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Mamá Lucha

La mujer que sacó adelante a Lucho Garzón en medio de la pobreza todavía no cree lo que está viviendo.

3 de noviembre de 2003

A Eloisa Garzon no le atrae la fama. Sin embargo, a sus 75 años, tiene que lidiar con el peso de haberse convertido en una celebridad sin quererlo. Si antes salía de su edificio tranquila, ahora no puede hacerlo pasando

inadvertida y sin que le llueva una avalancha de saludos. "Hola señora mamá de Lucho", "esa es la mamá del Alcalde", le dicen mientras ella sonríe, agacha la cabeza y extiende la mano a quienes la saludan efusivamente. Y si la timidez que le produce este repentino reconocimiento no la agobia tanto, responde con su tradicional expresión cordial: "Gracias mi amor lindo".

Dice una frase célebre que "detrás de un gran hombre hay una gran mujer". La sencillez propia de Lucho Garzón que cautivó a sus electores sin duda la heredó de su madre. Pero aunque es cierto que doña Elo, como le dicen sus conocidos, se ha convertido en figura pública por ser la madre del Alcalde electo, también ha contribuido a esto su propia historia: la de una mujer de origen humilde y madre soltera que sacó adelante a su hijo.

Eloísa nació y se crió en Guatavita, Cundinamarca, en la casa de sus abuelos maternos. Su padre murió cuando ella era muy pequeña y su madre decidió dejarla temporalmente para buscar suerte en Bogotá. Pasó su infancia en el campo, donde se levantaba de madrugada a sacar a los terneros a pastar antes de ir a la escuela. Desde entonces no hizo otra cosa que trabajar en su vida. No terminó los estudios y a los 18 años, con la rebeldía propia de la juventud, abandonó a sus abuelos y se reencontró con su madre en la capital en el barrio Puente Aranda. Durante un tiempo se encargó de cuidar a sus hermanos, hijos de un segundo matrimonio, y además la ayudaba en su negocio de lavar, planchar y almidonar ropa para diferentes familias. "Fue duro, mi mamá era muy exigente y me decía que mis abuelos me tenían acostumbrada a ser la niña bonita", cuenta con la naturalidad que la caracteriza.

Tal vez por ello decidió irse de la casa y empezó a trabajar como empleada doméstica. "En algunas casas duraba poco porque no aguantaba que me gritaran. Pero siempre tuve la suerte de encontrar un nuevo trabajo". Por esa época conoció a un negociante llamado Luis Eduardo, con quien tuvo una relación a la que hoy en día llama "mi fracaso". Ella explica esto al decir: "Nunca me ha gustado ni el matrimonio ni el compromiso", una frase que en sus labios suena inocente aunque deja asomar algo de su rebeldía de juventud. No obstante a sus 21 años, gracias a ese romance, nació quien desde entonces es su fiel compañero, su hijo Luis Eduardo, a quien siempre ha llamado así porque no le gusta decirle Lucho. Del padre sólo tiene el nombre y no el apellido pues nunca se conocieron. "Lo vio una vez, ya grande, pero no sé si hablaron. El ya murió". Pese a todo doña Eloísa afirma que su hijo sí ha mantenido una relación con sus medio hermanos.

Como el embarazo fue difícil decidió buscar ayuda en la casa de su madre. Allí la atendió una partera durante tres días, que fue lo que Lucho tardó en nacer. Con un niño la situación laboral se le complicó. "Sufrí con el pelaíto. A veces yo pasaba hambre pero nunca dejé de amamantarlo". Como no siempre trabajaba de interna sino por días, vivió de inquilinato en inquilinato, en el barrio 20 de julio, en el 7 de Agosto y en Las Ferias. "A veces yo atravesaba barriales a pie hasta Chapinero o donde estuviera el trabajo para no gastarme la plata en buses. Al niño le daba lo que hubiera para desayunar y lo mandaba para el colegio". Eloísa no olvida las palabras que su hijo le decía de pequeño: "Algún día mamá, cuando yo sea grande.". Pero, como ella misma lo dice, aprendió a llevar la vida con resignación.

De aquellos tiempos recuerda con especial cariño a la familia formada por un alemán y una colombiana que la ayudaron a sacar a Lucho adelante. "Sus hijos ayudaban al mío a estudiar y lo sacaban a pasear. Nos cambió la vida. Incluso la señora llamó el día de las elecciones para felicitarlo". Años más tarde trabajó en una cigarrería, mientras Lucho era caddie del Country, y en el Gun Club, donde al tiempo que arreglaba oficinas y lavaba tapetes conoció a personajes de la talla de Guillermo León Valencia y Laureano Gómez. Su juicio acerca de ellos es simple: "Esa gente toma mucho trago".

Fue entonces cuando a Eloísa le llegó su gran oportunidad. Uno de los socios del club le ofreció trabajar como celadora y aseadora de un edificio. "Lo bueno de esto es que ahí di con un señor que le consiguió trabajo de mensajero a mi hijo en Ecopetrol. Era sólo por tres meses pero yo recé para que se quedara y así fue". A partir de ese momento las cosas empezaron a cambiar y el futuro que Lucho le había prometido a su mamá comenzó a ser el presente. "El día en que Luis Eduardo se graduó de bachiller ha sido el más feliz. Me di cuenta de que saqué a mi hijo adelante, de que había hecho algo en la vida sin pedirle nada a nadie".

Hace cerca de 20 años Eloísa Garzón dejó de trabajar. Sin embargo siguió siendo una persona muy activa, aunque últimamente se queja de no poder salir como antes por culpa de los mareos que le causa la diabetes. Los nervios también la perturban. Ya lo habían hecho en las épocas de Lucho en Barrancabermeja, cuando temía "porque a los sindicalistas los desaparecen", cuenta. Ahora tiene la costumbre de visitar en el Cementerio Central las tumbas de Jaime Pardo Leal y de Carlos Pizarro, a quienes conoció, para que cuiden a su hijo. Le pide lo mismo al Señor de Buga y a la Virgen de Chiquinquirá, con quien tiene pendiente una promesa.

Además pasa los días hablando con Gladys, su empleada y compañera, leyendo revistas y recordando. Por eso le gusta mirar las cartas que sus nietos, Eduardo Andrés de 23 años y Ricardo de 20, le hicieron cuando eran niños: "Mi abuelita es diferente. Ella no sólo es abuela sino madre, y una gran madre. Ella es chévere y una gran amiga y una cosa que se puede decir de ella es que no se puede quedar sin hacer nada", son las palabras que aparecen en una de ellas, escritas con colores en una letra infantil.

Sus nietos no se equivocan. Durante la campaña fue compañera inseparable de Lucho y con él recorrió a pie los barrios marginales de la ciudad, entre el barrial y las casas de ladrillo y techos de zinc. En esos recorridos muchos recuerdos de su pasado inundaron su mente, así como un gran anhelo: "Sólo espero que mi hijo pueda responder a todo".