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La hija secreta

Nilda Quartucci, una argentina de 64 años, está dispuesta a todo con tal de demostrar que su madre fue Evita Perón.

27 de marzo de 2005

Aunque Eva Duarte de Perón murió hace casi 53 años, su leyenda crece sin pausa. Ni el tiempo, ni las circunstancias trágicas que rodearon su muerte y el trasegar de su cadáver por medio mundo han lo grado aplacar la curiosidad de la gente. Por el contrario, regularmente surgen nuevos detalles que tratan de echar luz sobre una vida que aunque pública fue bastante misteriosa. Una argentina llamada Nilda Quartucci lleva varios años tratando de probar que es la hija secreta de Evita. Algunos detalles parecen darle la razón.

Eva Duarte nació en Los Toldos, un pueblo de la provincia de Buenos Aires, hija extramatrimonial de un hacendado y la menor de cinco hermanos. Su madre Juana mantenía a los hijos con su máquina de coser. En 1935, con apenas 15 años, la niña dejó su pueblo para probar suerte en la cosmopolita Buenos Aires, apoyada por el famoso cantante de tangos Agustín Magaldi, con el sueño de triunfar en el mundo del teatro. Duros tiempos para una jovencita cuyo único capital era la ambición, cuando cualquier director o actor de prestigio exigía a las aspirantes un derecho de pernada o un pago en especie para subir al escenario. Actriz de radioteatro, Eva se fue haciendo conocer en papeles de poca monta.

Todo pudo haber sucedido y todo pudo ser posible en esos años oscuros, en el ambiente a la vez díscolo del teatro porteño y represivo y pacato de la sociedad de entonces, que aprisionaba a las mujeres con sus rígidas normas morales mientras los hombres las acechaban. En ese entonces nadie podía predecir que el destino de la niña provinciana era el de Cenicienta. Ni que en 1945 se iba a convertir en la esposa del futuro presidente Juan Domingo Perón, para transformarse en la Santa Evita de los argentinos.

Nilda nació cuando Evita todavía estaba en el lado oscuro de su historia. Le dijeron que vino al mundo el 26 de octubre de 1940 y que era hija de uno de los más famosos actores de la televisión y del teatro, Pedro Quartucci, y de su esposa Felisa.

"Mi papá toda la vida soltaba cosas como 'dicen que sos la hija de Evita, que te parecés a Evita', aunque él era furibundo antiperonista", cuenta Nilda, que recibió a SEMANA en su apartamento de Barrio Norte en Buenos Aires. Las frases no despertaron sus sospechas, pero sí el maltrato que recibía de su supuesta mamá. "Nunca actuó como una madre. Con ella sufrí, padecí. Un día le pedí algo a la sirvienta y Felisa me dijo: 'No le vuelvas a pedir nada, porque vos no sos más que ella'. Yo intuía que Felisa no era mi mamá. Me sentía sola, en un ambiente muy hostil, muy frío, mal, sin amor, sentía que me odiaban".

"Cuando tenía 26 años, mi esposo le exigió a mi padre que dijera la verdad, porque yo no aguantaba más. Mi padre no quería hablar, decía que estábamos al borde de un volcán, que no podía decirlo", recuerda Nilda.

Era comprensible: en esa época el peronismo estaba proscrito, Perón vivía en el exilio, y Evita, que había muerto a la edad de Cristo, tres años antes del golpe militar de 1955, seguía haciendo historia. Su cuerpo embalsamado desapareció después del golpe y deambuló 16 años por el mundo, sufriendo todo tipo de vejámenes. En 1971 el cadáver le fue entregado a Perón en su casa de Madrid, con las muestras del maltrato a que había sido sometido. Tras el regreso y la muerte de Perón, el cuerpo de Evita volvió al país en 1974 para descansar en paz en el Cementerio de La Recoleta.

Según los retazos del pasado que Nilda ha ido juntando, la historia habría sido así: el matrimonio Quartucci no podía tener hijos. Pedro, el famoso actor, conoció a Eva Duarte durante el rodaje de la película Segundo afuera. Eva hacía un pequeño papel y Quartucci era el protagonista. Tras un romance, Quartucci se enteró del embarazo de Evita, que no quería un hijo, empeñada en triunfar y conociendo, como hija ilegítima, las penas de una madre soltera. Florencio Escardó, uno de los más famosos pediatras argentinos, amigo de Quartucci, habría conseguido una partera que atendió a Evita en su casa del barrio Caballito. Cuando la niña nació, le mostraron a Evita un cajoncito blanco y le dijeron que había muerto. Quartucci llevó la criatura a su casa y la inscribió como hija de su matrimonio.

Nilda está convencida de que en algún momento, ya poderosa, Evita supo de su existencia. De hecho, hay un dato muy importante que, si bien no devela el misterio, sí confirma que Evita se llevó un secreto muy grande a la tumba. En 1985 el confesor de Evita, el sacerdote Benítez, envió una carta a las hermanas de la ex primera dama en la que decía: "Lo que más me conmovía aquella noche, ante los despojos de Evita, era que veía alzarse su corazón ya sin latidos, como una patena, ante el rostro de Dios, brindándole el holocausto de un inmenso dolor. De un dolor que jamás se sabrá en este mundo. De un dolor más meritorio a los ojos de Dios que su lucha a favor de los necesitados... Usted sabe muy bien a qué dolor me refiero. Sabe quién lo provocaba y de qué manera. Dolor que, como ningún otro, desgarró su corazón. Más, mucho más que la enfermedad. ¿Con qué ganó más Evita el corazón de Dios, con ese su secreto sufrimiento que ignorará la historia, o con su obra social pública...?", recordaba el sacerdote. "Sorprendente: lo que de verdad hizo grande a Eva Perón jamás se sabrá en este mundo. Lo ignorarán las gentes. Escapará a la búsqueda de los historiadores. Morirá con la muerte de contadas personas. Las veces que ella, anegada en lágrimas, me confesaba no aguantar más y estar dispuesta a tomar medidas extremas -bien sabe usted cuáles- yo le machacaba: 'Evita, nada grande se hace sin dolor", se lamentaba el padre Benítez.

Roxana Panzeri, la hija de Nilda, una conocida médica patóloga, fue la única que se entrevistó con el padre Benítez antes de su muerte. El sacerdote le habría dicho, señalando un busto de Evita: "¡Configuración craneana idéntica! ¿Qué clase de nieta eres que no abrazas el busto de tu abuela?".

El secreto se entiende. Evita desató amores y odios tan profundos, que la confesión de que había tenido una hija fuera del matrimonio a la cual abandonó habría causado un escándalo que hubieran aprovechado los enemigos de Perón durante su gobierno. Después de su muerte, la idea de tocar la imagen de madre espiritual de la nación y protectora de los pobres, al atribuirle una hija abandonada, hubiera derrumbado para muchos el mito de la heroína salvadora.

Aunque durante muchos años Nilda no hizo ninguna gestión oficial para intentar establecer su verdadera identidad, un día decidió develar el gran misterio. Al principio intentó hacerlo con la ayuda de la familia reconocida de Evita, sus hermanas. Nilda contrató al abogado Luis Moreno Ocampo, quien realizó una mediación con las hermanas Duarte, pero el intento amistoso fracasó.

Ante el fracaso, Nilda inició una acción para reconocer su filiación y pidió como prueba la comparación de su ADN con el de las hermanas Duarte. Pero ésta arrojó resultados negativos y agregó una cuota más de misterio a la historia. Para su terrible sorpresa, también dio negativa la comparación de ADN con Pedro Quartucci. "Para mí fue una enorme desilusión, porque la única certeza que yo tenía era que mi padre era mi padre en todos los sentidos. El dolor que me causaron es irreparable. Me volvieron a partir el corazón", dice con amargura, pues todavía llora la muerte de su hijo Claudio, de 42 años, asesinado de manera brutal en 2001.

La única prueba definitiva es la comparación del ADN de Nilda con el de Evita, petición que fue rechazada el año pasado por la justicia. Óscar Toletini, el actual abogado de Nilda Quartucci, explicó a SEMANA que hay muchos elementos en la causa que han permitido avanzar -su madre adoptiva, Felisa, declaró ante notario que Nilda es hija de Evita-, pero que la prueba fehaciente es la realización del ADN con el cadáver. Por ahora, la justicia ha rechazado esa prueba. "¿Por qué no la aceptan? De esta manera despejaríamos una duda", dice Toletini, quien cree que "no hay decisión política para avanzar".

"Tengo un poco de resentimiento hacia mi mamá, concluye Nilda. A lo mejor algún día la puedo disfrutar porque dejó algo escrito para mí que todavía no aparece", comenta, esperando que, de una manera u otra, el misterio de su vida deje de existir.