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LOS "MEMOS" DEL PRESIDENTE

Las ridículas obsesiones de Nixon y los secretos temores de Johnson son el tema de tres nuevos libros que hacen las delicias de los norteamericanos.

17 de abril de 1989

Leyendo el libro que recoge los memos y notas personales, íntimas de Richard Nixon y las dos obras que plantean una vez más la posibilidad de cierto grado de ansiedad y desorden mental en las decisiones de Lyndon Johnson, el lector común y corriente se pregunta hasta dónde la figura humana de un presidente norteamericano ha sido idealizada, magnificada y convertida en un elemento inaccesible, mecánico y mítico que no permite, por ejemplo, aceptar que Nixon le envíe una nota a su esposa, en papel de la Casa Blanca, comentándole sobre la necesidad de añadir una pequeña mesa a los muebles de su habitación, o que Johnson caminara a las tres de la madrugada por los alfombrados pasillos de esa misma residencia, hablando solo y en voz alta, repitiendo los nombres de los líderes vietnamitas que estaban haciéndole la vida imposible a los norteamericanos.
From: the President, los archivos secretos de Richard Nixon, contiene según el historiador Christopher Buckley el más entretenido e inusual retrato de quien era el hombre más poderoso sobre la tierra y sin embargo, obsesionado con las trivialidades y ridiculeces de la vida doméstica entre las paredes del gobierno. En 1973, Nixon secuestró durante varios meses todo su archivo personal, las cartas, memos, constancias de llamadas telefónicas y todos los materiales relacionados con el escándalo Watergate y su caída del gobierno pero, el Archivo Nacional emprendió una batalla legal para rescatar esos documentos y en 1987 lo logró, facilitándolos al periodista Bruce Oudes quien los editó, organizó y lanzó en forma de libro que revela más sobre Nixon y su presidencia que todas las obras históricas de esa época, sin incluir, por supuesto, los dos libros de Woodward y Bernstein.
Aquí está la "nixomania" por los papelitos, las razoncitas, los chismes, los rumores, los comentarios tontos y caseros seguramente escritos o dictados a la secretaria Rose en medio de una reunión con el Consejo de Seguridad. Desconfiando de todos, rodeado de un equipo que fue capaz de dejarse hundir e ir a la cárcel por defenderlo, Nixon tenía en esta costumbre de acosar a los demás con su lluvia de razones y memos, un ejercicio cotidiano del poder, un poder que en ocasiones, como lo prueba uno de sus memos al secretario de prensa, era menos interesante y significativo que las marcás que alcanzaba jugando bolos en Camp David, una marca que sus enemigos naturales, los periodistas, debían conocer ampliamente.
Es un libro abierto, cándido, ridículo que muestra a un grupo de seres humanos sorprendido en el acto de ser ellos mismos o trabajando, precisamente, para no aparecer como ellos ante los demás, y como afirma Buckley, la Historia en flagrante delito. La sensación que deja el libro es que Nixon enviaba memos y notas sobre todos los temas posibles, aún los más ridículos y caseros y leyéndolos en su orden cronológico se tiene una idea exacta del estado mental y afectivo de un hombre quien, en sus últimas semanas en la Casa Blanca, se arrodillaba ante los retratos de Washington y Lincoln, lloraba y pedía consejo.
En marzo de 1970 envia un memo en el que se queja porque lo hicieron recibir en su oficina al ministro de Minas de Venezuela. Más tarde pide que le cambien pero en secreto los ostentosos uniformes de la policía que cuida la Casa Blanca, así como los muebles de su oficina que son incómodos y feos. Envia memos a sus hijas Tricia y Julie con chistes y bromas, así como la orden de enviar una foto dedicada a la actriz Gina Lollobrígida. Al día siguiente de una cena con mandatarios extranjeros se queja de la calidad de los vinos y los postres, y en otra nota se queja de la música ambiental que tienen algunas oficinas oficiales.
En otro memo de abril de 1970, Nixon le escribía a Haldeman, uno de los organizadores del asalto armado a la sede del Partido Demócrata en el edificio Watergate: "El tratamiento que estamos dando al ex presidente Johnson y al ex vicepresidente Humphrey es un viraje de 180 grados comparado con la forma como me trataron a mi mientras estuve fuera de la Casa Blanca porque, en ocho años, nunca me invitaron a almorzar o cenar aquí y creo que Rose, es la persona más indicada para suministrar un testimonio en caso necesario". En diciembre de ese mismo año enviaba otro memo: "Este tema de RN (Richard Nixon), solitario, enfrentado a su gabinete, enfrentado al personal de la Casa Blanca, enfrentado al Congreso, enfrentado a la prensa es la imagen que el pueblo prefiere de mí y pienso que debemos incrementarla en los meses que vienen".
En medio de sus histerias, accesos de rabia y remordimiento, Nixon era capaz de hablarle telefónicamente al hijo del senador Kennedy que perdió una pierna, afectado por el cáncer. Todo lo que hacia, lo ponía por escrito, se lo contaba a sus ayudantes y éstos le respondian. Por eso pocos presidentes pueden ser analizados de una forma tan completa como Nixon. Cuenta cómo fue al Congreso con su valet llamado Manuel y cómo lo sentó en una de las sillas principales, y cómo después de autografiar una Biblia a una mujer, fueron a un restaurante cualquiera a desayunar: "Todos estaban felices de tener a un presidente sentado como un parroquiano y comimos hamburguesa y huevos en. ún sitio público, por primera vez en cinco años", y agrega más adelante en el mismo memo: "Descubrí una vez más que la gente como los camareros entienden y apoyan lo que estamos haciendo en Cambodia".
Nixon tenía tiempo y humor y paciencia para las cosas más pequeñas, y Haldeman le escribía a uno de sus asistentes, que el presidente estaba preocupado por el número creciente de pájaros que mueren al estrellarse contra las ventanas de su oficina. Al mismo tiempo, Haldeman planteaba la posibilidad de defender las ventanas presidenciales. Humor, ridiculez, visión doméstica del poder, eso es lo que aflora de estas páginas que sirven para conocer el otro lado de un gobierno. De otra parte, dos libros que están siendo traducidos al castellano y no tienen títulos definitivos todavía, recogen en profundidad los análisis detenidos que grupos de expertos en sicología y conducta humana han realizado sobre el comportamiento de Lyndon Johnson mientras fue presidente y cómo esa conducta influyó en el recrudecimiento de acciones militares norteamericanas en el extranjero, sobre todo en Santo Domingo y Vietnam, a tiempo que las manifestaciones en calles y universidades crecían y la oposición de la prensa a las intervenciones en otros países era cada vez más enérgica.
Típico granjero texano envuelto en pleitos electorales de su región, acostumbrado a la vida simple y desabrochada, Johnson saltó a la presidencia en las peores circunstancias y ambos libros reconstruyen su inseguridad ante la sofisticación de una mujer como Jackie Kennedy o ante la cultura voraz de un hombre como Kennedy quien muchas veces le hacía bromas a su vicepresidente sobre su ignorancia en muchos temas. Nervioso, acosado por las crisis permanentes de su política exterior, preocupado por mantener una imagen sencilla ante el pueblo (mostraba la cicatriz bárbara de una operación ante los fotógrafos y camarógrafos), enemigo de lo intelectual (prefería barbacoas y almuerzos al aire libre que conciertos y películas), sabía que hiciera lo que hiciera, bien o mal, el fantasma del antecesor asesinado nunca lo abandonaría. Por eso tomó la costumbre de hablar solo, de levantarse en la madrugada, de consultar numerosos médicos de no confiar en nadie, de ejercer el poder personalmente y sentirse perseguido por intelectuales y periodistas mientras estaba cómodo con los políticos, especialmente los de sombreros anchos y botas embarradas.