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LA MUJER DE TU PADRE

Escándalo en Inglaterra por romance entre joven jardinero y su madrastra

24 de febrero de 1986

Hasta julio del año pasado todo iba bien en el hogar de Alan y Brenda McKevit, en la ciudad inglesa de Bristol, donde él trabajaba como obrero de una fábrica y ella tenía dos hijos de un matrimonio anterior. Vivían estrechamente, pero soportaban lo bueno y lo malo después de cuatro años de casados.
Como en tantas novelas y peliculas melodramáticas, un día apareció un muchacho de 17 años, buen mozo y atlético, que era jardinero y se hallaba desempleado desde hacia varias semanas. Buscaba ocupación en Bristol y comida y cama en la casa de su padre: Andrew, era hijo de un primer matrimonio de Alan y hacia varios meses que no se hablaban.
Durante las primeras semanas el chico trabajó en jardines cercanos ganó algunas libras y por la noche se sentaba a cenar con el padre, que tiene 36 años, y con la mujer, de 33, que comenzo a mirarlo cada vez con mayor interés. No fue un amor a primera vista. Fue un lento proceso de enamoramiento que les estalló entre las manos cuando ninguno de los tres lo esperaba. Comenzó con sonrisas, con gestos de rodarle la silla cuando ella se levantaba, con acompañarla al parque con los otros dos chicos, con hacerle algunos mandados en la tienda de la esquina mientras el padre y marido se encontraba trabajando en la fábrica.
Haciendo un inventario de esas semanas angustiosas, ella recuerda: "No era que tuviera problemas con Alan, nuestro matrimonio iba bien hasta habíamos hablado de tener un hijo de ambos, nos entendíamos perfectamente, pero cuando apareció el chico, entonces sentí que por primera vez conocía el verdadero amor, que estaba enamorándome y me decía que eso no podía ser, que era el hijo de mi esposo, que eso iba contra la ley, que la sociedad no permite esa clase de relaciones, entonces me apretaba los labios cuando él estaba cerca para no decirle cuánto lo amaba, cuánto lo deseaba y la vida se me volvió un infierno ".
El muchacho también se enamoró de su madrastra: "A los pocos días de estar en casa de mi padre, me sentí atraído por Brenda, no era deseo unimal, era un amor puro, desinteresado y me daba pena por mi padre a quien respeto mucho, pero cada vez me convencía de que ella era la mujer de mis sueños y no podía evitarla".
Lo curioso de todo esto es que el marido jamás sospechó de los gestos galantes del hijo con su mujer, no encontró ninguna malicia en que se despidieran con besos cuando se iban a dormir, y se marchaba tranquilo al trabajo mientras la pasión seguía incubándose.
Irónicamente el muchacho comenzó a sentir celos del padre: "Vivir con ellos se volvió un infierno, sentía celos cuando mi padre le hacía alguna muestra de afecto en la mesa o mientras veíamos televisión, lo miraba y lo detestaba y después me decía que no era justo lo que estaba haciéndole, que esa era su mujer, que ellos se querían, que todo era simplemente una locura, que debía largarme a otra parte, pero como estaba sin trabajo, entonces prefería aguantarme los celos y seguir queriéndola en silencio mientras ella no sabía el tormento que estaba pasando".
Lo mejor de esta historia es que cada uno estaba enamorado del otro, pero sin decírselo, observando en silencio los gestos de los demás para no ser delatados. El dice ahora que al principio pensó contarle a ella lo que estaba pasando, quizás con la esperanza de ser disuadido, pero en el fondo temió que la mujer se riera en su cara. Lo mismo le pasaba a ella, temía que el muchacho, asustado por la nueva situación, se lo contara al padre.
Hasta una noche cuando ambos estaban sentados en el mismo sofá de la sala, mirando televisión y el chico pensaba: "Anda, dicelo, no importa que se burle, no importa que suelte una carcajada, dícelo de una vez o la vida se te volverá un infierno, no podrás seguir viviendo tranquilo".
La miraba y trataba de decirle lo que pensaba, pero en cambio le hacia algún comentario tonto sobre la televisión.
Entonces, por simple azar, se rozaron las manos y, dicen, ambos se sintieron golpeados por un corrientazo.
El la miró y le dijo que estaba loco por ella, que no podían seguir viviendo así y ella se echó en sus brazos y se besaron y se confesaron lo que habían estado alimentando durante todas esas semanas.
En medio de las caricias iniciales ella regresó inmediatamente a la realidad: "¿Cómo se lo contaría a mi marido, cómo le diría que estaba enamorada de su hijo, cómo le explicaría que quería divorciarme de él para casarme con el muchacho?"
Durante varias semanas aprovechaban la ausencia del marido para estar juntos, pero finalmente en octubre, tres meses después de la llegada del galán más joven, decidieron escaparse: le dejaron una nota pegada en la nevera y se marcharon con los dos niños de Brenda, Leanne, de 9 años, y Darren, de 10.
Durante varias semanas vivieron en un pequeño apartamento con un auxilio del gobierno, pero cuando los funcionarios descubrieron de qué se trataba les suspendieron el cheque semanal y ellos tuvieron que salir con sus escasas pertenencias en las manos hacia un estudio pequeñisimo, donde los cuatro han sobrevivido al invierno y esperan el futuro con calma.
No se sienten culpables. Ella dice que sólo espera poder casarse con el joven y éste comenta que ojalá su padre pueda perdonarlo. ¿Y qué piensa el ofendido? Alan, furioso, le dice a todos los que quieren oírlo: "¿ Cómo pudieron traicionarme de esa forma? ¿Cómo pudieron traicionar mi confianza? Claro que le daré el divorcio, ya no me importa que pasen hambre, no me importa que se mueran de frío, me divorciaré de ella y que hagan lo que quieran ".
¿Qué piensa de su mujer? Es una bruja, dice, lo corrompió con sus encantos.
¿Los perdonará algún día? Por mi, agrega, pueden irse al infierno. --