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Jobs, el diseñador

Jobs es de esos empresarios de la industria informática que dejan huella, no necesariamente la mejor, pero indeleble.

Alvaro Montes*
5 de septiembre de 2004

No es tan rico como Bill Gates, la cabeza de Microsoft, ni tan inteligente como Andy Grove, el fundador de Intel, ni tan pendenciero como Larry Ellison, el presidente de Oracle. Pero tiene un poco de todos ellos. De su compañía de garaje emergió Apple, que llegó a ser muy poderosa en el mercado de los computadores personales, hasta que los PC basados en plataforma Windows le desterraron. Jobs se ufanaba de los procesadores Motorola que hacían mover a los entonces poderosos computadores Mac, hasta que Intel impuso la arquitectura x86 y le bajó del trono. El mérito de empresario más pendenciero y arrogante de la industria informática lo portó orgulloso desde los tiempos en que paseaba descalzo por sus edificios y recibía con los pies sobre la mesa a los ejecutivos de la competencia, hasta que Larry Ellison apareció en escena para arrebatarle el galardón.

Pero será más fácil destronar a Schumacher de la F-1 que arrebatarle a Steve Jobs el título que le ha identificado con mayor notoriedad: el de diseñador genial de hermosas máquinas de computación. Desde muy joven pretendió un computador personal como obra de arte y quiso abrirle un rincón a los Mac en la galería estética del siglo XX. Esa obsesión por máquinas bellas y fáciles de usar que impone Jobs a donde quiera que llegue, hizo que Apple colocara en el mercado los PC más interesantes que se hayan construido jamás, desde el punto de vista del diseño. Unas veces con línea futurista, como los primeros Mac creados a principios de la década de los 80, que resultaban a ojos de aquellos días casi artefactos de ciencia ficción, otras con el delicioso aspecto retro de los primeros iMac, los cuales, aunque fabricados a finales de los 90, ofrecen un sabor "sesentero" inconfundible. Cuentan quienes trabajaron con él en su más reciente proyecto, el triunfal iPod, que rechazaba airado cualquier diseño que obligara al usuario a oprimir más de tres comandos para encontrar una canción. Y al igual que lo hizo con los computadores Mac, que no son los más poderosos, ni los más baratos, ni contienen hardware que otros no tengan, también con el reproductor mp3 ha puesto en el mercado un producto que por su diseño y concepto se diferencia claramente de sus rivales. Porque tienen la huella de Steve Jobs.

Ya no hace discursos mesiánicos junto al mar; ahora no pelea con Bill Gates sino que es su socio y ya no usurpa inventos de los laboratorios de Xerox en Palo Alto. Ni siquiera tiene ya tanto interés en los computadores como en los días del garaje familiar en California. Pero a una obsesión no renunció jamás: diseñar productos digitales admirables.

* Comentarista de tecnología de SEMANA