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S U P E R A C I O N

Milagro en escena

Una colombiana triunfa en Nueva York al expresar a través del baile su batalla contra el cáncer.

9 de abril de 2001

Desde el mes pasado, cada fin de semana, las 180 sillas del teatro La Mamma de Nueva York han sido ocupadas casi por completo. La razón es Six months to live, (Seis meses de vida) una coreografía de danza-teatro montada por la bailarina colombiana Karim Noack.

Durante hora y media los asistentes descubren que en el tango el hombre seduce a su pareja como la muerte cautiva a su víctima, que una rumba cubana es como la alegría de vivir y que el zapatear del flamenco se parece a la rebeldía. Durante hora y media Karim representa de manera artística la realidad de seis años de su vida.

El primero de marzo de 1995 Karim cumplía 30 años. Ese día estaba dictando una de sus habituales clases de salsa en la academia neoyorquina Dance Sport cuando recibió una llamada y se enteró de que iba a morir. Los médicos le habían diagnosticado cáncer de seno avanzado y lo más alentador que pudo escuchar era que, de no someterse a la quimioterapia, moriría en menos de seis meses. Petrificada, con el auricular aún en la mano, recordó sin saber por qué la famosa pregunta de Hamlet “Ser o no ser”.

Lo primero que pensó fue en suicidarse. Ella, con toda una tradición familiar de muertes provocadas por el cáncer, conocía muy bien los horrores que tendría que padecer. La enfermedad le había arrebatado a sus padres y años más tarde atacó también a su abuela y a su tío maternos. “Mi mamá murió cuando yo tenía 4 años. El único recuerdo que tengo de ella es el de una mujer enferma que nunca pudo alzarme porque estaba postrada en una cama”.

El sentir la muerte tan cerca y la presión de médicos y familiares fueron razones suficientes para someterse a las tortuosas sesiones de quimioterapia. Pero el remedio era peor que la enfermedad. Los seis primeros días de la semana permanecía tirada en una cama, el séptimo tenía que hacer un esfuerzo sobrehumano para levantarse y, con peluca y ojeras, dictar ocho horas de clase de salsa. Fue entonces cuando Karim volvió a recordar las palabras de Hamlet y tomó la decisión más importante de su vida: abandonar la quimioterapia para entregarse a la medicina macrobiótica, cuyo poder curativo se basa en una dieta de alimentos y medicamentos naturales. Mientras para sus familiares, amigos y médicos el riesgo que estaba tomando significaba el suicidio, para ella no era otra cosa que una oportunidad aunque se jugara la vida.

Pero ella sabía lo que era arriesgar. A los 23 años, impulsada por el actor Juan Fisher, quien más tarde se convirtió en su esposo por siete años, viajó a Nueva York para cumplir su sueño: ser una bailarina profesional. No sabía inglés ni tenía dinero pero se las arregló como pudo: trabajó como mesera y empleada doméstica para pagarse sus estudios. Poco a poco fue abriéndose paso en el mundo artístico por medio de las clases que dictaba y por las presentaciones que realizaba con grandes compañías de baile. Ahora el riesgo que corría era mayor, pero también era una lucha por su sueño: vivir para bailar.

Los médicos no creían que ella pudiera sobrevivir con una mezcla de 45 minutos de saltos diarios en un trampolín, sopas de vegetales y enemas de café, remedios naturales que aprendió de la medicina macrobiótica. Además la clínica donde la trataban la demandó por no pagar los 80.000 dólares correspondientes a los meses en que fue atendida. Como resultado de ello le quitaron el seguro social. “El ser latina y ser bailarina no me ayudó mucho. En Estados Unidos piensan que una mujer latina que baila se gana la vida haciendo strip tease”. Muchas mujeres con cáncer que conoció en los seis meses de continuas visitas a hospitales no creyeron en su idea y se sometieron a la quimioterapia. De ellas ninguna ganó la batalla. Estas circunstancias fueron un primer impulso para comenzar a pensar en su obra.

Su sueño se había fortalecido y aumentado: quería contarles a las mujeres enfermas de cáncer que hay opciones, quería gritarles que no se dejaran vencer y que buscaran una ilusión para vivir. Unir todos sus ideales dio como resultado Six months to live, el espectáculo en el que Karim conjuga su pasión por el baile y por la vida con una fuerte crítica al Estado y a la medicina.

“Es un cáncer comedy”, explica la artista, una extraña fusión entre fatalidad y diversión. Con su espectáculo ella quiere burlarse de su enfermedad, burlarse de los médicos, burlarse de la muerte. Como realmente lo ha hecho.

Montar el show es un reto diario. Para realizarlo Karim hace trueques con sus alumnos: dicta clases de baile a cambio de escenografía y vestuario porque no ha recibido un solo dólar de ninguna entidad para financiar su obra. Tal vez debido al ataque que por medio de la danza teatro hace a la medicina y al Estado.

Six months to live es la biografía de los últimos seis años que ha vivido porque, a pesar de los duros momentos, nunca olvidó sonreír. Sólo en una ocasión, después del diagnóstico inicial, sintió que sus esfuerzos por sobrevivir habían sido en vano: aprovechando que en Alemania existía un tratamiento gratuito contra el cáncer decidió viajar a ese país para aplicárselo. Consistía en una quimioterapia localizada que sólo atacaba los órganos afectados. Karim tuvo que permanecer inmóvil durante nueve días con un tubo introducido por la ingle pero no soportó el tratamiento. Su piel se quemó por completo y su cuerpo se llenó de múltiples y profundas heridas. Regresó a Nueva York para morir al lado de sus amigos.

De inmediato fue atendida en una clínica, donde le informaron que el cáncer había hecho metástasis en los pulmones, el bazo y los ovarios. La desahuciaron.

Pero, como siempre, se burló de los diagnósticos y sobrevivió, según ella, gracias a la cebolla larga, al café que ponía en sus heridas y a las oraciones que sus amigos budistas, cristianos y musulmanes hacían por ella. “Debo ganarme el Nobel de la Paz por hacer que un palestino pueda orar junto a un judío”, explica, riéndose de tal vez el momento más difícil de su vida.

De ese suceso ya han pasado dos años, tiempo en el que Karim reunió fuerzas para montar su espectáculo. Hoy tiene más vitalidad que cualquiera de sus bailarines. Danza diariamente entre ocho y 12 horas, a lo cual suma sus momentos de meditación y la aplicación de los tratamientos. Pero más que las oraciones a diversos dioses y la medicina macrobiótica, es su fortaleza lo que la mantiene con los pies sobre la tierra: “No se puede llorar y bailar al mismo tiempo”, asegura.

Y aunque haya decidido no volver a consultar la opinión de los expertos y poco tiempo tenga para brincar en un trampolín, está segura de que habrá Karim para rato porque en su caso no ha habido mejor cura que cumplir su sueño, el de bailar. Por eso con su espectáculo, más que divertir, más que hacer una analogía de su vida y más que una crítica a la sociedad, Karim Noack quiere demostrar al público que sólo cuando se hace lo que se quiere es posible morir en paz o seguir viviendo.