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Muerte perpetua

El 10 de mayo de 1996 ocho escaladores perdieron la vida en el Everest. Los sobrevivientes se han encargado de mantener viva la memoria de sus compañeros a través de libros y documentales.

4 de diciembre de 2000

El 2 de junio de 1953 el pueblo británico coronó por partida doble. Mientras en Inglaterra Isabel II se convertía en la nueva reina del imperio el Times de Londres anunciaba la gran hazaña de los escaladores Edmund Hillary y Tenzing Norgay, quienes tres días antes se habían convertido en los primeros hombres en llegar a la cumbre del Everest.

El neozelandés y su sherpa habían subido los 8.848 metros de la montaña más alta del planeta, el botín más codiciado de la exploración terrestre desde que Robert Peary conquistara el Polo Norte en 1909 y Roald Amundsen alcanzara el Polo Sur en 1911.

Durante las últimas cuatro décadas el Everest, la montaña que los nepaleses llaman Sagarmatha, o diosa del cielo, ha obsesionado a hombres y mujeres de diferentes razas, credos y nacionalidades que son capaces de arriesgar sus vidas en su afán por coronar la cima del mundo. Eso fue lo que ocurrió en la primavera de 1996 cuando las expediciones comerciales dirigidas por Scott Fischer y Rob Hall, dos experimentados montañistas, se transformaron en una trampa mortal. El 10 de mayo una devastadora tormenta cobró la vida de ocho personas, entre ellas cinco escaladores de los grupos comerciales, quienes murieron congelados cuando intentaban regresar al campamento número cuatro. Dos de las víctimas fueron los propios líderes, Fischer y Hall. El primero no les informó a sus compañeros que padecía una enfermedad hepática que le dificultaba la escalada y el segundo, con tal de no defraudar a un cliente agotado que quería llegar a la cima, prefirió quedarse a más de 8.000 metros sobre el nivel del mar para ayudarlo a bajar a sabiendas de que su permanencia a semejante altura podía provocarle una embolia pulmonar y cerebral.

Cuatro años después la historia sigue levantando ampolla y son muchos los libros y documentales que intentan recrear lo que sucedió durante el descenso y las fatídicas decisiones que tomaron los guías. Los primeros debates se presentaron entre dos de los sobrevivientes: Jon Krakauer, un periodista contratado por la revista Outside para realizar un artículo sobre la escalada comercial de Hall, y Anatoli Boukreev, uno de los guías de Fischer, quien estaba acostumbrado a subir sin oxígeno complementario y por eso no estuvo en capacidad de auxiliar sino a tres clientes. Cada uno publicó un libro contando su versión de los hechos y cuando Krakauer intentó hacer las paces con el montañista ruso se enteró de que éste había muerto a finales de 1997 sepultado por una avalancha mientras escalaba en el Annapurma.

El capítulo más reciente de la saga corre por cuenta de Beck Weathers, un médico norteamericano de la expedición de Hall, quien acaba de publicar Left for dead, un libro en el cual relata cómo se salvó milagrosamente después de permanecer sepultado en la nieve más de 24 horas. En dos ocasiones sus compañeros de aventura lo creyeron muerto y lo abandonaron a su suerte sin percatarse de que el intrépido hombre luchaba por seguir adelante. Weathers, ciego por un problema en las córneas y con los brazos congelados, se desenterró de la nieve y llegó solo hasta el campamento. Al verlo en tan mal estado sus colegas creyeron que no sobreviviría una noche más en esas condiciones y cuando se disponían a abandonarlo por tercera vez el médico hizo alarde de su fuerza y pidió ayuda. Finalmente un grupo de rescate logró bajarlo hasta el segundo campamento y allí fue transportado en helicóptero hasta el hospital.

Si bien las cualidades físicas y técnicas de Fischer y Hall eran ampliamente reconocidas en el ámbito de los montañistas, muchos colegas criticaban su proceder pues sentían que los exploradores habían sacrificado el misticismo de la escalada en aras de un lucrativo negocio. Por llevar a un deportista inexperto hasta la cumbre de cualquiera de las montañas más altas del mundo los guías cobraban 65.000 dólares, sin incluir el pasaje ni los equipos.

Entre 1990 y 1995 Adventure Consultants, la empresa de Hall, guió a 39 escaladores novatos hasta la cumbre del Everest, cifra que superó en tres el número de ascensiones que se realizaron durante los 20 años que siguieron a la hazaña de Hillary. Aunque Fischer se inició en el negocio de guía en 1996 estaba convencido de su pericia y aseguraba que conocía el Everest como la palma de su mano.

¿Qué llevó a Fischer y a Hall a actuar con tanta confianza? Quizá nunca se sepa pero los documentos de Krakauer, Weathers y Boukreev son la prueba fehaciente de que la naturaleza sigue castigando la soberbia del ser humano. Pese a la desgracia, para muchos el 96 no fue un mal año del todo pues por 12 escaladores muertos 84 coronaron la cima, un récord nada despreciable en un monte en donde más de 200 hombres han perdido la vida.