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Tara Lynn mide 1,80 metros, pesa 85 kilos y es talla 16. Con sus curvas y su cara de muñeca ha demostrado que la sensualidad no es cuestión de peso.

BELLEZA

No tan perfectas

Los cuerpos ultradelgados y simétricos están pasados de moda. Modelos como Tara Lynn, de 85 kilos, están imponiendo una tendencia que, lejos de buscar la perfección, celebra la diferencia.

10 de marzo de 2012

Tara Lynn no siempre ha estado orgullosa de su cuerpo. Antes de consagrarse como modelo XXL, se avergonzaba de su figura voluptuosa y se sentía mal cada vez que alguien le decía gorda. Estaba decidida a quitarse de encima esos kilos de más y se sometió a un programa de adelgazamiento extremo que consistía en dos horas de ejercicio y dos comida diarias. Llegó a perder 30 kilos y en 2008 una agencia de Nueva York la reclutó. Sin embargo, no pasó de ser una más entre cientos de modelos esqueléticas de 1,80 metros de estatura, rostro simétrico y piel de porcelana. Para completar, su cara se veía demacrada, siempre se sentía exhausta y vivía con hambre. Estuvo al borde de la anorexia y tuvo que decidir entre las pasarelas y su salud: prefirió lo último y volvió a pesar 85 kilos.

Su representante se indignó y le canceló el contrato. Según él, nadie iba a querer a una modelo talla 16, pero Tara no se dio por vencida y le demostró que estaba equivocado. Firmó con la prestigiosa agencia Ford Models y desde entonces sus curvas han aparecido en revistas como Vogue, V Magazine y Glamour. También ha sido musa del diseñador Jean-Paul Gaultier y en febrero se dio el lujo de repetir en la portada de la edición francesa de Elle, que la nombró la heredera de la top model de los noventa Elle MacPherson.

En una industria que más parece una fábrica de cuerpos perfectos y uniformes, Tara puso de moda las tallas grandes. Ante la dictadura del bisturí, el Botox y el Photoshop, ella hace parte del grupo de modelos que han roto el molde y ahora, justamente por ser diferentes, acaparan todas las miradas. Por primera vez aparecen en los titulares esas otras mujeres que hace algunos años no existían en el mundo de la alta costura: mujeres de la tercera edad, en condición de discapacidad, transexuales y con rasgos físicos poco convencionales.

Daphne Selfe, de 83 años, es una de ellas. El ser extradelgada es sinónimo de belleza en la moda, así como ser joven. Por eso ella perdió toda esperanza de brillar cuando se retiró del negocio hace seis décadas para dedicarse a su familia. A los 70, ya viuda, intentó regresar. A lo único que aspiraba era a salir en catálogos modestos de ropa, pero ni siquiera clasificó para este tipo de trabajos. Siguió tocando puertas hasta que un día recibió una oferta para participar en la Semana de la Moda de Londres. Allí un cazatalentos de la agencia Models 1, una de las más prestigiosas del mundo, quedó enamorado de su rostro, lleno de manchas y arrugas, y de su larga cabellera blanca. Le propuso convertirla “en la abuelita más sexy del mundo” y ella, sin dudarlo, aceptó.

Su vida dio un giro inesperado. Hoy tiene que interrumpir sus tardes de juegos con sus cuatro nietos para posar ante el lente de los mejores fotógrafos del mundo en campañas de marcas como la línea juvenil de Dolce&Gabbana o publicaciones tan conocidas como Vogue, Marie Claire, Harper’s Bazaar, Vanity Fair y The Times. Por lo pronto, no piensa retirarse: gana 1.600 dólares al día y, según dice, se siente como de 60. Lo mejor de todo es que no tiene que lidiar con la envidia de sus colegas o los comentarios mal intencionados de los críticos, pues está por encima del bien y del mal.

Andrej Pejíc, en cambio, no sale tan bien librado cada vez que pisa las pasarelas. Despierta fascinación entre diseñadores como Gaultier, Raf Simons, Paul Smith y Marc Jacobs, y odios entre sus compañeros que lo ven como una doble amenaza por su apariencia andrógina. Pejíc desafió el estereotipo del macho alfa y, aunque es un hombre, sus rasgos finos le permiten lucir un traje de paño masculino o un vestido de novia con la misma facilidad. Andrej no se define propiamente como un transexual. Dice que odia las etiquetas y precisamente esa ambigüedad es la clave de su éxito.

Cuando un agente lo descubrió en Australia a los 17 años, mientras trabajaba como cajero en un McDonald’s, no supo si era un chico o una chica, pero algo lo atrajo irremediablemente. Al comienzo lo obligó a inscribirse en un gimnasio para desarrollar su masa muscular, pero pronto renunció a esa idea y lo alentó para que destacara sus rasgos delicados alisando su cabello y poniendo rubor en sus mejillas. Al fin de cuentas Andrej era el sueño de cualquier diseñador de alta costura: un modelo con apariencia femenina, sin caderas ni curvas. Es tan camaleónico que clasificó en la lista de las 100 mujeres más sensuales del mundo por encima de Lady Gaga. En 2011 protagonizó catorce portadas por su talento para desdibujar las fronteras entre géneros.

Kelly Knox también ha pasado toda su vida tratando de derribar barreras pero no solo físicas, también mentales. Nació sin el antebrazo izquierdo pero jamás se sintió diferente. Incluso desde los 7 años se rehusó a llevar una prótesis y jamás esconde su extremidad faltante. Está convencida por completo de su belleza y por eso no dudó en presentarse a la convocatoria del reality de la BBC Britain’s Missing Top Model. En el programa se enfrentó a otras siete modelos, también con alguna limitación, y tras cuatro semanas de difíciles pruebas se convirtió en la ganadora. Como premio obtuvo un contrato jugoso y posó para la edición del vigésimo aniversario de Marie Claire.

Los expertos coinciden en que estas mujeres han triunfado por ser diferentes, pero ninguna ha llegado tan alto como Lara Stone, la primera top model que se negó a arreglar sus dientes separados. Con un rostro cadavérico, una sonrisa escalofriante, cabello rubio y facciones que recuerdan a Brigitte Bardot, es una de las mujeres más cotizadas en el medio. Pero no fue fácil convencer a los gurús de que su imperfección también podía ser atractiva. Cuando tenía 12 años, una representante de la agencia Elite en París la descubrió en una estación de metro y la fichó. Aun así, las marcas nunca la tenían en cuenta y sus padres tenían que enviarle dinero. Era un desastre en pasarela y se veía ‘rellenita’ y poco agraciada frente a sus compañeras talla cuatro. Además, como sus pies eran tan pequeños, los zapatos se le salían y en más de una ocasión se resbaló.

Su suerte cambió a los 20. Firmó un contrato con la agencia IMG y se hizo famosa por ser la antimodelo: no era el típico androide en pasarela y eso era encantador. Lara reemplazó a Kate Moss en las campañas de Calvin Klein y a Madonna como imagen de Louis Vuitton. Por si fuera poco, Vogue París la nombró como una de las 30 mejores modelos de la última década y le dedicó un número completo de más de 100 páginas. Lara, de 29 años, en un principio fue considerada un patito feo y hoy, a su manera, se ha convertido en un cisne.

Su cuerpo no es de maniquí y jamás pasa inadvertida en los desfiles. Además, su presencia atrae las cámaras y le garantiza a las compañías publicidad gratis. Ese es su secreto. “Las campañas tienen que impactar para vender. Por esta razón, ahora prefieren modelos fuera de lo común, de talla grande, con limitaciones físicas, exóticas, asexuales y hasta lúgubres”, le explicó a SEMANA Carlos Simões, investigador experto en moda y analista de tendencias. “En una sociedad cansada de lo previsible, estas modelos atípicas se están volviendo sumamente rentables. Más que filantropía, es un negocio”.