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Hija secreta

Publican en Francia las memorias de la hija extramatrimonial del presidente François Mitterrand.

6 de marzo de 2005

Una fría mañana de enero de 1996 los franceses vieron con asombro cómo en el entierro de François Mitterrand, ex presidente de la República, dos familias lloraban a un mismo padre. Por un lado estaba la viuda oficial, Danielle, acompañada de sus dos hijos, Jean-Christophe y Gilbert. Por otro la amante, Anne Pingeot, y la hija ilegítima y adorada por Mitterrand, Mazarine. "Por un día tuve el derecho de sufrir sin que nadie me preguntara por qué, el derecho de estar orgullosa de mi padre, de mostrar que lo amaba sin que se me acusara. Conseguí mi legitimidad por medio del sufrimiento". Así recuerda Mazarine este doloroso momento en el libro Bouche Cousue (Boca cosida), que acaba de lanzarse en Francia y que se constituye en las memorias de la hija secreta de Mitterrand.

La imagen de las dos familias unidas en el sufrimiento fue la culminación de un proceso que se inició en noviembre de 1994, cuando la revista Paris Match publicó una fotografía del entonces presidente Mitterrand saliendo de un restaurante en compañía de una joven, Mazarine. La revelación del parentesco de Mazarine con el presidente acabó con 19 años de secreto y "la vida se partió en dos", escribe la joven. A partir de entonces Mazarine debió hacer frente a la vida ya no como una joven anónima sino como la hija ilegítima de un presidente en ejercicio.

Pero en realidad el libro se concentra en narrar una infancia y una adolescencia en la que su papá estuvo muy presente. Tal vez el único recuerdo en que Mazarine ve a su padre lejano es en el de su elección como presidente, que ella y su madre vieron por televisión, una ocasión que ella narra en tercera persona por ser el doloroso momento en que se da cuenta de quién es su padre. El resto de sus recuerdos pintan a un hombre amoroso y pendiente de su hija, que con frecuencia comía con ella y su madre y le leía cuentos en las noches. Mazarine también cuenta cómo en las mañanas, después de desayunar juntos, "mamá salía en bicicleta para el museo, papá en carro para el Elíseo o para el fin del mundo y yo al colegio", como cualquier familia francesa del común. Pero ella sabía que no era así. "Con frecuencia deseé ser diferente, es decir, normal. Soñaba con un papá y una mamá empleados de oficina", escribe.

Mitterrand también dedicaba los fines a su otra familia. Los tres viajaban a la residencia campestre presidencial de Souzy, donde la relativa privacidad del campo les permitía llevar una vida más tranquila. De esos días Mazarine recuerda los juegos de ping pong, las tardes que pasaba dibujando y leyendo con su padre y las representaciones que ambos montaban basados en la serie de televisión norteamericana Dallas, en las que él hacía el papel de J.R. mientras que Mazarine se convertía en Sue Ellen. Todo terminaba el domingo por la tarde con el regreso a París y la partida de Mitterrand al Elíseo, donde tenía una especie de cita semanal para cenar con su esposa oficial. Luego volvía 'a casa', al apartamento que Anne y Mazarine ocupaban a la orilla del Sena y que pertenecía al Estado francés.

El único contacto de la niña con la ocupación de su padre eran sus larguísimas conversaciones telefónicas, que ella sabía importantes y procuraba no escuchar, y sus apariciones en televisión. En su libro recuerda haberle preguntado a su padre: "¿Es simpático Clinton?". En cuanto a los privilegios de ser la hija del presidente, Mazarine dice no haberlos conocido. "Debo hacer entender que mi vida no es un salón dorado del Elíseo, cuentas en Suiza y caprichos a voluntad", asegura.

A los 17 años Mazarine se fue a vivir sola y sin embargo siguió siendo muy cercana a sus padres. Cuando tuvo su primer novio decidió presentarlo a su familia. "¿Sabes a quién vas a conocer? Él me respondió: 'No, ¿por qué?' Y simplemente se conocieron, ellos dos muy adultos mientras nosotras (su madre y ella) cloqueábamos como gallinas espantadas", recuerda Mazarine. No obstante, la identidad de Mazarine seguía siendo el secreto mejor guardado de Francia, gracias en parte a todo un dispositivo que el Presidente había montado en el Elíseo y que se encargaba de intervenir ilegalmente los teléfonos de algunos periodistas y escritores que estaban sobre la pista de la hija natural del Presidente y que podrían revelar el secreto. La pequeña célula de espionaje funcionó a partir de 1982 y también sirvió a otros propósitos más acordes con las funciones del jefe de Estado.

A pesar de todo, Mazarine no culpa a su padre. "Yo no creo poderle reprochar sea lo que sea. Amar, al parecer, es también aceptar las debilidades del otro. Nunca me he permitido el derecho de reconocer las debilidades de mi padre. Su única verdadera falta es ya no estar aquí". Tal vez por eso se rehusó a llevar el apellido de su padre, que él quiso darle antes de morir. "Es demasiado tarde, o demasiado pronto. Mi pequeña venganza".

Aunque no ha recibido las mejores críticas literarias, al igual que sus tres obras anteriores, es de esperar que Boca cosida se venda como pan caliente en Francia, donde la memoria de Mitterrand sigue muy presente. Para Betty Mialet, editora de Mazarine, el libro es ante todo una catarsis. "Mazarine sentía que tenía muy pocos recuerdos de su infancia porque la habían mantenido virtualmente escondida. Así que empezó a escribir para ella misma, para preservar lo que podía recordar. Ella decidió publicarlo porque quiere deshacerse de la etiqueta 'hija de...' y que sus obras sean juzgadas por sus propios méritos", dijo Mialet al Times de Londres.

Para Mazarine, hoy de 30 años, todo es más sencillo. A pocos meses de ser madre, ella simplemente quiere que su hijo pueda conocer al abuelo muerto más allá de los libros de historia, que sepa que para Mazarine, François Mitterrand fue ante todo "papá".