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HABIA UNA VEZ UNA GORDITA...

Después de una escandalosa carrera de tenorio, el príncipe Andrés de Inglaterra resuelve "sentar cabeza" con Sarah Ferguson, la menos opcionada de las candidatas a princesa

18 de agosto de 1986

A todo el mundo le gustan los cuentos de hadas. Y todo cuento de hadas debe tener un príncipe. Y como los pocos príncipes de verdad que van quedando son los de Inglaterra, cuando uno de ellos se casa, aunque no sea precisamente el heredero al trono, la noticia recorre rápidamente el mundo y es seguida con pasión por una humanidad ávida de historias de amor.
Como era previsible, entonces, la boda del príncipe Andrés de Inglaterra con Sarah Ferguson ha mantenido en vilo a la opinión mundial. Pero es que se trata de una historia de amor con los mejores elementos de las historias de amor: realeza, devaneos secretos, mucho sexo, divorcios escandalosos... y, por lo que parece, un final feliz: el 23 de julio, a las once y media de la mañana, la señorita Sarah Ferguson llegará a la abadía de Westminster en una carroza de cristal. Entrará a la catedral del brazo de su padre, el mayor Ronald Ferguson.
Al final del larguísimo corredor, que estará tapizado de rosas color ocre, la estará aguardando su príncipe, vistiendo su uniforme de teniente de la marina, y luciendo en el pecho sus mejores condecoraciones, entre ellas la que obtuvo por su participación en la guerra de las Malvinas. Al final, periodistas representantes de más de tres mil medios de comunicación del planeta serán testigos del único beso de la vida real que, como en el cuento infantil, transformará al sapito feo en una auténtica princesa. Y Andrés y Sarah vivirán felices, hasta que la muerte --o el caso muy improbable de un escandaloso divorcio real--los separe.

EL SAPITO FEO
Si Lady Di, cuando contrajo matrimonio con el heredero del trono inglés, tenía todos los elementos para hacer su tránsito a princesa de cuento, no puede decirse lo mismo de "Fergie", que es el apodo de la rolliza pelirroja que el príncipe Andrés ha escogido como esposa.
Por un lado, la azarosa vida romántica del príncipe Andrés--por la que desfilaron importantes bellezas europeas y norteamericanas--no termina de cuadrar completamente con el físico desgarbado y pasadito de kilos de Sarah, tan opuesto al "estilo Di" que ha hecho famoso su cuñada.
Algún comentarista publicó la siguiente descripción de "Fergie", con un poco de irreverencia, pero con gran sentido gráfico: "Sarah es una mujer como la mayoría. Tiene una estructura ósea pesada, pecho grande, un trasero generoso y una sonrisa simpática. Hay más 'Fergies' que Dianas en este país".
Previendo comentarios como el anterior, su novio ha dicho varias veces ante la prensa: "La quiero tal como es". Pero si ello es así, alguien debe estar interfiriendo. Porque por alguna sugerencia cuyo origen todavía se ignora, Sarah se sometió a una estricta dieta desde el día del anuncio de su compromiso y se sabe de buena fuente que estará a régimen de requeson y ensalada hasta el día de la boda.
Si bien algunos le conceden que es gordita pero simpática, parece haber unanimidad en torno a las feroces críticas que ha recibido su manera de vestir, que en opinión de muchos la hace ver diez o quince años mayor que su marido, al que evidentemente le lleva alguna ventaja en edad, pero no tanta. Sin embargo, también en eso hay que concederle a "Fergie" la posibilidad de la inocencia. Al parecer, ha intentado reflejar en sus vestidos su propia personalidad, que es sencilla, descomplicada y espontánea.
Pero esta presencia física "bajita de puntos" no es el único handicap que se ha esgrimido en contra de Sarah. También está su pasado.
Mientras Diana Spencer reunía, al momento de su boda, todos los requisitos de una "zanahoria" clásica, Sarah se ajusta más al esquema de una mujer de mundo: antes de resolver su boda con Andrés vivió dos intensos y tormentosos romances. Y aunque los detalles de estas dos historias resultan prácticamente rutinarios en cualquier niña inglesa de 25 años, hace 40 habrían sido suficientes para que esta boda jamás se hubiera realizado.
El primero de estos romances fue con un hombre de negocios, Kim Smith-Bingham, de 30 años, con quien compartió un chalet y una gran pasión... por el esquí, en el famoso refugio para esquiadores de Verbier, en Suiza.
El romance fue intenso, pero no duró mucho. Parece que SmithBingham no compartía la afición de Sarah por la luz de las velas, las rosas rojas y otros caprichos de las novias enchapadas a la antigua (grupo al que "Fergie" en el fondo pertenece), que aspiran a que el novio pague la cuenta de los restaurantes y les abra la puerta del automóvil. Asi que la aventura terminó en lágrimas.
Pero se secaron pronto. Porque luego vinieron los tres años de romance con Paddy McNally, empresario del famoso corredor de carros, Niki Lauda. Desde 1982, Sarah y Paddy (quien había enviudado poco antes y tenía dos hijos adolescentes) vivieron juntos en el chalet del segundo, también en Verbier. Pero pasado un tiempo de felicidad volvieron las lágrimas.
Paddy le era infiel frente a sus propios ojos, y Sarah sufría mucho con ello. Cuando la relación con McNally acababa de terminarse--según rumores, porque él no aceptó el ultimátum matrimonial que ella le dio--el príncipe Andrés, como cualquier príncipe que se respete, hizo su aparición para librarla de las garras del dragón. Y en ello jugó un papel protagónico Diana Spencer, como se verá a continuación.

LAS VIDAS PARALELAS
Las de Sarah Ferguson y la esposa del futuro rey de Inglaterra, Diana Spencer, parecen ser unas vidas extrañamente paralelas.
Por un lado, son primas en cuarto grado. Ambas descienden del primer duque de Abercorn, que tuvo siete hijas y todas ellas se casaron con "pares" del reino. Y del rey Carlos II y su relación con una de sus múltiples amantes, Lucy Ealters.
Por otro lado, al igual que los padres divorciados de Diana, los de Sarah protagonizaron hace años el gran escándalo de la temporada. Su madre, Susan, abandonó al mayor Ferguson después de 17 años de matrimonio, para escaparse con una de las glorias del polo argentino, Héctor Barrantes, con quien más tarde se casó.
Aunque se ha dicho con insistencia que Sarah no ha podido borrar la cicatriz que le dejó el abandono de la madre, posteriormente se comprobo que Susan y su hija hablan frecuentemente por teléfono y que, desde luego, aquella ha estado permanentemente al tanto de los detalles de la boda real.
Despejada la duda del amor filial, la incógnita pareció entonces desplazarse hacia el propio Barrantes. ¿Lo invitarían o no a la boda? La reina Isabel tiene todavía muy fresco el costo para Inglaterra--237 soldados y US$ 3.7 mil millones-- de la guerra de las Malvinas. No parecía fácil borrar con una simple tarjeta de invitación la circunstancia de que el príncipe Andrés hubiera estado viajando en el portaaviones que casi destruyen los misiles disparados por el Ejército en el que combatía Barrantes, hace menos de cinco años.
Hoy se sabe que Barrantes sí fue invitado a la boda de su hijastra. Pero es evidente que en ello tuvo poco que ver la plegaria que su esposa Susan lanzó a través de los medios de comunicación en el momento de las dudas ("dejemos por fuera la política, y tratemos de hacer feliz a Sarah"), y en cambio fue definitiva la confirmación de que Barrantes no participó militarmente en la guerra de las Malvinas.
A Diana y a Sarah también las une la circunstancia de que desde muy jóvenes abandonaron sus hogares para compartir un apartamento con amigas en Londres, y que ambas tenian empleos de lo más común y corriente antes de ganarse la lotería real.
Mientras Diana trabajaba en una guardería, Sarah se ha ganado la vida desde hace más de diez años en distintos oficios. A diferencia de Diana, que escasamente estudió bachillerato Sarah se graduó de secretaria en el London Secretarial College, pero sus pocas experiencias laborales en este campo fueron desilusionantes. Alguna de sus amigas admite que Sarah, sencillamente, no nació para ser secretaria. "Adoraba las fiestas. Se acostaba tarde y se levantaba tarde. Y hablaba todo el día por teléfono. En fin, era el terror de sus jefes". En la actualidad, Sarah trabaja como directora de cuentas de una editorial suiza de catálogos de arte.
Si lo anterior resulta suficiente para explicar los motivos de la buena amistad que une a Sarah y a Diana, la intervención que esta última tuvo en la consolidación del romance del año, seguramente las convertirá en unas cuñadas inseparables.

Como es apenas normal en cualquier familia, y más aún si se trata de la familia real inglesa, sus miembros frecuentan los mismos acontecimientos sociales. Andrés y Sarah se conocían desde pequeños, aunque jamás había habido entre ellos nada distinto de una especie de "familiaridad real". Por lo demás, Sarah "es la clase de niña que se mira una vez, pero no se mira dos", como en cierta oportunidad anotó algún amigo envidioso. Se necesitó que Diana sugiriera a Andrés que invitara a "Fergie" al Royal Ascot, evento que la realeza británica utiliza como pretexto para "meterse" con la realeza británica.
Allí Sarah y Andrés se redescubrieron a si mismos. No contenta con el resultado, Diana dio otros cuantos empujoncitos de Celestina: Sarah fue la única invitada a almorzar al Palacio de Kensington, aparte de la familia real, para celebrar el 21 cumpleaños de la princesa. Pero ni aun la oficialización del noviazgo dejó a Diana por fuera de los acontecimientos. En dos o tres ocasiones la prensa ha "pillado" a Sarah con ropa de Di, y con frecuencia la asesora en los rituales de la sociedad inglesa. Y luego ocurrió un suceso que, en opinión de la prensa especializada en la familia real consolidó definitivamente el romance. En un hecho poco habitual, Sarah visitó públicamente el barco en el que sirve el principe Andrés el "HMS Brazen". Impulsada por la inevitable presencia de su aliada Diana Spencer, Sarah se enfrentó valientemente a las cámaras de los fotógrafos, y subió a bordo para efectuar una visita "privada" .
Seis semanas después, el Palacio de Buckingham emitió por fin el anuncio largamente esperado: la pareja estaba comprometida. Más tarde se reveló que Andrés se arrodilló para proponerle matrimonio a Sarah, al lado de una bandeja de profiteroles de chocolate, con los que después sellaron privadamente el compromiso.
Aunque quizá sin la ayuda de Diana cazar a Andrés habría sido mucho más difícil para "Fergie", hay dos cosas sobre las que la experimentada princesa de Gales no puede darle clases a su prima. Diana tuvo que aprender a manejar la prensa desde los 19 años, cuando fue súbitamente objeto de la atención mundial. Pero "Fergie", una novata en el asunto, ha demostrado tener con los periodistas un trato más espontáneo, amable y familiar.
Por otro lado, la reina Isabel demuestra desde ya una predilección por su pecosa y pelirroja nuera, a quien invita con frecuencia a tomar el té y a conversar sobre su tema favorito: los caballos.
Se sabe que Diana no los cuenta entre sus animales predilectos, porque alguna vez, de niña, la tumbó un caballo y quedó terriblemente traumatizada. Pero en el capítulo de Sarah, en cambio, todo el mundo parece vivir alrededor de los caballos, y particularmente del polo: su madre se fugó con un famoso polista. Su padre es un entrenador de polo del príncipe Carlos, futuro rey de Inglaterra, que sueña con ser un campeón en el deporte. Andrés también es polista, y fue en las competencias de polo donde el príncipe y su prometida maduraron su noviazgo. Y ella misma es una experta amazona. Esto ha facilitado las relaciones entre la reina Isabel y Sarah, mientras que, por el contrario, se sabe que estas relaciones no son tan buenas con Di, con quien la suegra muy frecuentemente no encuentra tema de conversación.
Pero el entusiasmo con el que la reina Isabel ha acogido a "Fergie" no depende únicamente de la mutua afición por los caballos. También se debe a que Sarah representó una especie de puerto salvavidas al que llegó su prometido después de una azarosa carrera sentimental, en la que hubo de todo: muñecas de la pornografía, damas de la realeza, chantajistas profesionales y reinas de belleza.

EL PASADO DE "RANDY ANDY"
Y es que, a diferencia de Carlos, que tuvo que sufrir en su vida sentimental todas las restricciones propias de un futuro rey, no ha sucedido lo mismo con su hermano, que ha podido gozar las ventajas que tiene no ser heredero del trono (salvo, claro está, la de no heredar el trono). Asi, mientras Carlos tuvo que ceñirse como soltero a las más estrictas normas de protocolo, Andrés se divertia largas noches en discoteca, pasaba acompañado vacaciones en el Caribe y muchas madrugadas ni siquiera amaneció entre su cama.
No por nada a Andrés se le conoce con el venenoso apodo de "Randy Andy", que significa un punto intermedio entre el simpático conquistador y el maniático sexual. Aunque desgraciadamente la traducción corresponda a una palabra que no es decente escribir en español, podría reemplazarse por el "desbraguetado Andy" .
Para muchos, Andrés era de lejos el más sexy de los miembros de la familia real británica. Su fama de tenorio llegó al clímax cuando el escandaloso romance con la starlet del porne norteamericano Koo Stark, que ponía los pelos de punta a la reina Isabel. Por las picantes implicaciones que este romance tenía en el seno de la recatada familia real, la prensa internacional les hizo la vida imposible. Con grandes titulares se les acosó durante meses, con la historia de que el príncipe y la estrella nudista mantenían un amor secreto. Testigos aseguraron haber visto en varias oportunidades a Andrés salir a la madrugada, con aspecto de estar muy cansado, del apartamento de soltera de Koo. Pero en estricta justicia, la actriz demostró posteriormente la decencia que los medios de comunicación y la familia real no quisieron atribuirle: fue una de las pocas novias de Andrés que no vendió las memorias del romance cuando éste hubo llegado a su fin.
Antes de Koo existió Clio Nathaniels, de 18 años, condiscípula suya en Gordonstown, un aislado colegio de Escocia de donde el príncipe salió a los 19 años a desquitarse de toda la vida social que le había estado vedada hasta entonces.
En 1980 se le asoció sentimentalmente con la bella Carolyn Seaward, señorita Gran Bretaña. Pero esta dio demasiadas declaraciones sobre el romance a la prensa, lo que exasperó a la reina Isabel, hasta el punto de que esta influyó sustancialmente para separarlos.
En 1981 el turno le correspondió a una amiga de su hermano Eduardo, Kime Deas, a quien invitó en varias ocasiones a cenar en el castillo de Windsor. El romance fue efímero.
A Koo la sucedió Carolyn Herbert, hija de Lord Porchester, director de las caballerizas reales. Pero lo máximo a que llegó este romance fue a una partida de caza en Balmoral. Y entonces hizo su aparición Vicky Hodge, de 35 años, quien en alguna oportunidad invitó a Andrés a pasar un "puente" en las Antillas. Y aquí se produjo el segundo gran escándalo de "Randy Andy": con el corazón de una chantajista profesional, la Hodge tomó media docena de reveladoras fotografías en las que aparecían desnudas ella y dos amigas más, tomando el sol caribeño y chapuceando traviesamente en una piscina. Las memorias que la dama de marras escribió sobre aquel episodio, le representaron la suma de siete millones de pesos en ganancias, mientras, al mismo tiempo, Andrés era objeto de una furiosa reprimenda real.
La relación con Katie Rabett, fotomodelo y actriz, fue una de las que más en serio tomó la prensa. Fueron fotografiados juntos en diversas salidas pero, al parecer, había más una relación profesional que sentimental: Katie posó para las fotografías de un calendario realizado por Andrés en 1984. Ahí fue cuando la reina, cansada de las travesuras del príncipe, lo obligó a embarcarse en la fragata Brazen, donde prestó servicios durante dos años, hasta hace muy poco. Todo esto permite concluir que el príncipe Andrés no llegó a su matrimonio virgen, pero sí curtido en el dulce combate de muchas, aunque no siempre brillantes, conquistas de amor.

CASA, CARRO Y BECA
Fuera del picante de su vida amorosa, Andrés no ha demostrado tener otro tipo de excentricidades. No se le conocen aficiones intelectuales, pero históricamente, ellas no han sido requisito de la realeza británica.
Desde el punto de vista económico, la futura pareja parece tener su vida resuelta: la casa--o mansión, como merece un príncipe--corre por cuenta de la reina Isabel, regalo que constituye una tradición familiar. Anualmente recibirán la suma de 15 millones de pesos, que tiene asignados Andrés en su calidad de miembro de la familia real. Por el hecho de casarse, el tesoro inglés le obsequia otros 9 millones. Y además, Andrés tiene un sueldo como oficial de la marina inglesa, que asciende a la suma de 3 millones de pesos anuales.
También se espera que la reina Isabel lo haga duque de York poco después de su matrimonio. Este título real data del año 1385, y desde que fue instaurado, seis de los trece titulares del ducado de York han accedido al trono.
Como es de esperarse, la ceremonia estará a la altura de las expectativas mundiales. Porque aunque la familia real considera que esta boda es un asunto privado, eso no significa necesariamente una ceremonia íntima.
Así lo comprueban las mil setecientas invitaciones que se han enviado para la boda, y que no incluyen, como en el caso de su hermano Carlos, a los principales jefes de Estado del planeta. Simplemente se trata de familiares, amigos, y de representantes de la realeza europea y de gobiernos extranjeros.
Como cualquier novia colombiana que se respete, Sarah también ha hecho su lista de regalos en las principales boutiques de Londres, a donde los invitados acuden y escogen el artículo que más se ajuste a sus presupuestos. Y en la lista figuran artículos de todos los presupuestos: desde un juego de comedor de 30 mil libras esterlinas, hasta servilletas bordadas y vasos de cristal de precios muy razonables. De la lista originalmente elaborada por Sarah se deduce que la nueva pareja planea tener en su hogar una chimenea, porque figuran todos los implementos de una muy completa. Y una casa de campo, porque también se incluyen en la lista algunos muebles de jardín. Todos los regalos deberán ser enviados a Buckingham.
Pero no hay duda: el detalle de la boda que despierta más curiosidad es el relacionado con el traje nupcial, sobre el que se ha tendido una cortina de misterio. Hasta el punto de que la diseñadora escogida para el efecto, Lindka Cierarch, una modista que jamás había figurado en los círculos de la corte, ha protegido sus talleres con un sistema electrónico de seguridad hasta la fecha de la boda. Este moderno sistema indica que algún trecho se ha recorrido desde que el diseñador escogido para el traje de la reina Isabel, sir Norman Hartnell, blanqueó las ventanas de su local y se pasó a dormir en su interior para salvaguardiar la "virginidad" del traje nupcial de la reina.
En cuanto al ritual de la ceremonia, habrá un cambio con respecto a la forma litúrgica que escogieron Carlos y Diana. Mientras Di prometió en 1981 "amar, honrar y ser fiel" pero no "obedecer" al futuro rey de Inglaterra, Sarah jurará no una sino dos veces durante la ceremonia obedecer a su marido, según reza la fórmula matrimonial de 1662, escogida por ella misma. Después de la ceremonia, que durará 70 minutos, la pareja saldrá en su carroza de cristal hacia Buckingham, donde se llevará a cabo la multitudinaria recepción.
En cuanto al viaje de bodas, nada se ha informado oficialmente, por temor a un atentado terrorista. Sin embargo se estima que la pareja pasará varios días a bordo del Britannia, en un crucero por el Mediterráneo, al igual que lo hicieron Carlos y Diana.
A su regreso... bueno. Si es difícil entender las funciones del príncipe heredero a la corona, es más difícil entender las de su hermano menor, que es el cuarto en la línea de sucesión, después de Carlos y sus dos pequeños hijos. Fuera de cortar cintas en las inauguraciones, sus compromisos importantes son escasos. Aparte de la inauguración del aeropuerto de las Malvinas, su único compromiso en el exterior de cierta importancia consistió en asistir a los festejos del 150 aniversario de la pequeña isla atlántica de Santa Helena. Eso significa que la marina es para el príncipe Andrés una carrera de dedicación exclusiva, la mitad por aburrición y la mitad por vocación.
Hasta por lo menos 1992, se verá obligado a permanecer en la marina, donde, a menos que Inglaterra se comprometa, lo que es muy improbable, en alguna otra guerra, llevará una vida tranquila y sin sobresaltos, en contraste con las tensiones y las obligaciones sociales a las que tendrá que hacer frente su hermano mayor.
A los pocos días de su regreso de la luna de miel, el príncipe Andrés dejará sola a Sarah durante diez y seis semanas, para hacer un curso de entrenamiento de armas en Yeovilton, Somerset. Mientras tanto, Sarah abrirá una oficina discreta en algún rincón del Palacio de Buckingham, donde piensa continuar representando a la compañía editora, en una decisión sin precedentes que la convertirá en el único miembro de la monarquía británica que trabaja para devengar un mundano salario. Y colorín colorado, este cuento se habrá acabado, hasta que el tercer y último hijo de la familia real inglesa, Eduardo, ponga la primera mayúscula de su propia historia de amor.

LA MODA NUPCIAL
Norman Hartnell diseñó el traje de boda de la reina Isabel II.
El vestido, confeccionado con seda de Lullingstone, consistía en un corpiño ajustado y una larga falda acanalada de raso pesado y seda blanca.
Pero su principal característica era el bordado, que representaba flores de cinco pétalos, con perlas de cultivo de diversas formas, y trocitos de cristal. La cola era de 4.5 metros.
En 1981, cuando Lady Di se casó con el príncipe de Gales, estaban de moda los vestidos de baile con miriñaque, y este fue el estilo que David y Elizabeth Emanuel siguieron para la hechura de su traje nupcial.
El resultado fue una imagen de total romanticismo en tafetán de seda, con grandes mangas abultadas falda acampanada, volantes, fruncidos y lazos de encaje.
En 1973, la princesa Ana, hija de Isabel II, escogió como modista a Maureen Baker. Esta creó un vestido de inspiración medieval hecho de raso blanco de seda, con el cuello alto, el corpiño y las mangas contorneados con perlas cultivadas.
La falda estrecha tenía una larga cola a la que se sobreponía una red delicadamente bordada. El velo iba sostenido por una tiara de diamantes.
La gran incógnita es el estilo del traje que la modista escogida para el efecto, Lindka Cierarch, creará para Sarah. Esta se ha hecho famosa por sus sorprendentes borda dos en perlas, lo que y a ha hecho que los aficionados a la moda estén haciendo especulaciones sobre el vestido de "Fergie".
Y las conclusiones son que será muy parecido al que se presenta en la fotografía.