero si voy a morir por tratar de salvar a esa persona sé que también, pensando en mi propia supervivencia, debo dar un paso hacia atrás. Y lo hago.

SEMANA: Los hombres protagonizan principalmente las guerras. ¿Qué ha aprendido sobre las mujeres y los niños en ellas?.

L.L.:
Siempre pienso es en lo que más importa en un conflicto. Pasé un par de noches durmiendo con niños de la calle en Luanda porque uno de cada tres niños había visto a algún ser querido morir en la guerra y eso me dijo que la escala de lo que había sucedido en Angola, para las familias y los niños, era enorme. Pasé tiempo con ellos, ganándome su confianza para poder entenderlos, y eso me ayudó a contar una mejor historia.

Y así lo he hecho cuando he reporteado sobre mujeres. Una de las historias más profundas sobre las que he trabajado fue en Kosovo, cuando trabajé para CNN. Sabía que allá había sucedido lo mismo que en Serbia, que las violaciones a las mujeres eran utilizadas como un arma de guerra, para contaminar la especie, 'dañar' a las mujeres como estrategia de limpieza étnica. Fui a los campamentos de refugiados y pasé días allí con las mujeres y eventualmente convencí a una de ellas que me contara.

Ella habló durante 3 horas sobre cómo las raptaban por las noches, las violaban, y luego les daban alimentos para que les llevaran a sus hijos. Pero ella no quiso aceptarlos. Cuando regresó a la casa, sus niños se molestaron porque había llegado sin nada, pero ella nunca les contó lo que pasaba. Nunca se me olvidará, que en medio de la entrevista, el único momento en que se le quebró la voz fue cuando me contó que uno de los hombres le había robado todas sus joyas. Yo tenía una cadena de oro con un dije de perla en ese momento y se lo di. Quería que lo tuviera porque le habían quitado todo.

SEMANA: Usted fue víctima de una violación en Egipto cuando fue a cubrir las manifestaciones contra el régimen de Hosni Mubarak. ¿De qué manera ha cambiado su perspectiva sobre las víctimas de la violencia sexual después de lo que le sucedió?

L.L.:
La gente debe recordar que no solo son las mujeres las que están siendo atacadas sexualmente. A los hombres también les pasa y es un terrible secreto con el que viven miles de hombres y mujeres en el mundo. Es una agonía, una tortura. De hecho, una mujer colombiana que fue violada me dijo que nunca le había contado ni a su esposo ni a su madre y en otras partes del mundo ni siquiera pueden mencionar que fueron violadas porque sería una vergüenza para su familia, y serían asesinadas como castigo. No puedo imaginar lo difícil que sería tener que vivir con esto en silencio, negarle al mundo que sucedió. Creo que así es muy difícil sanar. Yo tomé la decisión de contar lo que me había sucedido minutos después de que me rescataron de la plaza. No podía esconderme.

SEMANA: ¿Qué la ha ayudado a sanar?

L.L.:
Lo que me ha ayudado a levantarme de nuevo es que tuve el apoyo de todo el mundo, hasta del presidente de Estados Unidos, que llamó a preguntar cómo estaba, y gente enviándome cartas de todas partes del país, niños que me enviaban sus dibujos y tarjetas.

SEMANA: ¿Su maternidad ha influido en su trabajo, en el tipo de riesgos que toma o las historias que decide contar?

L.L.:
Me esfuerzo al borde del colapso. Estaba con siete meses y medio de embarazo en Afganistán con mi hijo. Y ese fue mi segundo viaje embarazada. Y fui de nuevo embarazada con mi hija a los 4 meses, en un viaje con los Marines. Conocí al doctor que me asistió en el parto a los 8 meses de embarazo, en una sala de emergencia. Él me dijo que normalmente conocía a sus pacientes antes del final del primer trimestre. Nunca he sido una persona que quiera ir más lento.

SEMANA: ¿Alguna vez ha pensado dejar de lado este tipo de trabajo por sus hijos?

L.L.:
Cuando digo que nada de lo que hago en mi vida es tan importante como mis hijos lo siento de verdad. No importa qué tan cansada estoy, cuánta hambre tengo. Antes solía regresar de algunos de los viajes exhausta y descansaba por un par de días, ahora regreso de un viaje y no me siento ni por cinco segundos. Tuve cáncer de seno hace unos meses, y físicamente, lidiar con todo esto es duro, pero uno sigue porque uno quiere. No me gustaría tener que escoger entre mi trabajo o mis hijos, pero no me cabe duda de que si hay que tomar esa decisión, mis hijos están primero.
 
Vea la entrevista a Lara Logan aquí