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ESPERANZA INUTIL

La muerte sorprendió al gran duque Vladimir Romanov mientras esperaba convertirse en Zar de todas las Rusias.

25 de mayo de 1992

EL GRAN DUQUE Vladimir Kirillovich Romanov se pasó la vida entera soñando, y soñando lo sorprendió la muerte. El viejo aristócrata estaba en Miami para dictar una conferencia sobre sus posibilidades de asumir el trono de los zares, y estaba contestando en excelente español una entrevista de periodistas hispanos cuando cayó víctima de un infarto fulminante. La muerte lo sorprendió cuando sus posibilidades de llegar al trono, si bien remotas, habían entrado por primera vez al campo de lo verosímil. Cuando su anhelo había dejado de ser descabellado.
El Gran Duque estaba exiliado desde antes de nacer.
Hijo del gran duque Kyrill y de la princesa Victoria, nieta de la reina Victoria de Inglaterra, Vladimir vio la luz por primera vez en Finlandia, donde su familia había huido poco después del derrocamiento del Zar Nicolás II.
Cuando su padre murió en 1938, la familia Romanov había sido diezmada por los comunistas y Vladimir, aunque no era descendiente directo de Nicolás sino de Alejandro II (quien gobernó Rusia entre 1855 y 1881) quedó como jefe de la Casa Real y por tanto como primer aspirante al trono de una patria que jamás había visto con sus propios ojos.
Recuperar la corona para su dinastía se convirtió en su obsesión, aun cuando en pleno régimen comunista no existía ni la menor posibilidad de éxito. Antes de la Segunda Guerra Mundial Vladimir quiso saber cómo era la vida de un hombre común y corriente y entró a trabajar como obrero a una fábrica de equipo agrícola en Inglaterra. Fue la única ocasión en que trabajó en su vida, pues su fortuna familiar le permitió convertirse en un rentista con propiedades en Bretaña. Desde entonces su verdadero "trabajo" fue mantenerse en contacto con la comunidad rusa en el exilio, para mantener con vida la llama de su esperanza.
El Gran Duque vivía con su esposa la princesa Leonida Bagration, de la casa real de Georgia, en un pequeño apartamento en la parisina Plaza de la Concordia. Su muerte deja su lugar a su nieto de once años, hijo de su única heredera la Duquesa María, que vive en Madrid.
La caída del comunismo trajo a Vladimir los días más felices de su vida, cuando invitado por el alcalde Anatoly Sobchak visitó San Petersburgo en noviembre pasado. El Gran Duque pasó algunos días de gloria en que pudo confirmar por fin que su sueño era también acariciado por algunos de quienes hubieran sido sus súbditos. Incluso saludó a la multitud desde los balcones del palacio de verano, como huhieran hecho sus mayores. Fue entonces cuando declaró que estaba "como en estado de gracia" y que ahora sí podía morir tranquilo, tras haber conocido el país de sus sueños, su propio país.