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Ruth y su hijo menor, Andrew, no han vuelto a hablar con Bernard Madoff. Al financista parece no importarle, pues asegura que está más feliz en prisión que cuando dirigía el fraudulento negocio de inversiones.

CONFESIONES

La familia más odiada

Mientras Bernard Madoff paga 150 años de prisión, su esposa y su hijo menor salieron a los medios por primera vez para contar cómo ha sido vivir con el apellido del mayor estafador de la historia.

5 de noviembre de 2011

Desde que Bernard Madoff confesó que su negocio de inversiones era un fraude, todo el mundo le dio la espalda a su esposa, Ruth Madoff. No solo sus amigas más cercanas dejaron de hablarle. Su peluquero tampoco volvió a atenderla y ya no era bienvenida en el exclusivo restaurante italiano Bella Blu, en Nueva York, donde antes siempre había una mesa reservada para ella y su marido. Atrás quedaron sus lujosas residencias en Manhattan, Palm Beach y la Riviera francesa. Sus días de socialite terminaron. Hoy Ruth vive en una casa prestada de tres habitaciones en el sur de la Florida y trabaja como voluntaria en un ancianato.

Reveló esos detalles al diario The New York Times y a los programas 60 Minutes, de la cadena CBS, y el Today Show, de NBC, donde por primera vez la mujer del estafador más grande de la historia accedió a hablar sobre su matrimonio y su nueva rutina. La decisión de salir ante las cámaras coincidió con el lanzamiento del libro Truth and Consequences: Life Inside the Madoff Family, en el que su hijo menor, Andrew, relata cómo la pirámide de 65.000 millones de dólares creada por su padre arruinó su vida y la de su mamá. Sin embargo, su aparición en los medios no ha sido bien recibida en Estados Unidos, pues algunos consideran que es solo una estrategia para ganar dinero ahora que los talk shows y los libros de confesiones están tan de moda.

Ruth y su hijo niegan las acusaciones e insisten en que su único propósito es contar la verdad. "Desde que este episodio comenzó, no hemos tenido nada que ocultar -explicó Andrew en 60 Minutes-. Siempre he estado ansioso, casi desesperado, por hablar en público y decirle a la gente que nunca estuvimos involucrados". Prueba de ello, asegura, es que él, junto con su hermano mayor, Mark, entregaron a su papá al FBI hace tres años. Ruth dice que tampoco conocía los negocios de su esposo y jamás llegó a sospechar de él. De hecho, el 10 de diciembre de 2008, cuando Bernard los reunió a los tres en su apartamento y les confesó en medio de lágrimas que todo era una "gran mentira", ella no entendió de qué les estaba hablando. "Confiaba en él. Su reputación era casi legendaria. ¿Cómo se me habría ocurrido que lo que hacía era ilegal?".

Bernard y Ruth llevaban una vida aparentemente perfecta: acababan de cumplir 49 años de casados y tenían dos hijos con un futuro brillante. Ella acompañó a su marido desde la creación de la empresa e, incluso, los primeros años se desempeñó como recepcionista, cargo que abandonó luego de quedar embarazada. Mientras el negocio crecía y las arcas de la familia se llenaban, Madoff se volvía cada vez más obsesivo: tenía como regla que quienes se subieran a su yate de 7 millones de dólares lo hicieran descalzos, no dejaba a sus nietos entrar a su penthouse por miedo a que dejaran huellas en las paredes y todas las mañanas se aseguraba de alinear las persianas de su oficina.

Aún así, Ruth aguantó sus caprichos y se mantuvo a su lado incluso después de que el fraude financiero salió a la luz. "Vengo de una generación en la que el matrimonio significa quedarse, para bien o para mal. Todo fue muy agonizante, pero no podía abandonar al hombre con el que había pasado toda mi vida", dice. Sus hijos le pidieron que se alejara de Bernie, pero ella no los escuchó. Cuando lo recluyeron en la cárcel de mediana seguridad de Butner, Carolina del Norte, lo visitaba todas las semanas así tuviera que manejar 12 horas, ida y vuelta, desde la Florida. Era tal su devoción hacia su marido que antes de que le dictaran sentencia intentaron suicidarse con somníferos. El plan no les resultó y al otro día despertaron. Su relación solo empezó a desmoronarse a mediados de 2009, cuando una de las víctimas de Madoff publicó una biografía en la que revelaba que había sido amante del financista durante casi dos décadas. "Es lo más doloroso que me ha tocado vivir", cuenta Ruth.

Los hermanos, por el contrario, no volvieron a hablarle a su papá. La justicia no encontró pruebas para inculparlos del fraude, y mientras Andrew se asoció con su novia para crear una firma consultora, Mark no soportó la presión. "Estaba obsesionado con las noticias -recuerda Andrew de su hermano-. Todas las mañanas se levantaba a leer periódicos, blogs y comentarios que la gente escribía en internet. Yo le decía: 'Apaga ese computador. Es inútil. Si lo sigues haciendo, te va a llevar a la miseria'". Y así ocurrió, según cuenta Stephanie Madoff, la esposa de Mark, en The End of Normal, un libro que publicó recientemente. En este narra cómo en octubre de 2009 su marido se registró en un hotel cercano a su casa, donde tragó 30 pastillas para dormir y dejó una nota en la mesa del cuarto que decía: "Bernie: Ahora sabes cómo destruiste la vida de tus hijos con tu engaño. Jódete". Por suerte, Stephanie alcanzó a avisar a las autoridades de su desaparición antes de que sucediera una tragedia.

Sin embargo, el 11 de diciembre de 2010, exactamente dos años después de que el escándalo estalló, Mark se quitó la vida. Ese día su mujer estaba de vacaciones en Disney World con su hija. Poco antes de su regreso, recibió un correo de su esposo en el que se mostraba angustiado por un artículo de The Wall Street Journal que no lo dejaba bien parado. Stephanie le insistió que no se preocupara, pero la decisión ya estaba tomada. Mark le envió otros dos correos electrónicos: en el primero le decía que buscara a alguien para que cuidara a su hijo de 2 años. En el otro, simplemente le escribió: "Te amo". Entonces, ella llamó a su padrastro en Nueva York y le pidió que fuera a su apartamento a revisar que todo estuviera bien. Pero ya era tarde. Mark se había ahorcado con la correa del perro, mientras su hijo dormía solo en la habitación de al lado.

El fatal episodio fue el detonante que acabó con el matrimonio de Ruth y Bernard. "Vas a tener que dejarme tranquila y no volver a llamarme", le advirtió. Él la siguió buscando hasta que ella tuvo que cambiar su número telefónico. Hoy, a pesar de que el hombre que alguna vez fue considerado el Midas de Wall Street no tiene contacto con sus seres queridos, vive "más feliz en prisión" que si estuviera afuera. "Hay gente con quien hablar y no tengo que tomar decisiones -le confesó a la periodista Barbara Walters la semana pasada-. Sé que voy a morir en la cárcel. Viví los últimos 20 años con miedo. Ahora estoy tranquilo porque ya no tengo el control". Al principio admite que contempló la posibilidad de suicidarse tras las rejas, pero ya no piensa en eso.

La ofensiva mediática de los Madoff no será fácil. Irving Picard, el abogado encargado de recuperar los activos, tiene demandados a Ruth y Andrew porque cree que ambos sabían lo que Bernie tramaba. Así mismo, las víctimas del fraude exigen que cada centavo que la familia gane por los libros y las entrevistas en radio y televisión les sea devuelto. Pero Ruth dice que más allá de los réditos publicitarios, lo único que le importa es recuperar junto a su hijo el tiempo perdido y poder caminar por la calle "con la frente un poco más alta".