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No tan santos

La decisión de la Iglesia ortodoxa rusa de canonizar al zar Nicolás II y a su familia causa conmoción en Europa debido al comportamiento ‘non sancto’ de los Romanov.

18 de septiembre de 2000

La mayoría de las religiones consideran santas a las personas cuyas vidas han sido testimonio de virtud y entrega a los fines nobles y espirituales. Por eso causó sorpresa la repentina canonización con la que la Iglesia ortodoxa rusa decidió honrar la memoria del inmolado zar Nicolás II y su familia. Los 144 obispos que se reunieron en la catedral de Cristo Salvador determinaron, por unanimidad, que la familia real afrontó con valentía la hora de su muerte y que su ejecución fue más que suficiente para convertirlos en santos pues en ese humilde gesto se evidenciaba la victoria de Jesús sobre el mal.

Después del triunfo de la revolución la familia del zar fue puesta a disposición de los bolcheviques y luego de ocho meses de cautiverio fueron asesinados en la población de Yekaterinburg, en Siberia. Los cuerpos del zar Nicolás, su esposa Alejandra y sus cinco hijos fueron quemados, bañados en ácido y posteriormente arrojados a un pozo. En 1991, tras la caída del régimen soviético, las autoridades permitieron la exhumación de los cadáveres para someterlos a análisis genéticos que confirmaran su identidad. En 1998 los restos fueron enterrados en San Petersburgo en un pomposo funeral. Sin embargo la ausencia de los cuerpos de Alexei y Anastasia ha generado una serie de leyendas que apuntan a la sobrevivencia de algunos miembros de la dinastía Romanov.

Los fieles ortodoxos aseguran que desde su muerte el zar obra milagros especialmente el día en el que se conmemora su abdicación y en el lugar en el que fue acribillado.

La polémica sobre la santidad no se ha hecho esperar y varios miembros del Partido Comunista han manifestado su malestar tras afirmar que la familia imperial, lejos de ser un modelo a seguir, fue protagonista de numerosos hechos violentos. El ejemplo más claro es el ‘domingo sangriento’, la matanza ordenada por Nicolás el 9 de enero de 1905 en la que los soldados de la guardia real dispararon contra 100.000 trabajadores que participaban en una manifestación pacífica.

El monarca ha pasado a la historia como un gobernante débil que se dejó manipular por el monje Rasputín. El enigmático personaje terminó siendo el verdadero poder detrás del trono debido a la influencia que ejercía sobre la zarina Alexandra, quien estaba profundamente agradecida con el monje por los tratamientos que le daba al zarevich Alexei para curar su hemofilia.

Para evitar mayores críticas y divisiones en la sociedad el Concilio Episcopal consagró a los Romanov en la misma ceremonia en la que se canonizaron 853 mártires cristianos víctimas de las persecuciones de los comunistas. Por lo pronto, los seguidores puristas del zar no caben en sí de la dicha y tienen su confianza puesta en el nuevo San Nicolás para que les haga el milagrito de restaurar la monarquía.