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Astrid Helena Cristancho, exsecretaria privada del exdefensor del pueblo, Jorge Armando Otálora, al momento de denunciarlo ante la Fiscalía . | Foto: Archivo particular

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Esta es la historia de la exreina que puso en jaque a Otálora

Astrid Helena Cristancho, una atractiva mujer de 33 años, es la protagonista de una novela con un triste final para un hombre con mucho poder.

29 de enero de 2016

A diferencia de muchas niñas, Astrid Helena Cristancho no soñaba con los trajes de fantasía, los canutillos, las coronas y los cetros. Los reinados poco la seducían. Quizá por eso se rehusó a participar en el Concurso Nacional de Belleza a pesar de las numerosas propuestas que le llegaban. Ella parecía tener claro su horizonte.

Sin embargo, cambió su postura en el año 2005. Luego de haber terminado su carrera de Derecho en la Universidad Externado, en Bogotá, y tras dominar a la perfección el inglés, Astrid se dejó seducir por los cantos de sirena que muchos le hacían para que representara a Cundinamarca. Con su título profesional en la mano, cuando tenía 23 años, aceptó subirse a las pasarelas.

El 7 de junio de ese año le llegó la coronación. El atrio de la iglesia de Guaduas fue el escenario en el que Astrid se convirtió en la nueva Señorita Cundinamarca. A la 1 de la madrugada de ese día dijo que su sueño era traer, por segunda vez para el departamento, la corona de la reina nacional de belleza, una hazaña que sólo había conseguido, en 1999, Catalina Acosta, una talentosa mujer que después se convirtió en diputada de Cundinamarca.

Se trató de una elección cantada. Desde el comienzo, la representante de Guachetá cautivó con el rostro más bello del grupo de nueve aspirantes, los ojos miel, el pelo castaño y el brillo en pasarela. “Con un vestido azul marino de amplia abertura en la pierna izquierda, Astrid Helena arrancó suspiros y todos se olvidaron de las imperfecciones de su cuerpo, demasiado delgado para enfrentar la competencia cartagenera que se hará en noviembre”, se leía en una crónica del diario El Tiempo que registró su coronación.

Y así sucedió. Astrid no pudo brillar en Cartagena como deseaban sus coterráneos. El puntaje que le dio el jurado, de 8,3, tanto en traje de baño como en vestido de gala, apenas le alcanzaron para quedar de penúltima. Ese año, la corona se la llevaría la representante de Atlántico, Valerie Domínguez, quien no sólo se convirtió en una reconocida modelo y actriz, sino que, coincidencias del destino, también se vio involucrada en un episodio que la llevó a los estrados judiciales por el caso de Agro Ingreso Seguro.

A pesar de la frustración, Astrid no se alejó de las pasarelas e inició una carrera como modelo. Más allá de su cuerpo, su rostro era el que cautivaba. Por eso fue protagonista de varios anuncios comerciales. Un rostro que enloquecía a muchos.

Años después era la cara de la noticia de uno de los episodios más polémicos que hayan salpicado a un alto funcionario del Estado. La reina de Cundinamarca del 2005 terminó siendo la obsesión del defensor del Pueblo Jorge Armando Otálora, el primer funcionario en la historia del país que tuvo que renunciar por un escándalo de connotaciones sexuales.

El propio Otálora la definió como “una mujer inteligente” de la cual terminó perdidamente enamorado. No habría pasado a mayores sino fuera porque Astrid era su secretaria privada en la Defensoría.

El exfuncionario confesó, en las dos entrevistas que concedió para defenderse, que había pasado momentos muy bonitos a su lado: viajes, cenas y reuniones sociales con amigos. Dijo que ella dormía en su casa, como a veces él lo hacía en la de ella. Detalles íntimos de los dos que fueron ventilados en esta semana en la que se desarrolló el escándalo.

Tanto Otálora como Astrid Helena terminaron por poner en público parte de sus vidas privadas. Quizás era el precio que ella tenía que pagar por su denuncia. El exdefensor no tenía otro camino que defenderse.

El escándalo se volvió la comidilla de todo un país. En principio, la opinión pública parecía estar de lado de ella, pero hechos como que no denunció el presunto acoso sino casi un año después, y una conversación en la que le pedía al defensor que la enviara seis meses de comisión a Ginebra, que ella no ha negado, modificaron la percepción.

Muchas mujeres pasaron de defenderla a censurar su conducta. En las redes sociales se leían comentarios bastante duros. Aún así nada justificaba el supuesto maltrato del que fue objeto.

Ella negó una y otra vez que hubiera tenido un noviazgo con el defensor. Personas cercanas al círculo profesional y familiar de Otálora aseguran que sus actuaciones son producto de la venganza. Un sobrino del exdefensor, incluso, publicó en su perfil de Facebook un comentario después de que se produjo la renuncia: “Que Dios me libre de una mujer celosa”.

De todas maneras, ambos estuvieron en el escarnio durante esta semana y probablemente seguirán siendo la comidilla del país. Están involucrados en un proceso penal que, por lo visto, no tiene posibilidades de conciliación. Y lo que es peor, se podría convertir en un nuevo proceso de la justicia espectáculo, más aún cuando tiene todos los ingredientes que alimentan el morbo: una mujer atractiva y un funcionario poderoso envueltos en un escándalo sexual.