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| Foto: Jorge Restrepo - Semana

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Blatter quiere seguir siendo el emperador

El suizo Joseph ‘Sepp’ Blatter buscará seguir liderando la Fifa y se ha atornillado a pesar de los múltiples escándalos que rodean su gestión.

9 de mayo de 2015

En la final de Brasil 2014, la Fifa le recordó al mundo por qué es tan difícil de tomar en serio. Le entregó sin justificación alguna el premio a mejor jugador del torneo a Leonel Messi y por ello recibió millones de críticas. Joseph Blatter, su presidente, se disculpó y se distanció de una decisión en la cual tuvo injerencia. La Fifa es así porque Joseph Blatter es así. A sus casi 78 años, el suizo se mantiene calculador, político, poderoso, conectado y con muchos favores por cobrar. Y por esa habilidad de jugar a muchas bandas, dirige desde junio de 1998 un organismo que maneja miles de millones de dólares y tiene influencia en 209 países del mundo, más que la ONU.

Pero su sistema se agrieta. La forma turbia en la que se adjudicaron los mundiales de Rusia 2018 y Qatar 2022 tiñó la ya devaluada imagen de la Fifa frente a sus anunciantes. Entre noviembre de 2014 y enero de 2015, perdió a cinco patrocinadores de peso. Castrol, Continental y Johnson & Johnson siguieron los pasos de Sony y de la aerolínea Emirates. El éxodo económico tiene un impacto considerable en una organización que genera la mayoría de sus ingresos de patrocinios y acuerdos comerciales. La Fifa factura alrededor de 1.300 millones de dólares anuales, que alcanzan unos 4.000 cuando hay Copa Mundo.

Después de hechos tan cuestionables sería impensable que el presidente aspirara a reelegirse. Pero Joseph Blatter no tuvo reparos en postularse de nuevo, contradiciendo sus palabras (afirmó que este periodo sería su último), y, posiblemente, no tendrá problemas en ganar las elecciones. Eso sucederá a menos que alguno de sus rivales, el príncipe Alí bin Al Hussein de Jordania, el exfutbolista portugués Luis Figo y el dirigente holandés Michael van Praag, logre superarlo en su propio juego de intrigas cruzadas, lo cual evidentemente es muy difícil.

A Blatter le ajusta perfectamente el apodo Teflón, pues nada se le pega. Desde su primera presidencia en 1998 lo acompañó la sospecha de que había sobornado a algunos países africanos para vencer al sueco Lennart Johansson, pero nada se comprobó. Ni las investigaciones de Suiza ni las del FBI lo lograron. La caída por corrupción de colaboradores cercanos en su mandato, como el brasilero Ricardo Teixeira y el trinitense Jack Warner, ha hecho ruido mediático pero no ha hecho temblar a la cabeza.

Y hay más. Recientemente salieron a la luz comprometedoras investigaciones del diario The Times de Londres que revelan cómo Blatter sacó de carrera a su mayor oponente a la presidencia en 2011, el catarí Mohamed bin Hammam, a cambio de ratificar la sede en Qatar, que estaba bajo fuertes cuestionamientos. Y el periodista independiente británico Andrew Jennings profundizó la denuncia en su libro Omertà, al afirmar que Bin Hammam y Blatter tenían un acuerdo tácito según el cual, cuando este se retirara, Mohamed lo seguiría en el cargo. Pero Blatter dio un giro de 180 grados y, sorprendido por la habilidad del catarí para lograr los votos para la sede en Qatar, se dispuso a sacarlo de carrera. Qatar conservó su sede pues el emir catarí aceptó el pedido de Blatter: “Desháganse de mi rival”.

Para Jennings, Blatter es tan solo un gran aprendiz de la cultura mafiosa que instauró João Havelange, su maestro y antecesor. “Havelange, cercano al mafioso carioca Castor de Andrade, aprendió acerca del poder del dinero para imponer su voluntad sin necesidad de quebrar piernas. El brasilero dejó el auto andando, Blatter lo pintó y siguió manejando”, aseguró Jennings a SEMANA.

Jens Sejer Andersen, director de la organización Play the Game, que promueve la transparencia en el deporte, afirmó por su parte a SEMANA que no es nuevo que Blatter incumpla su palabra de retirarse, pues ya lo había hecho en 2002. El gran explotador del sistema de ‘un voto por cada nación’ ha cosechado lealtad electoral con mimos a los jefes del fútbol de naciones pequeñas. Al fin y al cabo, es difícil perderlos si los abruma con invitaciones a viajes, acomodación de lujo y trato preferencial, así como con apoyo institucional para construir edificios administrativos para sus federaciones y campos de entrenamiento. Andersen afirma que aunque hay señales de que tanto en Suramérica como en África los votos no están tan consolidados como solían, Blatter es el favorito. “Sepp es el principal responsable de la cultura corrupta que se ha enraizado en la Fifa y, a menos que su salud lo impida, hay que prepararse para cuatro años más”, concluye Andersen. El intocable, intocable seguirá.

De casi futbolista a dueño del deporte

Poco se conoce de los orígenes de Blatter y de lo cerca que estuvo a ser futbolista.

Joseph Blatter nació y creció en Visp, un pequeño pueblo al sur de Suiza, en una familia humilde. En sus vacaciones escolares limpiaba zapatos de los escaladores de montaña, y con lo que recogía compraba los guayos para jugar al fútbol, su pasión desde entonces. Trabajó incansablemente desde joven y jamás dejó de mirar hacia la cima.

Por un momento consideró ser futbolista. Jugó a nivel amateur entre 1948 y 1971, y ha sostenido a los medios que “anotaba de a 20 goles por temporada”. Pero cuando el Lausanne-Sport FC le ofreció un contrato profesional a 18 meses, su padre, que trabajaba en una fábrica de químicos, se opuso rotundamente. Le dijo que en el fútbol le sería imposible ganarse la vida.

Blatter se encaminó entonces por otra ruta. Estudió administración de empresas y economía en la Universidad de Lausana, y se involucró temprano en el mundo de la gerencia deportiva. Fue secretario general de la Federación Suiza de Hockey sobre Hielo, y luego trabajó en la fábrica relojera Longines, donde escaló hasta llegar a la dirección de relaciones públicas. De ahí dio el salto al Comité Olímpico Internacional (COI), donde ayudó a organizar los Juegos Olímpicos de 1972 y 1976, y luego, en medio de sus funciones en el COI, asumió el cargo de director técnico en la Fifa. Se desempeñó seis años allí hasta asumir como secretario general en 1981, una posición que ostentó durante 17 años. Allí bajo la batuta del presidente João Havelange, aprendió los pormenores de una organización como Fifa, que maneja un enorme poder político y económico.

Blatter probó a su manera que su padre estaba equivocado. Pero nunca dejó de honrarlo. Solo usa trajes azules como tributo al color del uniforme con el que él trabajaba. Se ha casado tres veces, tiene una hija y una nieta, pero ahora, a los 78 años, es soltero. Disfruta de los automóviles costosos, se considera un experto en completar sudokus, pero, más que nada, es un adicto al poder, un síndrome que difícilmente se cura.

En un congreso en Oxford, Blatter aseguró: “Quizás pueden creer que soy un parásito inescrupuloso que chupa la sangre del mundo y del fútbol. Puede que alguien los haya llevado a creer que la Fifa es el malvado ‘sheriff’ de Nottingham. Pero la verdad es que tenemos mucho más en común con Robin Hood”.