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Berenson con su hijo, Salvador, en su apartamento en Lima.

JUSTICIA

La vida después de prisión

La estadounidense Lori Berenson pasó los últimos 15 años en una cárcel peruana, acusada de terrorismo. Hoy está libre, tiene un hijo y, pese a que para muchos es un símbolo de resistencia, sufre una vida de paria en Lima.

12 de marzo de 2011

Aunque salió de la cárcel hace ya más de cuatro meses, la estadounidense Lori Berenson todavía se siente encerrada en el apartamento donde vive con Salvador, su hijo de casi 2 años. Y no porque la ley le prohíba salir, sino porque cuando lo hace la gente que la reconoce la insulta y humilla. Berenson, quien hoy tiene 41 años, fue detenida en Lima a finales de 1995, acusada de apoyar el terrorismo y pertenecer al grupo guerrillero Mrta (Movimiento Revolucionario Túpac Amaru). Hoy, 15 años después, le siguen gritando "asesina".

"De cierta forma era mucho más libre en la cárcel, no estaba aislada", declaró Berenson a la revista dominical del diario The New York Times, que publicó en días pasados un reportaje sobre su vida en libertad. Desde que fue encarcelada, su caso se dio a conocer en el mundo entero. Mientras el gobierno de Alberto Fujimori la mostraba como una terrorista que planeaba junto con otros miembros del Mrta tomarse el Congreso y secuestrar a sus miembros para luego canjearlos por guerrilleros presos, varias organizaciones de derechos humanos emprendían campañas a su favor. Consideraban que era una joven luchadora que había caído en manos de un gobierno represivo. Se convirtió en un símbolo de resistencia. Le compusieron canciones y poemas, y los presidentes Bill Clinton y George W. Bush abogaron por su causa.

Ahora Berenson, quien está en libertad condicional aunque debe permanecer en Perú hasta 2015 -cuando cumpla su condena de veinte años-, reflexiona sobre su caso por primera vez desde que fue liberada. Todavía se declara inocente. Repite que no es una terrorista y que no formaba parte del plan para tomarse el Congreso, al que solo iba por encargo de dos revistas para las que supuestamente colaboraba. Acepta, sin embargo, que fue algo ingenua al hacerse amiga de algunos miembros del Mrta y subarrendarle a uno de ellos la casa donde vivía.

Berenson tenía 11 años cuando vio en las noticias que tres monjas norteamericanas habían sido asesinadas en El Salvador, donde realizaban trabajos humanitarios. Dice que le pareció tan injusto que desde ese momento se dio cuenta de que quería dedicar su vida a ayudar a los más pobres, sin importar el precio que debía pagar por ello. Autoproclamada idealista, Lori abandonó a los 18 años sus estudios en la universidad de MIT y viajó al país centroamericano.

Cuando volvió a Estados Unidos, se convirtió en representante del Fmln (Frente Farabundo Martí por la Liberación Nacional), entonces una organización que reunía a los cinco grupos guerrilleros salvadoreños que participaron en la Guerra Civil. Tras la firma de un acuerdo de paz en 1992, Berenson volvió a El Salvador, donde trabajó como secretaria para un comandante del Fmln. Luego, decidió continuar su "misión" en otro lugar.

Llegó a Perú en 1994. Sus padres, profesores universitarios, nunca entendieron qué hacía allá. En noviembre de 1995, la policía la bajó de un bus en Lima. Ese día iba con la esposa de un líder del Mrta, quien, según Berenson, era una fotógrafa que había contratado para sus artículos. Después, las autoridades allanaron la casa que la estadounidense le había subarrendado a unos amigos del Mrta. Encontraron un arsenal y el plan para tomarse el Congreso. Cuando llegó la policía, varios guerrilleros la recibieron a tiros. La batalla duró 11 horas.

Luego Berenson fue condenada a cadena perpetua. El caso fue revisado después y la pena quedó en veinte años. Se casó con otro interno acusado de terrorismo, de quien ya se separó. Su hijo, Salvador, fue concebido durante una visita conyugal y vivió su primer año tras las rejas. Hoy Berenson está libre y no ve la hora de irse a la casa de sus padres. Y mientras espera a que termine su condena, lo pasea de noche por el parque para evitar que los transeúntes la reconozcan e insulten.