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JUNOT SE DESTAPA

El marido de la princesa Carolina, publica sus memorias contando por primera vez el "cuento de hadas" por dentro.

5 de septiembre de 1988

Han pasado 10 años desde que Carolina de Mónaco se casó con Phillipe Junot en un enlace que solamente sobreviviría un par de años. Desde antes de la boda, pero sobre todo después de la separación, la chismografía mundial descalificó el romance, quitándole todo crédito a la existencia de un verdadero amor entre ellos. Como era de esperarse, la princesita se quedó con el cariño de sus admiradores mientras Junot, a quien se acusaba de ser mucho mayor que ella -algo que, por lo demás, estaba fuera de su control- recibía el tratamiento de oportunista cazafortunas y escalador social carente por completo de escrúpulos.
Carolina ya se casó de nuevo, con Stefano Carigliari, y es madre de tres retoños. Junot, luego de su fracaso, ya otoñal, contrajo nuevas nupcias y, esta vez sí, espera familia para los próximos meses. Si habrá sentado cabeza, no es fácil afirmarlo. Lo único cierto es que, a estas alturas, ha resuelto contraatacar mediante la publicación de unas "Memorias" que, muy apropiadamente, lanzó por entregas y en exclusiva a través de la revista española Hola, especializada en poner al alcance de las masas la vida de los ricos y poderosos.
Y no se trata de cualquier contraataque. La andanada no deja títere con cabeza con la única excepción de la princesa Grace, a quien trata con la especial deferencia que merecen los personajes muertos recientemente. En particular, Junot dirige sus baterias contra su ex esposa a quien, como "sin querer queriendo" acusa veladamente de las infidelidades que, a la postre, dieron al traste con su matrimonio.
En un estilo que recuerda más una tarea escolar que las memorias de un hombre maduro, Junot comienza por el principio, su nacimiento el 19 de abril de 1940, para dejar bien claro que si no tiene títulos mobiliarios, pertenece a una familia de la alta burguesía parisina establecida siglos atrás, con castillo y todo. Sus primeros años transcurrieron en medio de la ocupación alemana y su padre, que era funcionario gubernamental, cooperaba con la resistencia y fue encarcelado por los alemanes aunque a decir verdad, en medio de las circunstancias, una condena a tres meses de prisión resulta un episodio más para ocultar que para poner de relieve. Sea como fuere, el padre de Junot, héroe o no, se separó de su esposa cuando el pequeño Phillipe tenia sólo 7 años.
En 1947 su madre se volvió a casar y se trasladó con sus hijos a la Riviera, donde Phillipe comenzó temprano su vida de niño bien de sociedad, en un ambiente marcado por la reconstrucción y el renacimiento económico. Desde entonces, sus intereses principales se cifraban en los bonitos automóviles de su papá. "Hice la primera comunión en el Chrysler de mi padre", las lanchas rápidas, las motocicletas BSA y los romances juveniles. Vacaciones en el Alpe D'huez, temporadas en París y en la Costa Azul, una simpatía que lo colocaba en el liderazgo de la pandilla Junot recorrió la década de los 50 como exponente clásico del niño rico francés, un espíritu que a juzgar por sus "Memorias" parece habérsele enquistado de por vida.
En 1958 Phillipe se trasladó a vivir a París con su padre quien combinaba sus labores políticas- diputado por el Centro Nacional Independiente- con la presidencia en Francia de la Westinghouse. Junot comienza entonces su largo rosario de romances que, no sin justicia, le depararían la fama de play boy que resultó tan funesta a la hora de su boda con Carolina. Por sus garras (¿o por su corazón?) pasarían las mujeres más bellas de la época, entre ellas Anoushka, una hermosa muchacha que poco después lo dejaría para vivir un sonadisimo romance con el principe Karim Aga Khan. Después de su primer viaje a los Estados Unidos, se presentó en la vida de Junot un episodio que resultaría crucial: estaba en la piscina del Beach de Montecarlo con su amigo Oleg Cassini cuando apareció la princesa Grace con sus dos hijos. Carolina tenia en ese entonces 7 años y Junot la recuerda como una niña rubia y adorable. "Durante unos segundos segui sus evoluciones en el agua: nadaba con un gran estilo y su cuerpo de niña parecía formar Parte del agua".
Sin sospechar que un episodio tan insignificante le iba a traer tantos recuerdos años más tarde, Junot volvió a pasar una temporada en Estados Unidos y a su regreso se convirtió en director general de una compañía de restaurantes, por la circunstancia de que su padre era el presidente de la empresa.
Fue muchos años más tarde que Junot finalmente conoció a Carolina convertida en mujer. Fue en 1973, en casa del abogado Hubert MichardPelissier, y quien hizo la presentación formal fue Cristina Onassis. Pasarían sin embargo dos años más hasta que, en una exposición en el Palacio de Congresos de París, la pareja volviera a encontrarse.
El romance se desarrollo rápidamente y, según Junot, dentro de los cánones más tradicionales. Dos días después Carolina le presentó a su madre Grace y Junot, como un caballero decimonónico, le pidió permiso para salir con su hija. Sus apreciaciones sobre la diferencia de edad -Carolina tenía 20 años y Junot 36- no dejan duda: "No la considero, ni un solo momento, muy joven para salir conmigo. Mis amigas tienen todas, más o menos, la misma edad de Carolina".
El romance, como era de esperarse, no le cayó muy bien ni a Grace ni a su esposo Rainiero. Por esa época se barajaba la posibilidad de casar a Carolina con el príncipe Carlos de Inglaterra pero, sobre todo, se criticaba en todos los medios chismográficos la edad de Junot y su carencia de título mobiliario. Pero eso, según Phillipe, era más por envidia que por cualquier otra cosa: "En la mente de muchas familias de la burguesía de París existía la pregunta: ¿ por qué Junot y no nuestro hijo?"
Por esa época Junot había fundado una compañía de inversiones en bienes raíces en Estados Unidos y Canadá con un socio de ese país. Su condición económica, desahogada de por si, era ya francamente boyante, o al menos eso quiere demostrar cuando afirma que "su grupo hizo en un solo negocio 30 millones de dólares de utilidades". Luego de un noviazgo de algo más de un año de duración, la cosa se formaliza: Junot pide formalmente la mano de Carolina en Quito, durante un viaje por el trópico. Corre julio de 1977.
A falta de mejores influencias que ejercer, Junot convirtió a Carolina en la princesa mejor vestida de Europa. Según él, si no hubiera sido por sus enseñanzas, Carolina estaría compitiendo con Fergie, la esposa del principe Andrés. En cualquier caso, esas "benéficas" influencias sobre su hija no eran ni conocidas ni apreciadas por los príncipes de Montecarlo en su justo valor.

Tampoco fue apreciado en esa época, se duele Junot, su absoluto desinterés por cualquier beneficio economico a partir del enlace. Según él, nunca se habló de dote para Carolina y los regalos fabulosos de que tanto se habló salieron de la imaginación de los periodistas. Es entonces cuando se presentó el famoso escándalo de las fotos stop-less de Carolina y cuando la poca o nula estimación de Rainiero por su futuro yerno cayó a un nivel del que tal vez nunca se recuperó.
Tras una boda como de cuento de hadas, precedida por homenajes de los personajes más conocidos del jetset mundial, la pareja viajó de luna de miel a Tahiti. Allí esperaba, agazapada, la primera desaveniencia grave de los nuevos esposos, pues Junot contrató a un fotógrafo para que cubriera las imágenes más anheladas del momento. La familia de Rainiero no le perdona esto a Phillipe y Carolina nunca estuvo demasiado convencida de que las intenciones de su marido no eran ganarse unos dólares con la venta del reportaje, sino mantener alejados a los demás fotógrafos. Pero lo cierto es que el matrimonio había comenzado mal.
La vida cotidiana de los esposos nunca llegó a estabilizarse. Las frecuentes afirmaciones de la prensa de que el principado de Mónaco cubría todos sus gastos y las frecuentes separaciones, motivadas por los negocios de Junot en Estados Unidos, impidieron que Carolina y Phillipe lograran una intimidad sin sobresaltos. Pero sobre todo eso estaba la intensa vida social, que no los dejaba descansar un solo día. Hoy el gran play boy se duele de no haberse aislado y de no haber tenido inmediatamente la gran familia que, en pleno amor, se deseaban para el futuro. Pero además, la total incomunicación con su suegro, quien jamás se interesó por nada que tuviera que ver con él, fue factor de terminante para que las cosas fuera de mal en peor.
Los frecuentes viajes de Junot también eran un dolor de cabeza, sobre todo porque el buen Phillipe no podía dejar de salir a discotecas tras sus "extenuantes" jornadas de trabajo y, siempre por casualidad, algún fotógrafo lo pillaba con la mejor chica de la fiesta, en pleno abrazo. En esas condiciones apareció en la historia Giannina Facio, una hermosa costarricense que conoció en Nueva York, en casa de Gunter Sachs. Su amistad con Giannina fue la gota que llenó la copa de Carolina.
Sin embargo, Junot no deja pasar en sus memorias la oportunidad para endilgarle a la princesita su parte de culpa. Sus frecuentes ausencias también eran la oportunidad, según él, para que Carolina estuviera al alcance de romeos de muchos calibres, como el tenista argentino Guillermo Vilas, que le amargó una final de Ronand Garros. Y tras bambalinas, escudado por su condición de amigo de la casa Robertino Rosellini tuvo el tiempo necesario para "quitarle el amor de su mujer".
Lo cierto es que Carolina dejó de quererlo, y eso a Junot, en sus memorias, le produce profusas lágrimas.
"Ya no hay amor", y Rainiero termina por confirmar que el socio canadiense de Junot no es, según sus sospechas, ningún caballero. Entre tanto su decepción amorosa le hace "cometer más errores". Se sumerge en una fiesta permanente en París y Nueva york, con lo que le da mayores razones a los padres de Carolina: tras la publicación de más fotos con Giannina, sale un escueto comunicado del Principado. La separación es oficial.
Junot se queja de todos en sus "Memorias". De Rainiero, por nunca haberse interesado por sus negocios, a los que pareció considerar siempre mentiras para justificar sus aúsencias; de la familia, por no haberle dado ningún apoyo cuando según él más lo necesitaba y hasta del hecho de haber estado casado con una princesa, lo que de por sí hacía que no pudiera tener acceso a sus padres como cualquier hijo de vecino. Pero sobre todo el resentimiento con Carolina parece haber marcado a Junot de por vida. Según él, su amor por la princesa fue absolutamente genuino y su peor castigo es que ahora Carolina afirme que su matrimonio fue una locura de juventud. Para todos los efectos, la historia de su matrimonio con Carolina de Mónaco es, para Phillipe Junot, la de un cazador cazado.