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LA AGONIA DE UN GIGANTE

El final de Federico Fellini, el controvertido director de cine italiano, revive la nostalgia por las épocas en que la industria cinematografica tenía mucho que decir.

22 de noviembre de 1993

LA AGONIA DEL DIRECTOR DE CINE FEderico Fellini no solo marca el cap+tulo final en la vida de un gran cineasta. Su estado de coma profundo también simboliza la tragedia del cine del fin de siglo, cada vez más escaso en producciones que no respondan a patrones comerciales. Y quizás por eso, en marzo pasado, el guionista, productor y director recibió, sin haber hecho nunca cine en Hollywood, el Oscar de la Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas. Era el reconocimiento a sus más de 20 películas realizadas en Italia.
Aunque resulte difícil pensarlo, este hombre que muere a los 73 años víctima de un derrame cerebral, fue una vez el enfant terrible del cine europeo. Con su especial sentido del humor y su particular punto de vista sobre la realidad, quiso mostrarle al mundo su lado más oscuro: sus vicios, lujurias y pasiones. Desde sus inicios en la década de los 50, Fellini hizo de la cinematografía una burla a los desafueros de sus coterráneos. Películas como La Dolce Vita (1960), prohibida por El Vaticano por "sacrílega", levantó tal roncha que por poco provoca una guerra civil en Italia.
Heredero privilegiado de una ruta que marcaron Vittorio De Sica, Roberto Rossellini -con quien se asoció en un comienzo-, Michelangelo Antonioni y Luchino Visconti, quienes consolidaron el prestigio de la industria cinematográfica italiana de la posguerra, Fellini revolucionó al séptimo arte -al igual que Pasolinni y Buñuel- al liberarlo de la dictadura de la narración lineal con final feliz. Introdujo elementos lúdicos y oníricos, intelectuales y de neorealismo para contar historias de la vida cotidiana, que exorcizaran los fantasmas que instituciones como la religión y la política intentaban mantener.
Al igual que los poetas malditos del siglo XIX, que marcaron un hito en la historia de la literatura por haber sido capaces de cantarle a una mujer gorda y gigante o a un cadáver en descomposición, Fellini descubrió una gran riqueza estética en lo grotesco, en lo que muy pronto fue definido con el neologismo de "fellinesco": tan descomunal como las mujeres de Amarcord (1973) eran las olas del telón plástico en Y la nave va (1984). Todo ello dentro de lo que los críticos definieron como la materialización de sus excentricidades, sus obsesiones, sus recuerdos, su escepticismo y sus fantasías.
Tildado como payaso, charlatán y ambicioso por muchos críticos estadounidenses, a quienes les costaba trabajo digerirlo, lo cierto es que, como todo gran innovador, Fellini dejó huellas para las generaciones siguientes, que hoy reconocen públicamente Francis Coppola y Steven Spielberg. Y aunque todavía es muy pronto para saber el lugar que le correspondería a Federico Fellini en la historia del cine mundial, lo deseable es que, para las próximas generaciones, cintas como La Strada, La Dolce Vita, Ocho y Medio, Julieta de los Espíritus, Y la nave va, Noches de Cabiría y Satiricón no sean solo objetos de museo o reliquias de cineclub.