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SILENCIO DE VIOLINES

Con la muerte de Yehudi Menuhin la música perdió al que es considerado el último heredero de <BR>Paganini.

19 de abril de 1999

La reacción que suscitó la desaparición de Yehudi Menuhin, ocurrida en Berlín el viernes 12 de
marzo, puso al mundo ante la evidencia de que con él se fue la última de las grandes estrellas de su
instrumento: fue el sucesor de Jascha Heifetz y el último heredero de Niccolo Paganini. Como ellos, fue uno
de esos raros casos que se dio el lujo de ser primero niño prodigio y luego adulto prodigioso. Su muerte
ocupó la primera página de todos los grandes diarios del mundo con inusuales declaraciones de grandes
estadistas.Menuhin era una estrella y pertenecía a ese mínimo puñado de elegidos "capaces de transmitir la
música de una manera más trascendental y emotiva que cualquiera de sus colegas". (Harold Schonberg).
Pero sobre todo "hizo de su violín un instrumento de paz y fraternidad". (Jacques Chirac). Este ciudadano
del mundo, como le llamaban desde su infancia, nació en Nueva York en abril de 1916, debutó a los seis
años en San Francisco y conquistó el Carnegie Hall de Nueva York con los difíciles Caprichos de
Paganini. Aún no contaba 13 cuando hizo su debut en Berlín y en el Stradivarius Kevenhuller tocó el
Concierto de Beethoven, al final un hombre se le acercó y le dijo: "Ahora sé que hay un Dios en el cielo". Era
Albert Einstein. Menuhin fue amable, sencillo y, contrario a muchos de sus colegas, no era ni vanidoso, ni
mimado ni malcriado.Al estallar la Segunda Guerra realizó más de 500 conciertos para los Aliados y la Cruz
Roja y, tras la derrota alemana, se presentó ante los sobrevivientes del campo de concentración de
Bergen-Belsen y dio una lección de concordia al ser el primer artista judío en tener un gesto de reconciliación
con Alemania y tender la mano a Wilhelm Furtwangler, el más grande director de ese momento, que había
permanecido en su país durante la guerra: juntos realizaron entonces algunos de los más hermosos discos de
la segunda mitad de este siglo. Todos comprendieron que no quería evadir su condición de discípulo de
Adolf Busch, que de hecho le convertía en el gran heredero de la estética violinística clásica alemana. De origen
judío ruso, vivió una buena parte de su vida en Francia y se nacionalizó británico. Como violinista tenía
virtuosismo, bravura, memoria infalible y sentido poético y cuando el arco tocaba la cuerda su largo cabello
rubio caía sobre sus ojos azules, que permanecían cerrados mientras tocaba cualquiera de las obras de su
descomunal repertorio, el cual cubría desde Bach hasta Alban Berg, sin hacer de lado terrenos que jamás
otro violinista abordó: el jazz y la música de la India.Cuando abandonó su carrera de violinista se concentró en
la dirección orquestal; el hecho apenas causó consternación en el mundo de la música porque el público
siguió asistiendo masivamente a sus presentaciones. Por ello estaba en Berlín: iba a dirigir la Sinfónica de
Varsovia en obras de Mendelsshon y Brahms, después seguía Francia con obras de Mozart. Pero lo
sorprendió la muerte, aunque poco antes declaró: "Mi muerte me sorprenderá tranquilo...".