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REGRESO A LA GLORIA

Con su quinta salida en hombros por la Puerta Grande de la Plaza de Las Ventas de Madrid, César Rincón le tapo la boca a todo el mundo.

3 de julio de 1995

HASTA EL CUARTO TORO, LA CORRIDA era sosa, lánguida. Se habían rechazado tres toros de la ganadería del Marqués de Domecq y lo que habían hecho Emilio Muñoz en sus dos faenas, y César Rincón y Manolo Sánchez en sus primeras, no daba para pensar que las cosas fueran a irse arriba. La gente que ocupaba los tendidos de la Plaza de Las Ventas, de Madrid, ese lunes de la semana pasada, sólo esperaba irse a la casa en 40 minutos.
El quinto toro, un sobrero precioso de la poco conocida ganadería de los hermanos Astolfi, tampoco prometía. Estuvo más bien asustadizo frente al capote de Rincón y no empujó con ganas el caballo del picador. Pero cuando el torero agarró la muleta para iniciar la tercera tanda de pases, clavó los pies en la arena y empezó a tirar del animal, la plaza entera se entusiasmó. Estaba viendo otra vez al César Rincón que salió cuatro veces por la Puerta Grande en 1991. Un torero que, más que artista, es tan valiente y tan técnico que consigue lo que pedía el maestro Domingo Ortega: obligar al toro a ir por donde no quiere.
Lo demás es historia. Jugándose el pellejo, Rincón le sacó muletazos inverosímiles al toro, lo mató de estocada recibiendo, hizo que los tendidos se inundaran de pañuelos blancos y, con las dos orejas, salió en hombros hacia el Hotel Foxá, donde se aloja cuando está en Madrid desde aquel 21 de mayo hace cuatro años. Con la única excepción de Joaquín Vidal, de El País -para quien la corrida había sido tan mala que con dos detalles de Rincón la gente enloqueció-, la crítica se deshizo en elogios. Vicente Zabala, el prestigioso cronista del periódico ABC, dijo que "el maestro de Bogotá, buscándole las vueltas al toro que no se entregaba -era mucho más alto que él- acabó venciéndole por su casta de torero, por esa madera indiscutible de figura que nadie con un mínimo de sentido común y buena fe le puede negar".
Ese quinto éxito, que aún no convierte a Rincón en el torero que en más oportunidades ha salido por la Puerta Grande de Madrid, sí puede sacarlo del bache que estaba viviendo y, ojalá, devolverle la suerte con los toros que le corresponden. También lo reconcilia con el público colombiano, que la temporada anterior lo chifló en la Santamaría y lo despidió con frialdad cuando el torero dijo que no quería torear más en la capital.
De cualquier manera, si César Rincón quiere seguir subiendo peldaños para convertirse en un torero de época, debe salir en hombros por la llamada Puerta del Príncipe de la Real Maestranza de Sevilla. Allí este bogotano, que cumple 30 años el próximo 5 de septiembre, no ha tenido suerte. La única tarde en que cortó dos orejas sufrió una cornada gravísima que le partió la vejiga. Pero dos orejas no bastan en la capital andaluza para triunfar: es la única plaza del mundo donde se exigen tres. Y es la única plaza del mundo donde la gente hace tanto silencio en espera del arte, que el toreo se escucha.