Home

Gente

Artículo

LA ULTIMA ENTREVISTA

Ya enfermo de SIDA, pero sin hacerlo público, Rock Hudson concedió a Joan Collins su última entrevista. Por considerarla de interés, ahora que el actor ha muerto, SEMANA la reproduce.

4 de noviembre de 1985

JOAN COLLINS: Antes de unirte al grupo de "Dinastía", en 1985, ¿eras adicto a esta serie como el resto de los telespectadores?
ROCK HUDSON: Sí, hace tres años tuve que guardar cama durante una temporada y me convertí en un gran adicto de esta serie de televisión. Todas las semanas estaba impaciente por saber qué sucedería en el siguiente capítulo.
J.C.: Dices haber estado una temporada en la cama. Supongo que fue por los problemas que tuviste de corazón. Hablando técnicamente, ¿sufriste un ataque al corazón?
R.H.: No, no fue un ataque al corazón. Tenía arterioesclerosis. Tuve esta enfermedad durante mucho tiempo, pero no le presté demasiada atención. Una noche tuve terribles dolores y pensé: "Esto no es una indigestión". También tenía un brazo medio muerto y me dije: "¡Oh, Dios mío, no a mi!", e inmediatamente me fui al hospital donde me hicieron todas esas pruebas, incluido un eletrocardiograma. Los médicos descubrieron que tenía las arterias bloqueadas.
J.C.: ¿Te asustaste cuando te dieron los resultados de las pruebas?
R.H.: Simplemente pensé: "Esto es ridículo. Esto les sucede a otras personas, no a mí". Pero no cabía ninguna duda, era a mí a quien le sucedía todo esto. Así que me dije: "Muy bien, hazte a la idea, aprieta, date prisa, tienes que salir de aquí".
J. C.: ¿ Te dijeron los médicos cuáles eran las causas de tu enfermedad? ¿Es hereditaria?
R.H.: La achacaron a muchas cosas: tensión, herencia, comidas abundantes, y pienso que la razón principal es la falta de ejercicio. ¿Porque qué es lo que hacemos todos? Nos sentamos a comer y luego nos volvemos a sentar sin hacer ningún ejercicio. Al menos yo no lo hago. El médico me dijo que tenía que tomar las pastillas, pues si no, no iba a poder dar ningún paseo más. Así que empecé a pasear. Como vivo en las colinas alrededor de Hollywood, puedo andar a mi gusto todo lo que quiera. Todo son subidas y bajadas y no hay ningún llano. Fue muy esforzado, pero me curó. Tenía una presión sanguínea muy alta, hasta que empecé a pasear, y fue entonces cuando empezó a bajar hasta ponerse a un nivel normal.
J.C.: Después de estar tan cerca de la muerte, ¿ha cambiado en algo tu visión espiritual de la vida?
R.H.: Soy fatalista por naturaleza. Todo lo que tiene que ocurrir, ocurre. La noche antes de la operación tuve tiempo para pensar. "Espero salir de ésta", me decía. Era una noche despejada y estaba mirando a traves de la ventana sobre Los Angeles. El cielo era tan bonito como sólo Los Angeles puede ser en una noche clara. Me gusta cuando las luces tintinean y me dije: "puede ser la última vez que tenga este panorama ante mis ojos". Luego pensé: "pero, ¿y qué, si ya la he visto? Si salgo de ésta, estupendo, y si no, de todas las maneras nunca sabré la diferencia".
J.C.: Quisiera que me hablaras de tu juventud. Naciste en Winnetka, Illinois, donde te criaste junto a tu madre. Creo que no sobraba el dinero en tu familia. ¿Dirías que tuviste una infancia feliz?
R.H.: Fue feliz a ratos. Durante la depresión, mi madre y yo estábamos solos. Ella buscaba trabajo y yo me fui a vivir con mis abuelos. Luego se vinieron a vivir también mis tios y sus hijos, lo que era muy normal en aquel tiempo. Vivíamos en una casa de cinco habitaciones. No teníamos mucho que comer. Mi tio tenía un trabajo fijo en los ferrocarriles. Así que él venia todas las semanas con una cesta llena de comida. Recuerdo que solía hacer la compra para mi madre. Si tenías suficiente dinero como para comprar un asado en domingo, te daban las verduras y los huesos para la sopa gratis. Pensábamos que era maravilloso. En cualquier caso, con tanto niño en la casa era divertido, pues siempre habia alguien con quien jugar. Mi madre se volvió a casar y la vida se hizo dura para mí, me encerré en mí mismo. Se volvió a separar y tuvo que buscar de nuevo trabajo. Pero por aquel tiempo yo era un salvaje adolescente. Nunca estaba en casa, nunca hacía los deberes, nunca hacía nada. Era simplemente salvaje... perdido .
J.C.: ¿Era importante para tí el dinero?
R. H.: Esto es duro de recordar, porque Winnetka era realmente próspera. Asi que crecí entre mansiones y tenía amigos con grandes casas donde ibamos a jugar. Nunca se me ocurrió que éramos de clase media o baja o sentí celos ni tampoco tenia envidia del dinero ajeno.
J.C.: ¿Cuándo sentiste el deseo de ser actor?
R.H.: Yo sabía lo que quería. Más o menos a los nueve años, ya sabía lo que tenía que hacer. Lo primero, ir a ver muchas películas.
J.C.: Pero un chico como tú, sin relaciones, ¿sabía cómo empezar su carrera de actor?
R.H.: Ni idea, y no se lo dije a nadie. Mi madre y yo nos mudamos a California, donde tampoco revelé a nadie mis deseos. De hecho, la manera en la que se lo conté fue llevándola a una película donde yo actuaba. Y ella me dijo: "¿eres tú?" "Si", le respondí. "Pues no te gastes el dinero", me dijo. Era muy fría.
J.C.: Tu verdadero nombre es Roy Fitzgerald. ¿Por qué los estudios cinematográficos te cambiaron de nombre?
R.H.: A mí me dijeron: tienes que cambiar tu nombre, todo el mundo lo hace. Y a mis 22 años dije: ¿qué tiene de malo Roy Fitzgerald? Y me respondieron que era demasiado largo para los titulares de las películas. Les dije que eso debería de causarle muchos problemas a Gerardine Fitzgerald, pero no se rieron, no hubo comentario alguno. Me negué a todos los nombres que me propusieron hasta que dieron con el de Rock Hudson y ya figuré a partir de entonces, oficialmente, con este nombre.
J.C.: Tú has trabajado en películas con los más grandes directores del mundo. Por ejemplo, con George Stevens, que te dirigió en "Gigante" (1956), y en la que también participaban Elizabeth Taylor y James Dean. ¿Qué tal se trabaja con ellos? R.H.: Fue muy buena para mi esta experiencia. Realmente fue un gran aprendizaje .
J.C.: James Dean murió en un trágico accidente de coche antes de que se acabara de filmar aquella película, por lo que tú le conociste en los últimos días de su vida. ¿Qué es lo que le gustaba a esas alturas de su carrera? ¿Empezaba a creerse su propia publicidad?
R.H.: No lo sé. Era un solitario. No hablé apenas con él. Era poco comunicativo. Venía sólo a trabajar y luego se marchaba, de igual manera, por su propio pie. No era muy sociable. Pero no cabe duda que hacía un gran esfuerzo de concentración.
J.C.: ¿ Conociste a Elizabeth Taylor antes de "Gigante"?
R.H.: No.
J.C.: Tras el rodaje de esta película seguro que os hicisteis grandes amigos. ¿Cómo definirías tú a Elizabeth?
R.H.: Ella es como la madre tierra. Dudo en decir lo que a continuación digo, aunque se trata de un elogio, de admiración, pero es tan común como un zapato viejo. Quiero decir que ella puede aparecer de repente justo aquí, en medio de este sofá donde nos encontramos y pasar una hora y media riéndose. Es probablemente una de las ultimas mujeres de mundo que quedan. Se conoce a sí misma mejor que nadie. Sabe estar siempre en cualquier sitio.
J.C.: Tú has sido pobre y has vivido durante mucho tiempo sin una seguridad económica, ¿significa actualmente el dinero mucho para tí?
R.H.: Bien, a mi me gusta ser solvente para hacer lo que me gusta y cuando me gusta. En ese sentido, sí, el dinero es importante para mí. Pero, ¿ser un multimillonario? No. Por ejemplo, en la serie "Dinastía". Unos personajes tan estereotipados, gente que vive sólo para el dinero. Para mí esa es una vida vacia. Yo quiero tener lo necesario, justo lo que necesito. En julio del año pasado me fui de vacaciones a Europa. Dormí en suites allí a donde fui. Hacía tres años que no tenia vacaciones y transformé dos semanas de vacaciones en dos meses. Libertad para qué; de eso estoy hablando. Yo necesito trabajar. No me puedo retirar porque me gusta trabajar. También me gusta tener mi tiempo libre, pero me gusta trabajar duro.
J.C.: Tienes 59 años. ¿Es posible llevar este ritmó de trabajo a tu edad ?
R.H.: Sí, tengo 59 años. Hace poco tenía 40 y de repente ya he llegado a los 60. Es difícil de creer. Lo único que no me gusta de esta edad es pensar lo que sucederá durante los 60, o a los 70.
J.C.: ¿En qué has cambiado, ahora que tienes más años?
R.H.: He cambiado en algo importante. Antes era muy impaciente. Ahora soy más sosegado. Antes siempre era nervioso. Hagamos esto, hagamos lo otro. No podía estar solo. Cuando no tenía plan para la noche, corría a un teléfono y llamaba a alguien. Hoy no me preocupo.
J.C.: ¿Qué es lo que ha provocado este cambio?
R.H.: Los años. Ahora me voy temprano a la cama.