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Rudolf Höss, comandante del campo de exterminio de Auschwitz, en el momento de su captura. | Foto: AP

HOLOCAUSTO

Hanns Alexander, el cazador de nazis

Un nuevo libro cuenta la historia de Hanns Alexander, un judío que escapó de Alemania antes de la guerra, solo para volver años después en busca de uno de los más macabros líderes nazis: Rudolf Höss.

5 de octubre de 2013

“El Führer ha decretado la solución final para el problema judío. Tenemos que ejecutar los planes. Es un trabajo duro, pero si no se lleva a cabo inmediatamente, en lugar de que nosotros exterminemos a los judíos, los judíos exterminarán a los alemanes”, le dijo Heinrich Himmler, líder de las SS, a Rudolf Höss, entonces comandante del campo de exterminio de Auschwitz. 

Allí murieron, según las cuentas del propio Höss, alrededor de 3 millones de personas. El comandante recibió la orden en agosto de 1941 y desde entonces hasta 1944 se dedicó a cumplirla a cabalidad. Rediseñó las instalaciones, que funcionaban como un campo de concentración de ‘rebeldes’ polacos, para convertirlas en una máquina de exterminio. Él mismo ingenió las cámaras de gas donde podían asesinar a más de 2.000 personas –hombres, mujeres y niños– al mismo tiempo. 

En 1945, cuando Höss comprendió que la guerra estaba terminando y que Alemania estaba perdida, huyó de Auschwitz con su esposa y sus cinco hijos. Poco después se separaron: el comandante dejó a su familia escondida en una fábrica de azúcar y siguió solo hacia un pueblo cerca de la frontera danesa, dónde consiguió trabajo en una granja. 

Pensó que estaba a salvo de su pasado, hasta que Hanns Alexander, un judío alemán que emigró a Inglaterra en 1936, lo encontró. Más de 60 años después, el sobrino nieto de este, el periodista británico Thomas Harding, conoció la historia de su heroico pariente y decidió contarla en el libro Hanns and Rudolf. The German Jew and the Hunt for the Kommandant of Auschwitz. 

“Mi tío abuelo murió en 2006 y en su funeral me enteré de que después de la guerra se había dedicado a cazar líderes nazis. Me sorprendió mucho porque somos una familia unida y pensé que, si algo tan importante fuera verdad, yo lo sabría”, contó Harding a SEMANA. 

La revelación le quedó dando vueltas en la cabeza y unos días después le preguntó a su padre si era cierta: “Me dijo que el tío era un bromista, que no le prestara atención”, recuerda el autor. Harding decidió investigar y descubrió que era cierto: su tío era un cazador de nazis y su mayor presa fue Rudolf Höss, el comandante de Auschwitz. 

En su libro Harding cuenta las historias paralelas de su tío y el líder nazi, y el momento en que se cruzan. Alexander y su familia huyeron de Alemania a Inglaterra poco antes de que comenzara la guerra, cuando todavía era un adolescente. A principios de 1945 Alexander empezó a colaborar con el primer equipo británico de Investigación de Crímenes de Guerra, encargado de encontrar a los oficiales del nazismo que supervisaron la muerte de  6 millones de personas. 

Lo asignaron inicialmente como traductor pero, poco después, el teniente Alexander se convirtió en uno de los líderes del equipo. “Al principio comenzó a investigar por su cuenta, en su tiempo libre. No tenía entrenamiento, pero rápidamente se dio cuenta de que podía desarrollar habilidades de investigador”, cuenta Harding y explica que su carrera despegó cuando “comenzaron los juicios de Núremberg, en los que necesitaban juzgar a altos oficiales. Entonces el equipo le pidió ayuda para encontrarlos”. Ya con más apoyo y mejores recursos, Alexander halló en marzo de 1946 al responsable directo del mayor genocidio de la historia. 

Primero consiguió a Hedwig, la esposa del comandante, y a sus hijos. La mujer no quería decirle dónde estaba escondido Höss, así que los británicos la amenazaron: le dijeron que si no confesaba, mandarían a su hijo mayor a Siberia. Ella les creyó y les dio el paradero de su esposo.

Brigitte, la hija de Höss, a quien Harding entrevistó para el libro, recuerda que su hermano fue torturado y por eso su madre habló. “En realidad, lo más probable es que el equipo haya recurrido a alguna artimaña para hacerlas creer que lo estaban maltratando”, explicó Harding, quien no encontró ninguna evidencia de que el joven hubiera sido torturado.  

Cuando Alexander y sus hombres llegaron a la granja donde estaba Höss, este negó ser el comandante de Auschwitz. Pero el teniente estaba seguro de ello, por eso le pidió que se quitara su anillo de matrimonio y le mostrara la inscripción. Höss comenzó a suplicar y a decir que el anillo estaba atascado. Alexander le dio dos opciones: o se lo quitaba normalmente, o le cortaría el dedo.

Höss finalmente entregó la argolla y en su interior estaban grabados su nombre y el de su esposa. La llegada del teniente alemán fue muy oportuna, pues la hija del nazi le contó a Harding que la familia estaba planeando escaparse a Suramérica. Höss estuvo recluido en una cárcel de dos metros por tres hasta que fue sentenciado a morir en la horca. 

Durante los juicios de Núremberg, su testimonio fue uno de los más reveladores de cómo funcionaba el sistema de exterminio de los nazis. También fue el más espeluznante, porque Höss recordaba sus actos sin mostrar remordimiento y utilizaba términos técnicos, con cifras y explicaciones de lo “práctico” que era su método. En una entrevista con un psiquiatra contó: “Los trenes que llegaban traían a unas 2.000 personas. Se vaciaban y se separaba a los que podían trabajar de los que no.

Teníamos a dos médicos de las SS que juzgaban en función del aspecto, edad y fortaleza física. Los que no valían se iban a las granjas y allí les pedíamos que se desnudaran. Pusimos carteles que decían ‘A la desinfección’ o ‘Baños’. Era para que creyeran que solo iban a darse una ducha y así no tener dificultades técnicas en el proceso de exterminio. El gas Zyklon-B normalmente tardaba de 3 a 15 minutos en aniquilar a toda la gente”. 

Lo que más impresionó a Harding  fue descubrir el lado humano del monstruo. “Cuando entrevisté a su hija, descubrí cuánto lo amaba su familia. Me dijo que su padre era el hombre más amable del mundo”, dice el autor con asombro. Brigitte vive en Estados Unidos desde hace décadas. Tiene 80 años y está retirada, pero durante mucho tiempo trabajó en un taller de moda que, irónicamente, dirigía una pareja de judíos que escaparon de Alemania en 1938. 

Ellos se enteraron de quién era el padre de Brigitte, pero no les importó. Harding también entrevistó a uno de los nietos de Höss, e incluso fue con él a Auschwitz. Estando allá, el hombre le dijo: “Si supiera dónde está enterrado mi abuelo, mearía en su tumba”. 

Luego de más de seis años de investigación, el periodista británico logró recopilar una historia de héroes y villanos de la vida real. Más que eso, sacó del anonimato a un hombre que tuvo la valentía de dejar su cómoda vida en Londres para buscar justicia por los que murieron en el Holocausto.

Muchos recuerdan al monstruo que asesinó a millones de personas pero, durante décadas, las proezas de Hanns Alexander se mantuvieron en la sombra. Ahora, espera su sobrino, el mundo también recordará al héroe de esta historia.