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Qué hubiera pasado si... Bolívar estuviera vivo

Desde su retiro forzado, con iPad en la mano, tendría que mandar twitters y correos electrónicos diarios para tratar de convencer a los usuarios de las redes sociales de que no tiene nada que ver con el bolivariano Hugo Chávez...

Rodrigo Pardo
26 de octubre de 2010

Si Simón Bolívar viviera en estos tiempos, se la pasaría dando explicaciones sobre quién es. O mejor dicho: sobre quién NO es. Desde su retiro forzado, con iPad en la mano, tendría que mandar twitters y correos electrónicos diarios para tratar de convencer a los usuarios de las redes sociales de que no tiene nada que ver con el bolivariano Hugo Chávez, ni con la coordinadora guerrillera Simón Bolívar, ni con José Alejo Cortés, el presidente de Sociedades Bolívar. Y mucho menos con Teodora Bolívar, la de los correos de 'Raúl Reyes', que no es su esposa, ni su hermana, ni su amante, así el procurador Alejandro Ordóñez diga otra cosa.

Viviría aburrido. Le habría gustado un buen retiro en Caracas, que al fin y al cabo era su destino en el largo viaje que lo topó con la muerte a mitad de camino, en Santa Marta, en 1830. Pero la ciudad está muy insegura y es muy pequeña para dos egos tan grandes como los de Simón y Hugo, que no podrían convivir. En Bogotá lo espantaría el frío, que parece un antídoto anticosteños, y desde cuando Juan Manuel Santos es presidente está inundada de una insoportable aureola santanderista: todo el mundo habla de instituciones, de leyes, de reformas. Por supuesto no le aceptaría la invitación al gobernador Horacio Serpa —quien sorprendió a todo el mundo en la campaña del 2002 cuando dijo que prefería a Bolívar que a Santander— para recluirse en un departamento con el nombre de su traidor ex vicepresidente.

Su relación con Álvaro Uribe sería de amores y odios. No habría votado por él en el 2002 porque estaba matriculado con Gustavo Petro: un tipo bajito, costeño, locuaz y mestizo. Bolivariano de verdad: "Ese carajo tiene bolas", diría. Pero habría empezado a acercarse al uribismo cuando lo invitaran a Ralito, en el 2001, a la famosa reunión donde se fundó la parapolítica. La idea habría sido de 'Jorge 40', quien les habría dicho a los hermanos Castaño que a ese tal Bolívar le gustaban las armas, los caballos y el poder. Pero don Simón habría tenido reticencias cuando notara un insoportable tono antichavista en los discursos que se pronunciaban en la reunión. Su ingreso definitivo al uribismo sólo habría sido posible años después, cuando se convenciera de que el Presidente se iba a reelegir una y otra vez, y que nunca dejaría el poder. "Eso es lo mío", le diría a Manuelita Mancuso, su compañera sentimental del momento.

Con el paso del tiempo la relación se volvería a deteriorar. Uribe, magnánimo, le ofreciería El Ubérrimo como lugar de descanso. Un lugar de clima caliente, llanuras, caballos y ejércitos. Pero a Bolívar le parecería que la propuesta no era generosa sino maquiavélica: quería ponerlo a cuidarle los huevitos, la gallina y la hacienda. El Libertador no podría prestarse a un oficio tan indigno, así sus gestas de hace 200 años y su gloria fueran desconocidas por los jóvenes y por las innumerables páginas de internet en las que se buscaba en su iPad. Sólo habría encontrado una: un grupo de amigos de Facebook llamado No a Bolívar, creado por los antitaurinos para desprestigiar a Luis Bolívar, el torero promesa colombiana en materia de tauromaquia, esa fiesta de tradición tan hispana.

Si Simón Bolívar viviera hoy, sería un desadaptado. Hincha furibundo de Millonarios por sus inolvidables triunfos en la época de El Dorado, cuando derrotó dos veces al Real Madrid —que retomaron el hilo perdido de los éxitos militares del ejército patriota en el Pantano de Vargas y en Boyacá— sufriría con el mal momento que vive el equipo. Un empate con el Real Cartagena, como el de hace unas semanas, le produciría un infarto. Y su desencanto con el fútbol habría llegado a su punto más alto cuando el pésimo equipo de España, con trampa, ganó la Copa Mundo del 2010 en Sudáfrica. "Chapetones mañosos", diría.

En realidad, así como Álvaro Uribe dice que "hay un nuevo comunismo", don Simón consideraría que "hay una retoma del Imperio español". Cancelaría su suscripción a El Tiempo, sobre todo desde cuando sus dueños españoles del Grupo Planeta cerraron la revista Cambio porque era independiente, y habría dejado de oír Caracol, la del Grupo Prisa, porque le parecería que Darío Arismendi está cogiendo un acentico españolete. Bolívar no se sentiría bien en ninguna parte y terminaría convertido en un McCarthy del siglo XXI que vería fantasmas españoles en todo lado.

Y no le gustaría Estados Unidos. Semejante arrogancia imperial, en especial durante los años de George Bush, le habrían generado culpas por haberse quedado corto cuando escribió la Carta de Jamaica en 1815, en la que advirtió que si América Latina no se unía, el poder del norte la absorbería. Si Bolívar viviera, sufriría por la forma como Estados Unidos subyugó su patio trasero, y creería que la palabra independencia, por falta de uso, se debería retirar del diccionario. Que la dejaran, si acaso, en el de la Real Academia Española, que ya nadie lee en los tiempos del iPad y del Bicentenario.