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La ‘Mariposa’ y la ‘Luna’

Durante más de dos años Julia Hill vivió en las ramas de una secoya para protestar contra la tala de un bosque milenario.

23 de abril de 2001

Un árbol de 60 metros de altura y de aproximadamente 1.000 años de edad convirtió a Julia Hill, una diminuta joven norteamericana de 25 años, en el nuevo símbolo de la ecología. Durante dos años y ocho días Julia vivió en la copa de una secoya ancestral para evitar que operarios de Pacific Lumber, una de las más importantes compañías madereras de Estados Unidos, la derribara al igual que a otros árboles hermanos que pueblan unas 60.000 hectáreas del condado de Humboldt, en Stafford, California.

En todo ese tiempo el árbol fue su mejor testigo y compañero y un diario el confidente de sus vivencias, que hoy conoce el mundo gracias a El legado de Luna, un libro-diario que relata varios meses de derrotas y triunfos y que, ante todo, es una historia de respeto y amor.

El 10 de diciembre, en una fría noche de luna llena, al trepar el árbol Julia Hill se convirtió en ‘Mariposa’ Hill y la secoya fue bautizada con el nombre de ‘Luna’. Ese día, con nuevos nombres árbol y mujer, iniciaron la batalla contra la destrucción.

Julia, hija de un predicador, no sabía lo que era apegarse a un lugar. Su infancia había transcurrido en una casa rodante, moviéndose con su familia de un lado a otro. Pero cuando conoció el bosque del condado de Humboldt decidió quedarse allí. El panorama pardo rojizo que se confundía con diferentes tonalidades de verde y la majestuosidad de las secoyas la ataron definitivamente al lugar. Por eso no podía entender con qué derecho hombres de este siglo sentenciaban a muerte a un bosque milenario. Para ellos simplemente los años no importaban, querían talarlo para aprovechar su valiosísima madera.

Las protestas que realizaron los habitantes de Stafford en 1985 contra la compañía maderera por la tala del bosque y el desastre ocurrido en 1996 cuando, por la misma acción, un derrumbe destruyó decenas de casas, no fueron suficientes para detener el poder arrasador de Pacific Lumber. “Las sentadas en los árboles son el último recurso”, afirma Julia en El legado de Luna. Y así inició su proeza junto con dos compañeros ecologistas con quienes se alternaban las subidas al árbol. A 60 metros de altura fue testigo de la devastadora faena que diariamente llevaban a cabo leñadores a sueldo de la empresa dueña y señora de la mayor extensión de secoyas en manos privadas que queda en Norteamérica.

Con cada subida Julia empezó a sentir la vida de ‘Luna’, el palpitar de su corazón. Fue entonces cuando le hizo la promesa que le permitió permanecer más de dos años viviendo sobre sus ramas y no volver a pisar tierra firme hasta que el mundo supiera lo que estaba ocurriendo. Vendió la mayoría de sus posesiones para poder construir lo que sería su hogar: una carpa color azul que cubría una pequeña plataforma de madera ubicada a unos 30 metros de altura. En ese momento las únicas evidencias de la protesta en aquel bosque martirizado por las motosierras eran un nido azul y un letrero colgado a su lado en el que se leía “Salven el bosque”.

La joven ‘Mariposa’ nunca estuvo sola. Constantemente recibía la visita de ‘Los Lunáticos’, un grupo de amigos que se unieron a su causa. Ellos fueron los encargados de llevarle alimentos, libros, ropa y de introducir en el rústico nido de Julia la tecnología necesaria para que pudiera permanecer en contacto con el resto del mundo: un radioteléfono que se cargaba con paneles solares, un teléfono móvil, un radio, una grabadora, una cámara digital, una cámara de video y unos walkie talkies.

También se acostumbró a recibir una visita menos agradable. Leñadores de la maderera y policías se manifestaban diariamente con sus gritos por megáfonos: “Está usted ocupando una propiedad privada, sus acciones serán perseguidas de acuerdo con la ley”. Pero en vez de asustarla estas amenazas la fortalecían en la misión que se había trazado. Más que una protesta ecológica se trataba de convivir en estrecha relación con la naturaleza. Desde luego, exenta de todo tipo de comodidades: una jarra y una bolsa se convirtieron en sus retretes. La jarra la vaciaba tras cada uso y el viento esparcía la orina antes de caer al suelo. La bolsa debía aguardar hasta que alguien se ofreciera a llevarse la basura. Tuvo que olvidarse de las duchas con agua caliente, que cambió por una limpieza con esponja y fría agua de lluvia. Dos pares de medias, unas botas, camisetas y pantalones térmicos, una sudadera de lana, guantes y gorros se convirtieron en sus armas para combatir el frío.

Ese estilo de vida hizo que la joven ‘Mariposa’ fuera cada vez más ‘Luna’: “El árbol se había convertido en parte de mí o yo de él”. Las piernas y los brazos de Julia parecían extensiones de las ramas de la secoya, las grietas en sus manos, el color verdusco de sus dedos, hasta su olor se los debía a ‘Luna’.

El árbol le enseñó a ser una con la naturaleza, a ser amiga de los animales, a perderles el miedo a las arañas, a descubrir los olores y sonidos del bosque. Pero también el sonido de la muerte. “La caída de un árbol resuena a huesos que se quiebran. Entonces todo queda en silencio, un silencio de muerte que dura sólo un suspiro”, explica en su diario Julia, quien nunca entendió cómo después de que un árbol era derribado los leñadores podían lanzar bravos al aire y felicitarse.

Vivir en las alturas no fue fácil. El hambre, el miedo, el frío y la lluvia amenazaron con ponerle fin a su objetivo. Durante una furiosa tormenta ‘Mariposa’ estuvo a punto de caer. Entonces, en medio de la desesperación, sintió la voz de su árbol amigo: “Piensa como un árbol, entrégate, fluye con el viento”. Estas palabras hicieron que Julia se aferrara a las ramas más flexibles que nunca se rompen.

En los dos años que permaneció sobre el árbol las contrariedades de la naturaleza no fueron tan agresivas como los trabajadores de Pacific Lumber: Durante noches enteras hicieron ruidos con cornetas y dejaron faros encendidos en dirección a su nido para no dejarla dormir. Pero Julia estaba decidida a llegar hasta las últimas consecuencias, tal como se lo había prometido a la gigantesca secoya.

Su obstinación, el apoyo de la gente y 738 días que obstruyeron los trabajos de la empresa maderera fueron suficientes para que se iniciaran las negociaciones. El 18 de diciembre de 1999 la compañía aceptó respetar la vida de ‘Luna’ y la de todos los árboles que están a 60 metros a la redonda. Julia Hill también tuvo que pagar su precio: no acercarse nunca más a ‘Luna’.

Al subirse a un árbol Julia Hill dejó en claro que una sola persona sí puede hacer la diferencia. Después de todo alguien tan frágil como una mariposa llegó tan alto como la Luna.