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La Bella Otero

El espíritu de Carolina Otero, una de las mujeres más deseadas de la ‘Belle Epoque’ de París, revive gracias a la biografía que acaba de publicar la escritora Carmen Posadas.

20 de agosto de 2001

Habia una vez una humilde niña española que por andar bailando en las calles de su pueblo se labró su desgracia. A los 10 años Agustina Otero fue violada por un campesino que no soportó la tentación de poseer a esa frágil criatura que, a pesar de su corta edad, ya tenía cuerpo de pecado. Porque eso era Agustina para los habitantes de Valga: un demonio con cara de ángel.

Había una vez una humilde joven gallega cansada de las habladurías de su pueblo que un buen día se fugó de su casa para unirse a un grupo itinerante de comediantes, quienes la iniciaron en las artes del espectáculo al tiempo que la condujeron por los vericuetos del amor. “¿Detestar yo a los hombres? Ni siquiera cuando me miraban con ojos hambrientos, ni siquiera cuando en las noches húmedas mis huesos infantiles acusaban la reverberación de heridas tan recientes pensé en ocultarme de ellos. Al contrario, hasta el mismo día en que abandoné Valga seguí bailando por los pinares y las calles con la cadencia de la mujer en la que me convirtieron antes de tiempo. Y, a la vez, cada revuelo de mi falda harapienta juraba que si los hombres me habían despojado de todo aquello que se valora en una mujer, incluida la posibilidad de ser madre, yo les robaría a ellos sus atributos más preciados. Miradme, deseadme, a cambio de mi honra me llevaré vuestra dignidad”.

Ese día la menospreciada Agustina murió para dar vida a Carolina Otero, La Bella Otero, una de las cortesanas más importantes de la Belle Epoque de París cuyos encantos sedujeron a reyes, príncipes, aristócratas, millonarios, escritores, artistas y hombres del común que estuvieron dispuestos a entregar su fortuna y hasta su vida con tal de merecer una mirada, un beso y, por qué no, una noche de pasión con una de las mujeres más deseadas de finales del siglo XIX y comienzos del XX. Una mítica cortesana tan apegada a su leyenda que decidió desaparecer de la vida pública a los 46 años para que todo el mundo la recordara siempre hermosa y nadie pudiera ver cómo se transformaba en una anciana amargada.

“Cuando no se tiene nada que exhibir, salvo los restos del naufragio, es mejor dejar de ser quienes somos para refugiarnos en alguna cómoda impostura muy lejana a la persona que fuimos”.

Cuarenta y un años después de su muerte la voz de la Bella Otero resucita en boca de la escritora Carmen Posadas, quien acaba de publicar una biografía en la que deja al descubierto la enigmática personalidad de una mujer mentirosa no por naturaleza sino por necesidad.

Esa es la verdad. Había una vez una joven frívola y adicta a los juegos de azar que se hizo pasar por cantante andaluza para conquistar el corazón de los reyes Eduardo VII de Inglaterra, Leopoldo de Bélgica y Alfonso XIII de España. Una mujer sin mucho talento para las artes pero con la suficiente astucia para enredar con sus coqueteos al príncipe Alberto I de Mónaco, al káiser Guillermo de Alemania y al zar Nicolás de Rusia.

“Los reyes, en general, no son muy generosos, pero yo a todos les enseñé a dar”. La Bella recibió de sus numerosos amantes regalos tan asombrosos como un collar que perteneció a María Antonieta, un yate, obsequio de William K. Vanderbilt; una villa en el Mar Negro, regalo del zar Nicolás; una isla en el Pacifico, generosidad del emperador de Japón, y se calcula que su fortuna, al cambio actual, superaba los 350 millones de dólares

“Los hombres están dispuestos a todo con tal de que se les vea de mi brazo, solía decir Otero. Yo aumento su valoración social y, más aún, su valoración económica. Naturalmente eso tiene un precio”.

Siete hombres que no pudieron pagar su tarifa prefirieron suicidarse antes que seguir viviendo sin los favores de La Bella y un príncipe ruso le imploró en varias ocasiones: “Arruíname pero no me dejes”.

Parece mentira pero es cierto. Erase una vez una sociedad que se llamaba a sí misma moderna en la que las mujeres sin casta sólo podían obtener libertad y reconocimiento público si se dedicaban a la vida del espectáculo o a la alcoba. Las cortesanas marcaban la moda y la fuerza de su carácter y su inteligencia a la hora de escoger amantes las convertían en las mujeres más fascinantes de su época, como bien lo expresó Emilienne D’Alencon, una rival de la Bella Otero: “Es muy sencillo. Si te acuestas con un burgués, no eres más que una puta, pero si lo haces con un rey, eres una favorita”.

Y Carolina fue la favorita de ricos y pobres, de solteros y casados. En 1892, en un café de San Petersburgo, fue literalmente servida en bandeja de plata a un grupo de 30 oficiales rusos que no salían de su asombro cuando ocho meseros dejaron sobre la mesa una bandeja de dos metros de largo en la que descansaba la Bella Otero ligera de ropas. Cuando la música comenzó a sonar Carolina despertó de su sueño, bajó de la mesa y comenzó a bailar en el salón muy cerca del fuego, tan cerca que estuvo a punto, quemar su vestido. Cuenta la leyenda que cuando uno de los oficiales intentó protegerla con su capa para que la Bella no ardiera la altiva dama lo apartó diciendo: “Las llamas no consumen a la Otero”.

Quizá tenía razón. Por más que sus aventuras amorosas se hallen refundidas en el tiempo la Bella Otero seguirá viva en la memoria de varias generaciones como la última cortesana de París.



Lea un capítulo del libro



El mundo de las Cocottes. Cap del libro La Bella Otero de Carmen Posada