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Nido de amor

El príncipe Carlos y Camilla Parker dan un paso definitivo en su relación. Acaban de mudarse a Clarence House, algo que para muchos es señal de matrimonio.

11 de diciembre de 1980

Una frase popular dice que "de poquito en poquito se llega lejos" y parece ajustarse perfectamente a la situación del príncipe Carlos de Inglaterra y su eterna novia Camilla Parker-Bowles. Hace un par de años un simple beso en la mejilla en público causó conmoción y fue primera plana de los tabloides europeos. Desde esa tímida muestra de cariño las cosas han cambiado. Hoy la pareja vive en algo que para muchos es "abierto concubinato" pues decidieron mudarse a Clarence House, una antigua mansión donde la reina madre residió hasta su muerte, en marzo de 2002.

Después de 33 años de romance y en pleno siglo XXI el trasteo es apenas lógico y un signo de la modernización de la monarquía. Es más, ya se les estaban quedando atrás a jovencitas de la nobleza europea, como la princesa Magdalena de Suecia, de 21 años, y a la propia sobrina de Carlos, Zara, de 22, que viven con sus respectivos novios. Y ni hablar de Estefanía de Mónaco, que toda su vida no ha hecho más que cambiar de pareja y que hasta ha vivido en una caravana de circo con un domador de elefantes.

Pero esta decisión no sólo demuestra una evolución en la institución sino en la sociedad británica que, después de años de rechazo, ya recibe de buena gana a Camilla. Lo paradójico es que nunca esta monarquía había sido tan zanahoria como en los tiempos de Carlos. Históricamente no ha habido rey sin múltiples amantes y sin hijos naturales. Enrique VIII tuvo seis esposas, de las cuales decapitó a dos. Eduardo VII, hijo de la reina Victoria, entre sus amantes contó con la bisabuela de Camilla, Alicia Keppel. El propio padre de Carlos, Felipe de Edimburgo, ha tenido toda la vida fama de mujeriego sin que ésta le genere problemas.

Ahora, después de seis meses de remodelaciones Clarence House no sólo se ha convertido en la residencia oficial del heredero sino en el nuevo hogar de Camilla y en el de su padre, el mayor Bruce Shand. Y si hay espacio para su suegro es obvio que también lo habrá para sus hijos, los príncipes William y Harry, cuando estén en Londres.

Cinco habitaciones del primer piso estarán abiertas por primera vez al público hasta octubre, cuando se espera que 45.000 personas la hayan visitado. Dos pisos han sido convertidos en gigantescas suites privadas para la familia. La de Camilla es independiente de la de Carlos pero están comunicadas. Esta situación no debe causar sorpresa pues al parecer tener dormitorios separados es una costumbre real, tanto es así que la reina Isabel no sólo no comparte habitación con su esposo sino que tienen pisos diferentes. Esto no es nuevo para Camilla, pues también tiene su propio cuarto en Highgrove, la casa del príncipe en el condado de Gloucester.

El costo de la remodelación fue de nueve millones de dólares, de los cuales más de seis han corrido por cuenta de los contribuyentes, lo que levantó ampolla. Más cuando recientemente Carlos tuvo que hacer públicos sus gastos debido a las críticas por sus excesos. No era para menos: 5,1 millones de dólares en 91 sirvientes (uno de ellos tiene la función de ponerle crema dental a su cepillo de dientes todas las noches) y 204.100 dólares en su novia, incluidos 69.600 para sus dos guardias de seguridad y 52.200 en ropa. Por eso Carlos tuvo que sacar de su bolsillo los dos millones restantes para decorar la habitación y el cuarto de baño de Camilla, pues sería intolerable para los británicos que este pago hubiera salido de los fondos públicos.

Con todo esto, como sucede cuando Carlos y Camilla tienen algún progreso, otra vez empezó a hablarse de un próximo matrimonio. Los monárquicos interpretan la aceptación de la reina como una batalla que Carlos ganó. Un gran paso se dio el año pasado cuando, con motivo del jubileo, Isabel II invitó a Camilla a un concierto en el palacio de Buckingham, donde ella se sentó al lado de sus hijastros William y Harry. Se espera que la reina invite a su nuera a la fiesta de Navidad de este año, un gesto que sería su bendición al enlace. Al parecer la soberana está haciendo caso a la frase que una vez le dijo su hijo: "Mi relación con Camilla no es negociable". Los británicos también entendieron el mensaje y en recientes encuestas más de 50 por ciento apoya la boda. Incluso los medios ya la llaman la princesa consorte.

Pero su principal obstáculo es la Iglesia Anglicana. Cuando el año pasado se emitió una norma que permitía el matrimonio entre divorciados muchos pensaron que les estaban dando luz verde. Sin embargo se aclaró que la regla tiene excepciones y al parecer el caso de Carlos sería una de ellas. "No se puede aceptar el matrimonio entre personas que hayan estado involucradas en la ruptura de una unión religiosa anterior. Mi respuesta al posible matrimonio entre el príncipe y la divorciada Camilla Parker es negativa", expresó recientemente Rowan Williams, arzobispo de Canterbury. Paradójicamente cuando Carlos herede el trono se convertirá por derecho en la cabeza de la Iglesia Anglicana, una congregación que nació para legalizar el matrimonio de un rey divorciado, cuando el papa Clemente VII se negó a anular la unión del rey Enrique VIII y Catalina de Aragón para casarse con Ana Bolena.

En la década de los 90, cuando Carlos y Diana se separaron, el mundo convirtió a Camilla en la mala del paseo. Hoy las cosas son bien diferentes. El verdadero cuento de hadas parece ser el del príncipe y Camilla, que ya lleva 33 años. Y como dicen que la historia la escriben los vencedores, la bruja de antaño se ha convertido en princesa.