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"MI VIDA CON OSKAR SCHINDLER"

Entrevista exclusiva con Emily Schindler, la viuda del personaje central de la película de Spielberg.

9 de mayo de 1994

EMILY SCHINDLER tiene 87 años y vive en Buenos Aires. Ella es la viuda de Oskar Schindler, el personaje central de la película de Spielberg sobre el holocausto judío, que ha conmovido al mundo. En la siguiente entrevista, realizada en Buenos Aires por la periodista Cristina Hurtado, la anciana de origen alemán revela aspectos inéditos sobre la controvertida personalidad de su marido.
Emily habla en forma pausada. Su acento aún la delata como extranjera y su innegable origen germano, mezclado con los característicos modismos argentinos. Dotada de una memoria detallista, su conversación posee un excelente sentido del humor, que acompaña con una risa franca y estridente.
La casa que habita en las afueras de Buenos Aires desde 1949, en la localidad de San Vicente, tiene un jardín donde cultiva rosas y un extenso patio trasero con árboles frutales. Pero se ha hecho definitivamente pequeña para la gran cantidad de periodistas que la han ido a ver últimamente.
Ama profundamente a los animales, tiene cuatro gatos chicos y 16 del vecindario. Además, un perro viejo y fiel la acompaña por toda la casa. Su subsistencia y la de sus mascotas depende de 300 dólares mensuales y una casa otorgada por la organización judía B Nai B'rith, junto con una pensión del gobierno alemán. Pese al alboroto que ha armado la prensa en torno suyo, parece no darle mucha importancia a lo hecho por su difunto esposo. "Ni Oskar ni yo somos héroes; salvamos a esa gente porque eran personas. Hicimos lo que habìa que hacer. Lástima que no pudimos salvar a más personas del horror que la gente de Hitler desató en Europa".

CRISTINA HURTADO: ¿Qué recuerdos agradables guarda de su infancia?

EMILY SCHINDLER: Me gustaba mucho la vida en la granja, los animales, el bosque, la naturaleza. Mis abuelos tenían una casona inmensa. Allí vivíamos con mis padres y mi hermano Ian. Yo jugaba mucho con los animales. Nunca tuve muñecas. No me gustan las cosas muertas; prefiero las que tiene vida. Mis padres tenían una buena posición económica y, por tanto, había personal de servicio; pero mi madre era severa y siempre decía: "Debes aprender a hacer tus cosas. Los sirvientes no están para servirte a vos, sino para ayudarnos en la casa". Mi infancia fue muy feliz y muy libre. Mis padres murieron antes de comenzar la Segunda Guerra Mundial. La educación que ellos me dieron me ayudó en los momentos más difíciles, cuando pasé hambre y desesperación para salvar mi vida y la de los demás del horror de la guerra.

C.H.: ¿Cuando conoció a Oskar Schindler?

E.S.: Lo vi por primera vez en la casa de mi abuela. Aquel día acompañaba a su padre, Hans Schindler, ya que ambos vendían motores agrícolas. Era un joven muy elegante y muy guapo. Recuerdo que me miró con sus ojos azules de manera muy tierna. A la semana volvió con su madre, Fanny, y comenzó a cortejarme. En marzo de 1928 nos casamos en Zwittau, su pueblo natal. Yo llevaba un vestido blanco corto y un ramo de flores naturales. El fue mi primer novio, mi amor, y yo estaba muy feliz.

ERA UN SEDUCTOR
Emily se fue a vivir a la casa de los padres de Oskar Schindler. Pero su vida cambió totalmente. Todo lo bonito se fue acabando muy pronto. Su marido cambió sus dulces modales y comenzó a salir de noche con otras mujeres. Jamàs estaba en casa por la noche y el amor de Emily por Oskar se fue haciendo cada vez más distante. Prefirió soportarlo todo en silencio y nunca le contó a sus padres sobre el fracaso de su matrimonio para no causarles dolor. "Las amantes de Oskar no me daban rabia: más bien pena. El las seducìa con su poder, las usaba y luego las abandonaba. Siempre fue un seductor y sabía muy bien cómo conquistar a una mujer".

C.H.: ¿Cómo eran él, sus gustos, su personalidad?

E.S.: Le gustaban mucho las motos y los autos, la buena vida y la buena comida. Nunca le agradó el trabajo duro, y prefería los negocios y las inversiones.
Cuando Hitler invadió a Polonia, Oskar quiso poner una fábrica en Cracovia; la producción sería vendida a la Inspección de Armamentos. Esto lo podía hacer por su buena relación con la SS. A medida que la producción comenzó a ser estable y continua, Oskar pudo obtener obreros judíos especializados.
El quería mucho a sus empleados, pero además de su cariño también le interesaba que fueran obreros judíos, porque, hablando con la verdad, él era empresario y tenía la oportunidad de tener la mano de obra barata. Eso, aunque suene cruel, en aquellos años no tenía importancia, porque para los obreros lo más importante era conservar la vida y ellos sabían que Oskar no permitiría que los de la Gestapo los mataran. Además, si los hubiera entregado a la SS, su fábrica no hubiera podido seguir funcionando. Llegó a tener 1.200 obreros que vivían en cinco o seis barracones y que mantenían en funcionamiento aquella fábrica que era estratégica.

C.H.: ¿Colaboró usted también con la fábrica, ayudando a mantener a aquellos obreros con vida y trabajando?

E.S.: Recuerdo que una vez Oskar y una hermosa joven rubia negociaron con los alemanes para salvar a 300 mujeres de los campos de concentración. Ella éra hija de un fabricante, tenía mucho dinero. Recuperaron a las mujeres, pues estaban desfiguradas por el hambre. Yo les daba sopa en la boca, remedios. Fui de todo: cocinera, enfermera y conseguía alimentos en el mercado negro. La ropa la hervíamos en unas enormes ollas para matar los piojos que propagaban el tifus.
Oskar mantenía la fábrica en funcionamiento, pero a medida que pasaba el tiempo nuestra situación se hacía más peligrosa. Alguien nos envió un telegrama diciendo que los rusos avanzaban y que teníamos que hacer una selección de prisioneros. Los enfermos y los viejos iban a ser asesinados. En mayo, Alemania se rindió. Nosotros dejamos la fábrica en la madrugada. No podíamos explicarles a los rusos que habíamos salvado a muchos judíos. Por eso escapamos.

C.H.: ¿Sintió miedo?

E.S.: Puedo decirle que en aquel tiempo no sentí miedo, no me permití tenerlo, porque sería como tener un enemigo dentro del cuerpo que te inmoviliza. Ahora, tras recordar, sí siento temor.

C.H.: ¿Por qué eligieron huir a Argentina?

E.S.: Entre 1940 y 1944, Oskar y yo le dimos mucha información a la organización judía Joint sobre lo que pasaba en los campos de concentración. Por eso en 1949 ellos nos propusieron ir a Argentina. Llegamos con amigos y 15.000 dólares. Los invertimos en un criadero de nutrias, pero fracasamos y nos quedamos sin un peso. En 1957, Oskar regresó a Alemania para recuperar algo de sus inversiones. Cuando digo regresó no es correcto. Desde que llegamos a Argentina, él siempre vivió de sus recuerdos, nunca estuvo aquí conmigo; además, no le gustaba trabajar. Pienso que nunca fue un hombre maduro, fue incapaz de mantener una relación de amor por mucho tiempo. Necesitaba que lo adularan. Usted se preguntará por qué se fue solo. No lo sé. Simplemente me dejó y se fue. Así de simple, sin historias. Recibía cartas de él, pero una vez me envió una de ellas con un diario de Anna Frank, y 200 marcos alemanes. Ahí me di cuenta de que jamás regresaría. Murió solo, sin ninguna de las mujeres que tuvo... Creo que siempre estuvo solo.

C.H.: ¿Cómo fueron sus primeros años en Argentina?

E.S.: Mi vida en San Vicente fue dura. A veces no tenía ni siquiera algo para comer. No podía trabajar ni conocía bien el idioma, pero hubo gente que me ayudó. Recuerdo a un periodista, Peter Gorlinsky, del diario alemán Argentinische Tageblatt quien publicó un artículo, creo que en 1963, contestando a otro publicado en Alemania. Allí se referían a Oskar como 'Padre Coraje'. El periodista escribió un artículo sobre mí, titulándolo Madre Coraje. Qué coraje el del periodista. ¿verdad?

ENCUENTRO CON EL PASADO
En mayo del año pasado. Emily recibió una invitaciòn de Steven Spielberg para filmar las últimas escenas de La lista de Schindler en Jerusalén. Para ella fue muy agotador, además de doloroso y triste. Recordó muchas cosas que ya había olvidado, se encontró con sobrevivientes de la fábrica, fue a ver el museo de la guerra y el holocausto. "Me emocioné mucho con la película. Fui a verla con el presidente Bill Clinton y su esposa; ellos dos son muy inteligentes. Clinton no habla alemán pero entendió todo. Los actores son estupendos y el que hace de Oskar es realmente excelente. La joven que me interpreta a mí es muy dulce. Cuando yo me enfermé en la filmación ella se consiguió una silla de ruedas y me paseó por todos lados. Mientras veía la pelìcula pensaba que Spielberg es un hombre brillante. ¿Cómo pudo recrear todas esas horribles escenas de la guerra si él no las vivió? Quedé muy impactada por la película. Es muy real y varias veces senti miedo. Lo único que me molestò un poco es que es muy larga. Dura algo así como tres horas; fue demasiado para mì.

C.H.: ¿Cree que su vida se normalizará cuando se estrene en Buenos Aires?

E.S.: Ojalá. Dios escuche. Necesito que mi vida vuelva a ser como antes. Creo que Spielberg tiene la culpa... No me crea, sólo era una broma.

C.H.: ¿Cómo es un día suyo en San Vicente?

E.S.: Como el de cualquier vieja que vive sola con sus animales. Me levanto a las cinco de la mañana, escucho las noticias, preparo la comida para los gatos y mi perro. Luego desayuno y limpio mi casa. Yo lavo mi ropa y hago mi propia comida. Un joven viene por el día y limpia el jardín y hace las compras; yo no puedo porque me duelen mucho las piernas.
A veces me siento como un caballo viejo, me duelen la cintura, la espalda, las piernas, y ahora que hablo tanto con los periodistas me quedo sin voz. También veo las noticias por la televisión .
Qué locura Europa y sobre todo Alemania con tantos jóvenes fascistas. Ellos no saben lo que es la guerra. Ojalá la película de Spielberg sirva para recordar esos horrores y que todos trabajen para que eso no ocurra nunca más.
Cuando yo muera, no quiero que me entierren, quiero que me cremen. De otra manera, quién cuidaría de la tumba de un muerto que no tiene familia; quedaría abandonada.
¡Pero qué carajo! Ya viví y ya pasé por la vida haciendo algo bueno. Entonces ahora puedo morir. Tal vez me encuentre con Oskar y pueda preguntarle por qué me dejó en San Vicente. ¿Cree usted que me contestaría?