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ANIVERSARIO

La montaña mágica

Hace 50 años Edmund Hillary y Tenzing Norgay llegaron por primera vez a la cima del Everest. Hasta hoy 1.200 personas han seguido sus pasos y 175 han perecido en el camino.

26 de mayo de 2003

A las 4 de la madrugada Edmund Hillary abrió la puerta de la carpa y miró los lejanos y oscuros valles de Nepal. En medio de la gélida bruma resaltaba una luz. Su compañero, Tenzing Norgay, le explicó que provenía del monasterio de Thyangboche, casi 5.000 metros más abajo. Sabía que ahí, incluso a esa hora, los lamas estaban rezando a sus dioses budistas para que les permitieran el ascenso a la cumbre del Everest, de 8.848 metros, el pico más alto del mundo.

Reconfortados por un par de sardinas casi congeladas y unas gotas de limonada desde el campamento IX, a 8.500 metros de altura, emprendieron la última jornada del que sería el viaje más importante de sus vidas. Las horas transcurrieron entre grietas, pendientes, nieve movediza y masas colgantes de hielo. Sus únicas armas para conquistar al gigante: un par de piolets (bastones de alpinistas), 14 kilos de equipo de oxígeno, cuerdas, botas de cuero, abrigos de plumas y tres pares de guantes, de seda, de lana y encima manoplas impermeables. Extenuados por el esfuerzo, a las 9 de la mañana los expedicionarios se tropezaron con una empinada pared de 12 metros que podía marcar la diferencia entre el éxito o el fracaso.

Por más de dos horas Hillary se dedicó a esculpir peldaños en el hielo para ascender el escalón que desde entonces se conocería con su nombre. De pronto apareció ante los ojos de los aventureros la cumbre nevada donde ningún hombre había puesto sus pies. Las oraciones de los lamas habían sido escuchadas y los dioses les habían concedido al neozelandés y al nepalés de la etnia sherpa el honor de llegar al techo del mundo, que hasta entonces le había sido negado a cualquiera que osara intentarlo. Como agradecimiento Norgay les dejó de ofrenda un chocolate y el lápiz azul y rojo de su hija, mientras que Hillary enterró en la nieve un crucifijo. Eran las 11:30 de la mañana del 29 de mayo de 1953.

Esta semana se conmemoran los 50 años de esa hazaña, que no sólo marcó un hito en la historia del siglo XX sino que hoy sigue inspirando a miles de alpinistas de los cinco continentes y también a turistas que pagan lo que sea para ser llevados a un lugar exótico. La celebración comenzará en el monasterio de Thyangboche, donde un grupo de personas, entre ellas Peter, el hijo de Hillary, recibirán la bendición del Dalai Lama, para luego ascender hasta el mismo campamento base donde empezó la aventura. Como la expedición de 1953 era británica (aunque los dos que alcanzaron la cumbre no lo eran), en Londres, en el Odeon Cinema, se realizará una cena de gala que contará con la presencia de la reina Isabel II, quien le otorgó a Hillary el título de caballero.

Los festejos sólo contarán con la presencia de uno de los protagonistas pues Tenzing Norgay falleció en 1986. Hillary estará en Katmandú y pasará el aniversario con los sherpas, con quienes desde el ascenso creó fuertes lazos. Tal vez por ello hoy, con 84 años, se enorgullece más de las 27 escuelas, 13 dispensarios, dos hospitales y dos puentes que construyó para ellos que de su proeza histórica. Pero sea por una u otra razón en muchas casas de la región un retrato de sir Edmund comparte la misma pared que el del Dalai Lama. Tenzing tampoco se queda atrás. Al morir sus cenizas fueron mezcladas con arcilla y se elaboraron tablillas que hoy son objeto de devoción.

No es para menos que así sea. Después de todo, contrario a lo que muchos pensaron, el primer ascenso no significó el final de una era que empezó en el siglo XIX, cuando se dio rienda suelta a la ambición por conquistar al coloso, sino el punto de partida para una historia que todavía se escribe.

La diosa del cielo

Desde que en 1852 un estudio inglés determinó que la montaña ubicada en el corazón del Himalaya era la más alta del mundo su exploración se convirtió en un reto. Pero fue hasta 1921, un año después de que el Dalai Lama autorizara el ingreso de extranjeros al Tíbet, que se llevó a cabo la primera expedición británica. Entre los integrantes se encontraba George Leig Mallory, un hombre que se convertiría en leyenda. El deseo de llegar a la cumbre llevó al alpinista a repetir la experiencia al año siguiente, pero el resultado fue nefasto: una avalancha cobró la vida de siete escaladores sherpa, las primeras víctimas de Chomolungma, que para los tibetanos quiere decir 'Diosa madre de todas las cosas', o Sagarmatha, para los nepaleses 'Diosa del cielo'.

En 1924 Mallory estaba decidido a ser el primero y aún persiste la duda de si en realidad lo fue. El 8 de junio, junto a su compañero Andrew Irvine, partieron rumbo a la cumbre. El resto de los expedicionarios les seguían sus pasos a lo lejos. Pero las nubes ocultaron a la pareja de alpinistas y el grupo los perdió de vista para siempre, según algunos testimonios cuando se encontraban a más de 8.500 metros. Muchos consideran que ambos pudieron llegar a la cima y morir en el descenso. En 1999 una expedición encontró el cuerpo de Mallory, sorprendentemente conservado, boca abajo y con una pierna fracturada. Sin embargo el enigma no se pudo resolver.

Fiebre de Everest

En las décadas siguientes los fracasos se sucedieron año tras año hasta el venturoso 1953. Desde entonces se estima que 1.200 personas de todas las nacionalidades, entre 16 y 65 años, han alcanzado la cumbre y que 175 han perecido en el camino. Los suizos lograron la cima en 1956, en 1960 una masa de 214 chinos y tibetanos iniciaron el ascenso en la montaña para honrar a su presidente Mao Tse Tung y tres de ellos consiguieron la máxima altura. Y en 1963 fue la conquista de los norteamericanos.

Después de Hillary y Norgay el reto no era tanto subir como imponer nuevos récords, marcar una diferencia: encontrar nuevas rutas, lograrlo en el menor tiempo posible, ser la primera mujer en alcanzar la meta como en 1975 lo hizo la japonesa Junko Tabei, o hacerlo sin oxígeno, algo casi impensable pues a 8.848 metros el cuerpo sólo absorbe 30 por ciento de esta molécula. Sin embargo en 1978 el austríaco Peter Habeler y el italiano Reinhold Messner fueron los primeros en medírsele a este reto. Arrastrándose y en medio de alucinaciones llegaron a la cima. De hecho, Messner recuerda que durante el ascenso se sintió acompañado por lo que él describió como "una presencia irreal".

Dos años más tarde él mismo se encargó de superar su hazaña. El 20 de agosto, en pleno monzón, completamente solo, llevando su propia carga y sin oxígeno artificial, llegó nuevamente a la cima y además de todo estableció una nueva ruta. La década de los 80 ha sido la más prolífica en marcas y rutas, pues de las 15 establecidas ocho fueron abiertas en ese período.

En los años 90 el ascenso al Everest adquirió una nueva cara. Dejó de ser sólo un reto para aventureros que se preparaban durante largos períodos para convertirse en un plan de vacaciones al alcance de cualquier turista que pudiera pagar 75.000 dólares por un guía que les facilitara al máximo las condiciones del 'paseo'. En 1996 la fiebre de expediciones comerciales cobró 15 víctimas entre guías y clientes. Rob Hall, un alpinista neozelandés, fue atrapado junto con sus inexpertos clientes por una tormenta debido a la tardanza de estos últimos. Sabiendo que no tenía ninguna esperanza de vida llamó a su esposa embarazada desde un teléfono satelital: "Duerme bien cariño, por favor no te preocupes mucho", fueron sus palabras de despedida. Este episodio puso en tela de juicio la conveniencia de estas expediciones.

Llegar a la cumbre del Everest es, sin duda, un gran paso para el hombre pero podría verse como uno muy pequeño para la humanidad. Sin embargo "no deja de ser un logro personal que simboliza alcanzar lo que parece casi imposible", explicó a SEMANA Luis Alberto Camargo, uno de los miembros del equipo colombiano que colocó la bandera en la cumbre del Everest en 2001. Por eso el encanto no se ha perdido. La respuesta que George Mallory pronunció hace 80 años aún tiene sentido.

"¿Por qué escalar el Everest?", le preguntaron. "Porque está ahí".

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