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Antes de su accidente, Jorge León estaba casado y disfrutaba del deporte al aire libre. Sus últimos meses de vida quedaron registrados en su ‘blog’

La mano misteriosa

Jorge León, pentapléjico desde hacía seis años, murió con la ayuda de un desconocido. Este suceso ha generado gran controversia acerca de la legalización de la eutanasia en España.

27 de mayo de 2006

En el año 2000, mientras se ejercitaba en una barra fija en su casa, Jorge León cayó al piso. Lo que podría parecer un simple accidente doméstico se convirtió en una tragedia que lo dejó postrado en una silla de ruedas a los 47 años de edad. Además de la inmovilidad de sus brazos y sus piernas, el accidente lo dejó incapacitado para respirar por sí mismo, por lo cual siempre tenía que estar conectado a un respirador artificial en su casa en Valladolid. La noche del pasado 4 de mayo, una persona cuya identidad se desconoce aprovechó que una de sus cuidadoras se había marchado antes de tiempo, le dio a beber un sedante y procedió a desconectar el respirador. Luego limpió su rastro y dejó la casa con la puerta abierta y las luces encendidas.

“Agradezco a quien haya ayudado a mi hermano a cumplir su deseo”, declaró Carlos León, mientras numerosas organizaciones humanitarias de España y Europa comenzaban a presionar a la Policía a detener la investigación. Pero las autoridades siguen con su labor, pues la ayuda a morir está tipificada en el Código Penal español como un delito grave con penas de entre dos y 10 años de cárcel.

El médico Fernando Marín, de la Asociación Morir en Casa, dijo a SEMANA que todas las organizaciones defensoras de la eutanasia están solidarizadas “con la persona o las personas que han ayudado a morir a Jorge León, haciendo posible que, tras numerosas peticiones de auxilio, se respete su voluntad firme, seria e inequívoca de finalizar una vida irreversiblemente deteriorada que él no deseaba”. La Asociación Derecho a Morir Dignamente dijo que la muerte de Jorge León debe contribuir “a decir basta ya a tanta hipocresía y tanto sufrimiento absurdo”.

León pertenecía a la Asociación Derecho a Morir Dignamente, empezó a publicar su caso en su diario de Internet (www.destiladospentaplejicos.blogspot.com) desde agosto de 2005 y en numerosas ocasiones pidió ayuda para morir. El 21 de marzo pasado escribió en su diario: “He entrado en una fase que considero terminal porque a la pentaplejía irreversible se ha añadido la cronicidad de las infecciones frente a una tolerancia cada vez menor a los antibióticos, lo que me provoca indeseables sufrimientos físicos y síquicos. (...) Necesito la mano que sostiene el vaso, la mano hábil que supla mi mano inútil, una mano que actúe según mi voluntad aún libre: tengo todo preparado para que quien me ayude quede incógnito”. Al final dio su teléfono y su dirección para quien estuviese dispuesto a ayudarle.

También les había pedido esto a todos sus amigos en Valladolid. La escritora y periodista Margarita Espuña, amiga de León y autora del libro Morir por amor a la vida. Testimonios de Eutanasia clandestina en España, aseguró que “resulta indignante que se investigue y persiga a una persona que ha realizado una obra humana, de caridad y valiente”, refiriéndose a la mano misteriosa que contribuyó a la muerte del pentapléjico.
Este episodio ha revivido el del cuadrapléjico Ramón Sampedro, quien estuvo postrado en una cama durante 29 años y luchó por conseguir una muerte digna, como cuenta la película de Alejandro Amenábar Mar adentro. Hace un año, la novia de Sampedro, Ramona Maneiro, admitió públicamente que ella había hecho todo lo necesario en 1998 para procurarle un “buen morir”. Al conocer el caso de Jorge León, Maneiro desató otra polvareda al considerar como “genial” que alguien le haya facilitado la muerte. Ella insistió en que “una persona que quiera suicidarse puede hacerlo, pero una persona que está enferma y que no puede, necesita que alguien le ayude”.

Jorge León fue durante muchos años un enfermero experto en radiología del Hospital Clínico de Valladolid. Pero también era un amante de las montañas, las cavernas y el arte. Era feliz emprendiendo travesías alrededor del mundo. Además, recogía y compraba todo tipo de chatarra y con un soplete la transformaba en esculturas.

Tras un año de convalecencia, su primer desahogo fue ese. Diseñó complejas figuras de metal con las cuales realizó una exposición en 2001, en una galería de Valladolid. “Jorge sabía muy bien lo que quería, perseguía materializar la utopía”, dijo su galerista, Teresa Cuadrado. Los amigos y las cuatro cuidadoras de León eran quienes hacían las esculturas bajo su dirección. Además, se turnaban para leerle libros.

En aquel entonces, León estaba casado y en los primeros años de su enfermedad planeó instalar un ascensor para su pesada silla de ruedas, que le permitiera movilizarse más fácilmente por la casa. Pero con el tiempo se negó a volver a salir de su estudio y terminó separándose de su mujer. Sus amigos cuentan que este matrimonio, que irónicamente comenzó en el Hospital de Parapléjicos de Toledo, se rompió por decisión de él, pues quiso que ella tuviera una mejor vida que atender a un discapacitado.

El año pasado compró y aprendió a utilizar un dispositivo para su cabeza, que manejaba con los labios y le permitía escribir en el computador. Así redactaba su diario en Internet, bajo el seudónimo de Lucas S., “adulto pentapléjico desde 2000 por lesión medular en C3”. Allí expresó sus dolores más íntimos y buscó por todos los medios una “mano amiga” que le ayudara a morir.

A finales de abril tenía todo listo pero, al parecer, la persona que le ayudaría se arrepintió a última hora. León escribió en su diario: “Qué poca gente consistente hay. En momentos como estos que precisan solidez y aplomo, depender de contingencias humanas es desazonante; y, lo que es peor, al cabo suelen acabar jodiendo cualquier posibilidad de hecho digno. (...) No debería estar aquí; una nueva digamos ‘contingencia humana’ ha vuelto a frustrar el poner fin a esto, justo cuando el resto de circunstancias eran idóneas y mi predisposición fuerte (...) Ante la muerte el problema ya no es el morir en sí sino el cómo morir, el célebre ‘tránsito’”. Pocos días después, la Policía encontró su cadáver y, junto a él, varias cartas en sobres cerrados, una de ellas dirigida al juez que iba a llevar su caso.

En 1998, cuando Ramón Sampedro murió, más de 13.000 personas enviaron cartas al juzgado autoinculpándose del hecho. Nadie se ha declarado culpable de la muerte de León hasta ahora, pero muchos españoles creen que jamás se conocerá la identidad de “la mano amiga”, mientras el gobierno español sigua asegurando que no impulsará una ley de eutanasia. Y queda en el aire la pregunta que formuló Jorge León: “¿Cómo podemos separar el derecho a vivir nuestra vida libremente del derecho a vivir nuestra muerte libremente?”