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Gangster de seda

Genio, sanguinario y elegante, John Gotti es el rey de reyes de la mafia norteamericana.

4 de junio de 1990

La insuperable ansiedad americana por tener ejemplares vivos de una leyenda, así sea criminal, se ha personificado en John Gotti el padrino fanfarrón de la mafia italiana de Nueva York que ha revivido con su carácter de gangster de seda, la imagen nostálgica de una de las organizaciones delictivas más poderosas de Estados Unidos.
John Boy, como le dicen sus compañeros de trabajo, tiene a su espalda una leyenda con pasajes siniestros y heroicos que se ventilan en estos días en la prensa estadounidense en un lenguaje farandulero, muy lejano del estilo inquisitivo empleado por los mismos periódicos para referirse a miembros del cartel de Medellín.
"En aquellos dulces tiempos -dijo una periodista seducida por la imagen de la mafia de los años cuarenta -usted tenía que pagar un centavo de más por un galon de leche que seguramente iba a parar al bolsillo de la familia Gambino (de mafiosos), pero al menos su hijo podía ir a la tienda sin escolta y volver con la leche, vivo".
Con sus pintas impecables -zapatos de los más finos y camisas de seda -y declaraciones con altas dosis de cinismo, el mismo Gotti se encarga de establecer la diferencia.
"Lo que esta ocurriendo en esta ciudad con las drogas es terrible", le dijo Gotti a la periodista Marie Brenner. "En Nueva York ya no es seguro enviar a los niños a la escuela porque la ciudad ha sido tomada por los traficantes de crack".
Por herencia forzosa, Gotti es jefe de la familia Gambino y es señalado como el líder más temido e influyente de la mafia americana, una coalición de 24 grupos con afiliación restringida a los descendientes de italianos que recibe en negocios lícitos e ilícitos, incluido el del tráfico de heroína, cerca de 30 mil millones de dólares al año. Cada grupo es conocido como familia y la organización, como La Cosa Nostra. Para el mundo de los incautos y así lo sostienen con vehemencia sus abogados, Gotti es simplemente un vendedor de una firma de tubería y plomeros.
En su cruzada por la modernización de la mafia, Gotti se ha empeñado en reclutar capos jóvenes que gustan de manejar Mercedes Benz, viven al día en la moda, están cansados de los rituales de la familia y dispuestos a desafiar la tradición de que la mafia no puede involucrarse en negocios de droga. El rostro victorioso de Gotti, de 50 años, apareció en la prensa recientemente con motivo del veredicto de un jurado que lo declaró inocente de la muerte de John O'Connor, un carpintero sindicalizado que se atrevió a enfrentar a miembros de la familia Gambino.
No es la primera vez que el mafioso se salva de la justicia. En 1980 fue investigado por la muerte de John Favara, un vecino de su barrio en Nueva York, que atropelló involuntariamente a su hijo predilecto dejándole sin vida. El FBI y la policía dan credibilidad a informes que responsabilizaban a Gotti de haberle cortado la cabeza a su vecino con una sierra. En 1985 Gotti fue acusado de la muerte de Paul Castellano, cuñado de Carlos Gambino, el jefe de la familia hasta 1976.
Gotti ha pagado condenas por intento de homicidio, agresión, extorsión y secuestro, durante una larga y tempestuosa vida de gangster caracterizada por un temperamento agresivo y rencoroso.
La infancia de John Gotti marcó definitivamente su destino. Las bulliciosas calles de barriadas italianas del Nueva York de los años 40, donde el estilo pendenciero y la bacanería eran candiciones de supervivencia, fueron parte del escenario infantil de Gotti, quinto hijo de una de las miles de familias italianas que a poco tiempo de llegar a Estados Unidos vieron transformar la leyenda del sueño americano en una pesadilla insuperable. "Ni con cuatro putos centavos nací", dijo Gotti alguna vez que recordó las vicisitudes de su casa.
Sus profesores de primaria dicen que era un niño buscapleitos, con una esplendorosa inteligencia que les cautivó pese a su indisciplina. Años después se sabría que el coeficiente de inteligencia del mocoso con temperamento volcánico llegaba a los 140, un nivel de genio.
Pero su sabiduría natural nunca estuvo al servicio de las materias escolares sino del medio ambiente que lo invitaba, al otro lado de las rejas de la escuela, a ser el jefe de la pandilla más brava. La agresividad de Gotti, según sus biógrafos, estaba alentada por la vergüenza que el sentía de si mismo.
"Estaba enfurecido porque su familia era muy pobre, tenía que pelear constantemente para tener atención y el derecho a su parte; porque su madre siempre parecía estar exhausta; porque su padre tenía que trabajar para mantener tantos niños; porque sus hermanos le pegaban; porque la tina siempre estaba sucia cuando le tocaba su turno en la extensa familia; porque los demás niños se burlaban de sus vestidos remendados".
Gotti formó su propia banda en la era de West Side Story, la opera cinematográfica que ilustra el pandillerismo neoyorquino en pleno furor: jóvenes con una intensa disciplina de grupo que se repartieron la ciudad en territorios intransitables para sus rivales y para quienes se negaran a pagar vacunas destinadas al sostenimiento de su vagancia y sus vicios.
Asaltar tiendas mal protegidas, robar ladrones, el carterismo y el atraco a administradores de casinos no aprobados por la mafia, eran algunas de las fuentes de financiamiento de las pandillas. En esas bandas Gotti encontró las raíces de su goombata, un término de origen siciliano que implica fidelidad acérrima, fraternidad hasta la muerte y que inspiró el título de su reciente biografía criminal escrita por los periodistas investigadores John Cummings y Ernest Volkman.
Cuando las pandillas juveniles ingresaban en la nómina de los grandes capos de la mafia, eran encargadas de hacer el trabajo sucio y la cobranza de deudas, una especialidad en la que las trompadas de Gotti ganaron muy pronto respetabilidad.
En 1957, Gotti fue arrestado por golpear brutalmente a un deudor de juego de su primer jefe Angelo Bruno, un lugarteniente de la mafia de Nueva York, especializado en apuestas ilegales de la zona Este de la ciudad. Convencido de que había demostrado con creces la combinación ideal para su ejército urbano -brillantez y oportuna rudeza-, Bruno puso al muchacho de 17 años en contacto con su gran jefe Carmino Fatico, uno de los mafiosos más sanguinarios de la época. Bajo sus órdenes Gotti, quien habia sido encargado de operaciones de juegos ilegales y robos, no corrió con suerte. Fue arrestado en diferentes ocasiones por robo de cobre en una construcción (1957), juegos ilegales (1959) y hurto de carros (1963).
"Carmino Fatico -dicen los autores de Goombata- enamorado aún del potencial de Gotti le dio la gran oportunidad de su carrera cuando diseñó especialmente para su protegido la ruta más importante para adquirir movilidad en la mafia: asesinar".
Gotti fue encargado de varios contratos de homicidio que cumplió con éxito.

En la misma organización participó activamente en el asalto de camiones que transportaban ropa fina desde el aeropuerto de Nueva York. Pero un día cayó en manos de agentes del FBI que interceptaron una llamada, en la que Gotti instruía a gritos a uno de sus hombres sobre cómo darle encendido a una furgoneta que acababa de asaltar.
Gotti fue enviado a una prisión de alta seguridad donde conoció a Carmino Galante, un enlace de Carlos Gambino, el hombre poderoso de la mafia que cambiaría totalmente su vida.
Gambino era el Don Vito Corleone de El Padrino, el capo de los capos, el discreto patriarca de la organización criminal más tenebrosa de New York, que controlaba los juegos ilegales, la usura, y la industria pornográfica. La primera oportunidad que tuvo Gotti para demostrar a Gambino sus destrezas, terminó en un vergonzoso chasco. Gotti fue seleccionado en 1973 para integrar un grupo de sicarios que tenía como misión atrapar y matar a cuentagotas al secuestrador y autor de la muerte del hijo de Gambino. Disfrazados de policía, los sicarios se presentaron en un bar de Nueva York donde se encontraba el asesino. Cuando trataron de sacarlo, un cliente del lugar se opuso y a uno de los sicarios se le disparó un arma. En un acto que contrastaba aparatosamente con los serenos patrones de las ejecuciones al estilo Gambino, los falsos agentes dieron muerte de tres tiros en la cabeza al hombre que buscaban.
Los tres goombatas fueron a la cárcel pero Gotti no perdió el apoyo de Gambino, quien contrató un hábil abogado con misteriosos poderes de control para negociar la libertad de su protegido. Gotti salió de la cárcel en agosto de 1975, un año antes de que muriera Gambino, su gran mentor, y fuera reemplazado por Paul Castellano.
Después de todos estos tempestuosos años, Gotti finalmente recibió el juramento de la iniciación en la mafia durante una discreta ceremonia en la que se pinchó uno de los dedos untó con la sangre un papel que luego fue encendido en las manos, mientra repetía a la voz de un conciglieri: "Si yo traiciono La Cosa Nostra seré quemado como este papel". A la luz del rito, Gotti tendría que estar ardiendo hoy, pues unos años más tarde de su consagración -en su obsesión por modernizar la organización -él mismo denigraría de "la mierda de esa vieja mafia".
Modernizar significó para Gotti abandonar el antiguo principio del finado Gambino, de que la mafia podía meterse en todo -incluso en la industria de la pornografía infantil-, pero nunca en el mundo de las drogas.
El negocio de la heroína era muy atractivo para dejarlo en manos de las organizaciones judías, y en nombre de lo que para Gotti ya era una rancia leyenda. Así que en poco tiempo, y a espaldas de Castellano, su clan "creó una epidemia de adictos en los barrios negros y de puertorriqueños" que produjo millonarios ingresos a las arcas de la organización.
Una regla clave garantizó la virtual impunidad de la actividad: la mafia no se ensuciaba las manos negociando directamente con los adictos y distribuidores. Ese era un trabajo para los judíos. El sofisticado sistema de seguridad y protección de la organización, diseñado y controlado personalmente por Gotti, era otra garantía para movilizarse en el mundo del narcotráfico.
Lo que no pudo ocultar Gotti fueron sus bolsillos llenos de dinero que gastaba a manos llenas en el juego, una pasión constante durante toda su vida que muy pocas veces ha coincidido con la buena suerte. En noches de mala "pava", Gotti perdía de 30.000 a 50.000 dólares.
Convencido de que ese dinero sólo podía provenir del negocio con narcóticos y temiendo que la creciente fortuna de Gotti y su afan de liderazgo en la organización pusieran en peligro su reinado, Castellano promulgó una orden perentoria en la que se prohibía, bajo pena de muerte, la vinculación de cualquiera de sus hombres al negocio de las drogas. Gotti se mostró despreocupado y siguió en su campaña de esparcir el rumor de que Castellano era impotente y que debía usar un instrumento de plástico implantado en su pene para lograr la erección.
Durante los últimos diez años, conocer la historia menuda de la mafia no fue un privilegio único de sus protagonistas. Alguien, muy cerca de las paredes del Ravenite Social Club, el cuartel general de los Gambino en Nueva York, estaba escudriñando, grabando conversaciones y tomando fotos de sus visitantes. Agentes italianos del FBI, dedicados de tiempo completo a la investigación de los Gambino, alquilaron un apartamento frente al club desde donde fueron testigos de la importancia que fue adquiriendo Gotti dentro de la organización a finales de los 70.
Adquirir importancia significaba en este caso, ganar grados de complicidad. Las conversaciones de Gotti, grabadas con micrófonos hipersensibles al otro lado de la calle o con diminutos receptores instalados dentro de la sede social, fueron arrojando indicios suficientes para un delicado prontuario colectivo del cual finalmente saldría bien librado.
Los agentes habían hecho lo imposible para lograr instalar los aparatos en el club. Uno de ellos estuvo a punto de ser devorado por un gigantesco y feroz perro que cuidaba las instalaciones, luego de fracasar en su intento por dormir el animal con una sobredosis de píldoras que hubieran privado en minutos a un elefante.
La rivalidad entre Castellano y Gotti desapareció en la forma en que casi todas las pugnas internas se superan en el mundo de la mafia: con la muerte de una de las partes en conflicto. En 1985 Castellano fue encontrado muerto en una calle de Manhattan con seis balas en su cuerpo. Las investigaciones judiciales pusieron en la lista de sospechosos necesarios a Gotti y sus colaboradores, pero la falta de pruebas liberó de responsabilidad a Gotti y le allanó el camino para alcanzar finalmente el codiciado puesto de jefe supremo de la mafia.-